A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Noche

— ¡Aló! ¿Fabricio?
— ¡Sí, con él habla!
— ¡Qué tal! Con Manuel Arabia. Necesito preguntarle algo: ¿Hasta qué hora abren “El Café del Abad”?
— Hasta la una de la mañana, doctor.
— Fabricio, ¿cómo se llama el joven que trabaja ahí?
— Se llama Antonio y a las 6:30 recibió turno de Salomé, la muchacha que en la reunión le entregó a usted la flor.
— ¡Ahhh, sí! ¡Cómo olvidarse de ella!
A las 7:30, Manuel entró a “El Café del Abad”. Aunque no tenía presente quien era Antonio, lo reconoció fácilmente.
Era un hombre pequeño, de pelo liso, que usaba dos tallas más grandes los pantalones grises del uniforme. Llevaba la camisa a medio meter en el pantalón y caminaba como un cantante de música rap. Venía de servir cerveza a un grupo de jóvenes. Manuel se acercó y le dio la mano en señal de afecto.
— ¿Doctor, desea tomarse algo? —preguntó Antonio sorprendido por la visita.
— No, pero tengo hambre. Antonio, vaya al restaurante y tráigame un “Combo del Mar Rojo”, pero con una “Coca-Cola light”. La hamburguesa con pocas salsas.
— Con mucho gusto, doctor, pero ¿y el café?
— No se preocupe, yo me encargo mientras usted regresa. Así aprovecho para programar en el computador un par de canciones que quiero escuchar —haciendo una pausa, continuó diciendo—, ah, y dígale a doña Josefina que lo anote en
mi cuenta.
— Claro que sí, doctor.
Además de los jóvenes que bebían cerveza, en el café-bar había una pareja de novios tomando capuchino y tres señoras sentadas en la barra bebiendo vino caliente. Desde que entró, Manuel se dio cuenta que las mujeres de la barra no dejaban de mirarlo y de murmurar cosas. La música sonaba suave y el aroma de este sitio, tal como pensó, conservaba la presencia de “Lolita”.
Manuel esperó a que Antonio saliera del café-bar para buscar información que le ayudara a conocer mejor a Salomé. Abrió los cajones de la alacena, revisó los papeles archivados en tres grandes carpetas A-Z y ojeó página por página un cuaderno de cincuenta hojas que se encontraba junto a la caja registradora.
Buscó en medio de los licores, pero no encontró nada que la pudiera comprometer con su papá o con algún otro hombre.
Cuando se disponía a revisar el computador, una de las tres mujeres de la barra lo invitó a tomar una copa. El joven Arabia vestido de blue jeans, manifestó no beber en horarios de trabajo, ya que perdería el empleo si su jefe se daba cuenta.
— Sería muy estúpido si te despidiera —respondió la mujer del centro haciendo un guiño de ojos mientras las otras dos reían—. Pero si te despiden, te harían un gran favor, pues éste no es un trabajo para ti.
— ¿Y a qué hora sales? —Preguntó suspirando la mujer que estaba a su izquierda.
Haciéndose el que no había escuchado, Manuel se sentó en el computador y detalló el protector de pantalla. A orillas de un caudaloso río, estaba Salomé junto a un indígena de plumas coloridas en la cabeza y a una joven de su misma edad, que
tenía collares alrededor del pecho. Pensando en qué lugar pudo ser tomada esa fotografía, Manuel abrió el explorador de Windows y encontró que fuera de videos y canciones no había nada más en el disco duro, ni siquiera archivos de Office. Cansado de buscar pistas inexistentes, aprovechó para revisar su correo electrónico. Conectado a Internet, abrió MSN Messenger. Vaya sorpresa la
llevada al descubrir que su papá fue el último usuario que en ese computador revisó el correo electrónico. Ahí se encontraba grabado el correo y la contraseña, oportunidad que Manuel no desaprovechó, al pulsar “Clic” en el botón de Iniciar Sesión.
No había mensajes nuevos en la Bandeja de Entrada del e-mail de su papá. Manuel recordó que en horas de la mañana, mientras su tía revisaba su cuenta de correo, apareció un letrero informando que Lazzar acababa de iniciar sesión. La carpeta
de Correo No Deseado, estaba vacía y, como pensó, todo indicaba que la única persona sospechosa de conocer la contraseña era Salomé: la novia de su papá, la mismísima Dolores de Humbert Humbert.
Manuel respiró profundo, aspiró largamente el cigarrillo y pulsó “Clic” sobre el primero de los mensajes en la pantalla, organizados de acuerdo a la fecha de recibo. Se trataba de una comunicación de un banco en Suiza que llegó el día anterior. El
mensaje decía:

Señor Lazzar Arabia Abdala:
Su contraseña es correcta. Para realizar el traslado de dinero que usted solicita en la comunicación electrónica fechada el día viernes dos (2) de abril, primero debe
responder a las preguntas secretas enunciadas a continuación: ¿Qué animal tenían
de mascota sus abuelos maternos?
a ) ¿Cómo se llamaba?
Una vez verificada la información, se procederá a consignar el dinero en la cuenta
bancaria que usted nos indique. Este mensaje se almacenará en nuestro archivo.
Cordialmente,
Aldebarán Ravonel
Gerente Comercial - Ginebra’s Bank


Manuel no sabía de la existencia de aquella cuenta bancaria.
En la carpeta de Mensajes Enviados, encontró una comunicación que Salomé le escribió al banco suplantando a Lazzar, en donde enviaba una contraseña y solicitaba la información necesaria para hacer un traslado de capital a otra cuenta.
Manuel, seguro de que solo su tía y él conocían las respuestas a las preguntas secretas, escribió al banco, respondió las preguntas y les dio un número de cuenta, también en Suiza, para hacer el traslado del dinero. Pidió que le consignaran diez mil euros y a la vuelta de correo le enviaran un extracto bancario.
Actuó de ésta manera, ya que si comunicaba la muerte de su papá, tardarían más de seis meses en consignarle el dinero.
Después de enviar el mensaje, Manuel encendió un cigarrillo y cambió la contraseña del correo electrónico. Al ver que Antonio, haciendo un esfuerzo por no pisar el dobladillo de sus pantalones, traía en una bandeja de plástico la hamburguesa y dos frascos de salsas, una de ajo y otra de tomate, y que la canción: I Dont Want To Miss a Thing, de Aerosmith ya se terminaba, colocó en el computador: Yellow Submarine, de The Beatles y fingió llevar mucho rato hablando con las tres señoras de la barra.
— Ya que llegó mi reemplazo… ¿Qué me estaban ofreciendo?
— Ven siéntate con nosotras —dijo una de ellas mientras le servía una copa de vino.
— Antonio, ¿y tú ya cenaste? —preguntó Manuel viendo que estaba cerca.
— No, aún no —respondió, mirando hacia el piso.
— Cómete la hamburguesa. Como tardaste tanto, acepté una copa a las señoras, y cuando bebo prefiero no comer.
Manuel recibió la copa de vino y se tomó un trago. Luego, observando detenidamente a cada una de sus acompañantes, les dijo:
— Disculpen la indiscreción, ¿ustedes se encuentran en plan turístico o de negocios?
— De negocios, pero con usted en frente sólo podemos pensar en diversión —dijo la que se encontraba en la mitad de las tres y parecía ser la mayor de todas.
— ¿Pero qué hace trabajando aquí un hombre tan atractivo? —preguntó la señora de la izquierda.
Manuel bebió su trago, encendió otro cigarrillo y les mostró su copa vacía.
— ¡Hoy es tu día de suerte! ¡Pórtate bien y te ganarás una buena propina! —exclamó la mujer de la derecha, que hasta el momento no había hablado y era la más bonita de todas.
— Y según tú ¿qué debo hacer?
— Con un streptease y por qué no, un masaje, será suficiente.
— ¡Qué buena idea! —exclamó la que parecía ser la mayor de todas— ¿Y qué decides?
— Este chistecito les va a salir costoso —dijo Manuel, exhalando por la boca el humo del cigarrillo y volviéndolo a respirar por la nariz.
Una vez dijo esto, ellas se levantaron con rapidez, como evitando que Manuel tuviera tiempo de arrepentirse. Pidieron la cuenta y Antonio le agradeció a su jefe por la comida. Manuel, con las manos atrás de la espalda, pensando en la sorpresa que se llevaría Salomé cuando tratara de abrir el correo electrónico de su papá, salió del café con sus tres acompañantes.

No hay comentarios:

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).