A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Noche

Siendo las diez en punto, Manuel llegó a “El Valle de los Alacranes”.
Había muy poca gente en el hotel. La gran mayoría de los huéspedes, como algunos trabajadores, se encontraban viendo la procesión. Salomé lo esperaba junto a la estatua de los alacranes, traía puesta una blusa del color de la noche y un blue jeans ceñido a sus caderas. Su cabello parecía más largo de lo normal, quizá porque se lo había alisado.
Al percatarse de que Manuel salía del claustro y se dirigía a “El Valle de los Alacranes”, Salomé levantó su mano derecha, enseñándole el lugar en donde se encontraba. Luego, ella tomó el sendero que conducía a “El Bosque Encantado”. Manuel salió corriendo a su encuentro. La buscó en la estatua de los alacranes, pero ella no estaba. Entonces escuchó que de en medio de los árboles, Salomé lo llamaba. Sintiendo el jugueteo del viento en la copa de los árboles se internó en el bosque de lechuzas, grillos y cigarras, en donde Salomé lo esperaba desnuda sobre un tapete de flores amarillas.
Manuel, que no esperaba encontrarla así, se tendió junto a ella y la abrazó muy fuerte. De un tirón, Salomé desabrochó los botones de su camisa y empezó a besar su pecho. Ardiendo de deseo, Manuel le acarició el cabello y bebiendo el aroma de su piel, recorrió con su lengua el cuello y la espalda, hasta el final de la misma. El largo cabello de Salomé le cubría los minúsculos senos de nínfula. Mientras Manuel se quitaba el jeans, subiéndose sobre él para hacerlo suyo, ella le susurró:
— ¡Te amo Manuel!
Agitada Salomé tomó la correa del pantalón de su amante y con ella le bordeo el cuello y comenzó a ahorcarlo. Éste, que disfrutaba de los juegos sexuales de su amiga, le acarició sus nalgas y gritó:
— ¡Así, así!
Un rayo de luna traspasaba la espesura de los árboles y hacía que los cuerpos de Manuel y Salomé se recubrieran de matices fantasmales. Salomé tiró de la correa con todas sus fuerzas y mordió con salvajismo el cuello de Manuel. Éste, que era mucho más grande y fuerte, de manera brusca le dio la vuelta y puso las piernas de Salomé sobre su pecho.
— ¡Hoy es nuestro día de suerte: mañana, estaremos unidos para siempre! —susurró Manuel.
Cuando Salomé escuchó las palabras de Manuel, con un movimiento corto y circular de su dedo índice, al ritmo de su amante, empezó a masturbarse.
— ¡Escucha el canto de las lechuzas!
— ¡Llega adentro, amor! ¡Ay, vamos, muérdeme! ¡Más!
Sin pronunciar palabra, Manuel le arrancó el medallón en forma de media luna. Luego posó sus manos en el cuello de Salomé y mientras ella emitía un sonido proveniente más del pecho que de la garganta, la ahorcó hasta ver su lengua sangrar por sus propios mordiscos. Manuel se vistió y, sintiendo la fría mirada de su amante, la arrastró al túnel. Con repugnancia tomó la cabeza de su papá y junto al cuerpo de Salomé la arrojó en un pozo de aguas estancadas, dejándolos al libre
albedrío de las ratas.

No hay comentarios:

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).