A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Jueves Santo - Mañana

Manuel vio todo más claro. Se sintió un idiota al encontrar que fue Salomé la asesina de su papá y de Jorge. Además, quien envenenó a su tía Esther, y no Rafael Eduardo, ni el político mafioso, tampoco el trabajador drogadicto, el conserje o Darío, el mesero. Mucho menos el espanto o incluso Valdivieso. ¡Sí, aquella mujer que ponía a hervir su sangre! Quizá por los deseos que le despertaba, pensó, se tardó tanto en ver objetivamente las cosas.
Por otro lado, Quessep tenía razón. Las respuestas que buscaba se encontraban en la biblioteca. La noche anterior, luego de hacer el amor con Manuela, buscó en la Biblia el pasaje de la muerte de San Juan Bautista, que vio grabado en el trono de una de las imágenes de la procesión. Ahí leyó cómo la mujer bíblica que llevaba su mismo nombre, utilizando el encanto de su baile, por un consejo de Herodías, su mamá, ordenó cortarle la cabeza al Bautista. A su juicio, los hechos sucedieron de la siguiente manera:
El día del cumpleaños número dieciocho de Salomé, Lazzar fue a visitarla a “El Café del Abad”. Después de celebrar animadamente y de beber grandes cantidades de licor, ella lo amenazó diciéndole que si no quería hacer público los abusos sexuales a los que desde niña la venía sometiendo, debía cumplir la promesa de matrimonio hecha a los doce años. Lazzar le aseguró que deseaba formalizar su compromiso, pero primero hablaría con Manuel. En ese momento compró la novela de Nabokov y le escribió la carta. Días después del cumpleaños de Salomé, Lazzar entendió que ella había dejado de ser una “lolita”, para convertirse en una joven, próxima a ser
mujer. Entonces, armado de valor, le comunicó que la relación no podía ser, porque ella no era la “lolita” de la que se había enamorado.
Cuando Darío regresó al café, Salomé amenazaba a Lazzar con denunciarlo a la policía. Como Lazzar no le dio mayor importancia, en el almuerzo que prepararon cuando la Fundación Arabia cumplió diez años, ella envenenó a Esther. No se la relacionó con el intento de homicidio, porque los efectos del veneno aparecieron semana y media después. El veneno se lo facilitó su amiga del Putumayo. Lazzar la obligó a renunciar a su trabajo y por si la situación tomaba otro rumbo, con sus propias uñas subrayó una frase de la novela de Nabokov, en la que además de presentar a su hijo a la eterna “lolita”, le señaló a su asesina. Del igual modo hizo el testamento, dejando a Manuel como único heredero.
Una semana después Salomé asesinó a Jorge y le dijo a Lazzar que si no cumplía su palabra haría lo mismo con el resto de sus seres queridos. Manuel dedujo que su papá, sin tener pruebas suficientes para inculpar a Salomé, nuevamente la contrató
mientras planeaba una venganza. Le dijo que si continuaba insistiendo en casarse, la denunciaría por asesinato, así él fuera a parar a la cárcel por estupro. En ese momento ella resolvió matarlo.
Lazzar, afectado por lo que estaba sucediendo, abusó de la cafeína y de una sustancia llamada “Metilfenidato”, que usaba para permanecer despierto. Aunque Henri, el Jefe Administrativo, le sugirió aplazar la inauguración del museo, él se
negó a hacerlo, argumentando que ese evento era importante porque traería muchos huéspedes en otra época distinta a Semana Santa. La tarde en que fue asesinado, Lazzar estaba consciente que iría a prisión si se fraguaba alguna información sobre su noviazgo. En el museo, Salomé lo esperaba escondida.
Él llegó, encendió las antorchas y revisó que los instrumentos de tortura y pena capital estuvieran en orden. Ella traía puestos sus guantes de seda. Con el pesado martillo del conserje lo golpeó por la espalda y lo arrastró hasta una de las guillotinas en donde fue decapitado. Gritó al escuchar que la cabeza cercenada del cuerpo emitió un extraño sonido.
Estos gritos fueron oídos por la cocinera, quien de forma inmediata entró al museo. Salomé se escondió. Cuando la cocinera salió a pedir ayuda, ella corrió por las escaleras de “El Patio del Baño Antiguo”, hacia “El Café del Abad”. A las seis de la mañana, Manuel llegó a la suite. Se disculpó con Manuela por no regresar en toda la noche y le sugirió ser discreta. Así podrían entenderse mejor. Manuel se bañó y se vistió, luego fue a su oficina y antes de salir en busca de Salomé ocultó bajo su abrigo el sable que colgaba de la pared. “El Café del Abad” se encontraba cerrado y uno de los meseros del restaurante le informó que Salomé tenía la costumbre de
llegar al hotel una hora antes de abrir el café; es decir, a las siete, y de salir a caminar por los jardines, muy cerca del cementerio.
El joven Arabia dejó atrás el restaurante, el corredor, las habitaciones, “El valle de los Alacranes”, y, en medio de un sendero tapizado de las flores de guayacán, caminó hacia “El Bosque Encantado”. Por la llovizna de la noche anterior, el suelo
estaba húmedo y había pisadas recientes. El tamaño y la profundidad de las huellas indicaban que se trataba de una persona liviana. Éstas conducían al viejo cementerio franciscano.
Manuel no dudó que las huellas fueran de Salomé. Sí, de la mismísima Lilith, súcubo del demonio, que cuando vio bajar de la terraza al mesero que le llevó el tinto a Jorge Ayerbe, salió de “El Café del Abad” y sin levantar sospechas subió a su
encuentro. Jorge se encontraba al pie de la baranda roída por los años. Como Salomé era su consentida, él le dio un fuerte abrazo. Salomé le obsequió una flor blanca de su propio jardín y lo empujó hacia el vacío. Luego regresó al café.
Las huellas pasaban por el cementerio y llegaban al túnel donde en la Colonia los habitantes de la ciudad se resguardaban de las batallas y, en el imaginario de los trabajadores, habitaba la niña sepultada viva. Manuel descendió por las escaleras y
encontró abierto el candado de la puerta del túnel. Antes de entrar se quitó su abrigo y lo dejó sobre las escaleras; después empuñó el sable y entró con precaución. Todo estaba oscuro y sólo se escuchaba el roer de las ratas. Sosteniéndose de las angostas paredes, dio unos cuantos pasos y, a lo lejos, encontró una luz resplandeciente. Sin hacer ruido, se acercó y sobre un pedestal rodeado de veladoras, vio la cabeza de su papá. Salomé rezaba de rodillas un padre nuestro. Aunque las suposiciones con respecto del asesino eran ciertas, Manuel sintió deseos de vomitar. A las carreras salió del túnel, recordando no haber visto el cuerpo de su papá, ya que por la gravedad de su muerte, el ataúd siempre estuvo sellado. En su cuarto vomitó hasta sentir que sus entrañas sangraban.
Cuando Salomé salió del túnel, vio la puerta completamente abierta. Miró a sus alrededores, pero no había nadie. A lo lejos, en el “Valle de los Alacranes”, sentado sobre el sillón de origen griego tallado en mármol, estaba el poeta Giovanni Quessep. El cabello blanco del bardo era presa del viento. Al percatarse de la presencia de Salomé, sus dedos que esparcían tinta negra en un trozo de papel, se detuvieron. Estaba agitado y según pensó ella, distinto. Se levantó del sillón y mirando hacia el oriente, en voz alta repitió:

1.

Dame, por fin, dolor,
la virtud y la ciencia
de hallar en tu tejido
mis horas de alegría.
Voy por hondos jardines, y en el hilo se abre
la encarnada tiniebla de la rosa.


2.

Me perdí en un lugar del paraíso.
Si quieres rescatarme
ven sin espada, sólo
con un ramo de lirios
para la encantadora,
de los lirios que crecen
en el más hondo infierno.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).