A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Miércoles Santo - Mañana

— Debe tener un fuerte dolor de cabeza y está en deuda de visitar a un optómetra —anotó Valdivieso saludando con un apretón de manos a Manuel—. Mi deducción es muy simple, cuando entré, usted leía un documento a menos de una cuarta de sus ojos y en el cesto de la basura hay un sobre de aspirinas, medicina comúnmente usada para aliviar el dolor de cabeza, uno de los principales síntomas de la pérdida de la agudeza visual, ¿no es cierto?
El joven Arabia, que usaba lentes de aumento para leer y que por salir a las carreras los dejó en su apartamento en Paris, fingió sorprenderse e invitó a tomar asiento a Valdivieso.
— ¿Desea algo de tomar? ¿Una aromática, un tinto?
— Un vaso de whisky está bien.
Su respuesta sorprendió a Manuel, ya que hasta el momento, nunca antes le había aceptado un trago de licor. Además, en una conversación pasada, aseguró que no le gustaba beber.
Manuel sirvió dos vasos de whisky. Valdivieso recibió uno en sus manos y lo apoyó sobre el escritorio, y, ante la mirada atenta de Manuel, extrajo del bolsillo trasero de su pantalón un pañuelo que extendió sobre sus piernas. Luego, tomó de su abrigo la pipa y una escobilla.
— ¡Sé quién es la amante de Rafael Eduardo, pero aún no sé cómo conectarla con los asesinatos de Jorge y Lazzar, y el envenenamiento de Esther! —dijo hablando muy bajo, mientras le daba vueltas a la boquilla e impregnaba la escobilla con el whisky—. Adriana es su nombre y el pasado seis de febrero cumplió quince años. Vive en un sector muy pobre de la ciudad y su mamá acepta la relación con Rafael Eduardo. Él hizo creer en el colegio que es su padrino. Rafael le paga la matrícula y le compra los útiles escolares. Todos los viernes la recoge en el colegio y le ayuda a hacer las tareas. ¡Me siento desconcertado! —confesó mirando hacia el piso y limpiando la mordida— La forma extraña con que actúa Rafael, al parecer se
debe a que con una niña le es infiel a su esposa, con quien llevaba tre-in-ta y cin-co a-ños de casado, ¿se imagina? tre-in-ta y cin-co a-ños. Y no porque pueda tener intereses ocultos en el Hotel Arabia.
— Esto confirma mi hipótesis. Llevo días pensando sobre el crimen de mi papá y he llegado a algunas conclusiones, que si usted las comparte, son lo más próximo a cómo ocurrieron los hechos.
— ¡Soy todo oídos! —dijo Valdivieso mirando con sorpresa a su interlocutor.
— A ver, vamos por partes. Me parece poco probable que quien envenenó a mi tía sea la misma persona que asesinó brutalmente a mi papá.
— En eso puede tener razón. Envenenar a alguien es un acto de cobardes, que dista mucho de un crimen como el del doctor Lazzar.
— ¡Hacia allá va mi interpretación! Si no me falla la memoria, la única prueba existente de que la muerte de mi padre se trató de un asesinato y no de un suicidio, como el de Jorge, fue el testimonio de la cocinera que lo halló muerto, ¿cierto?
Marcela, sumida en un estado de histeria, declaró que después de escuchar el golpe de la cuchilla de la guillotina, oyó gritos de voces distintas a la de mi papá. Aunque su declaración es importante, ésta no es una prueba contundente. La afirmación de la cocinera, que además presenta un trastorno psicológico, pues está internada en una clínica de reposo, es muy subjetiva y a mi juicio no tiene evidencia para asegurar que mi papá no fue quien emitió aquellos gritos.
Valdivieso levantó la mirada y dejó caer su maxilar inferior.
— ¿Me quiere decir que al igual que el doctor Jorge Ayerbe su papá se quitó la vida?
— ¡Correcto! —asintió Manuel—. Científicamente es posible que una cabeza después de haber sido cercenada del cuerpo, pueda emitir una serie de sonidos: incluso gesticular un par de palabras, que por obvias razones jamás sonarán igual a
la voz que conocimos. Ayer estuve conversando con mi tía y luego de mucho discutirlo, concluimos que mi padre no tenía novia y su muerte no se trató de un asesinato sino de un suicidio.
— Por favor explíquese mejor.
— No hay problema, vamos despacio —dijo Manuel respirando profundo—. Si bien, años después de la muerte de mi madre, mi padre se enamoró de una joven que alguna vez conoció en Nueva York, con ella nunca tuvo nada serio.
— ¿Y qué significado tiene el libro y la carta que usted encontró? —inquirió Valdivieso levantándose de su silla.
— Mi padre siempre regalaba libros, por eso no me extraña que me fuera a obsequiar uno. Y, la carta, al parecer fue escrita por él hacía varios años, cuando empezó a salir con la mujer norteamericana. No me la hizo llegar, sencillamente porque su relación nunca se formalizó. ¡Valdivieso, por favor tenga un poco de paciencia y vuelva a tomar asiento; éste es un tema delicado y su hiperactividad me desconcentra!
Una vez dijo esto, Manuel tomó de uno de los cajones de su escritorio un papel de color crema, según aseguró, redactado por Lazzar. Era un poema de Giovanni Quessep. Antes de entregárselo a Valdivieso, le contó que la tarde anterior a la muerte de su papá, su tía le consultó sobre la fecha para presentar el libro sobre la vida del sabio Caldas. Lazzar le sugirió hacer la presentación el Viernes Santo, día en que se encontraban más huéspedes en el hotel y periodistas cubriendo la Semana Santa. También le dijo que para entonces él no estaría físicamente, pero que la acompañaría de manera espiritual.
Esther no le dio mayor importancia a las palabras de su hermano: en esta temporada él siempre estaba ocupado.
— Mi padre le contó a mi tía, que estuvo pensando en sus papás y en todo lo que ellos vivieron para asegurarles un mejor futuro. Después mi papá le entregó el poema que usted tiene en sus manos: Canción de los Ciruelos, y le dijo que era una
balada de seducción a la muerte, una búsqueda de la belleza más allá del tiempo y de la vida.
Como si fuera un tic nervioso, Valdivieso se alizó con sus manos la barba gris y tratando de declamar, con su voz ronca, leyó el poema.
— La tarde en que mi padre le entregó esos versos a mi tía, él venía de hacer el testamento. Ella quedó muy preocupada, porque él le dijo que ya había cumplido su misión: pronto me graduaría y la Fundación Arabia tenía vida propia y seguiría
ayudando a mucha gente.
Cuando Esther leyó aquel poema, entendió que como El Caballero, Lazzar estaba siendo atraído por La Dama, mujer fatal que vive entre los frutos de carne jugosa y dulce, de hueso leñoso y duro, que encierra una almendra amarga: la almendra de la muerte. Entendió que en el poema de Quessep, los ciruelos no podían más que representar la nostalgia del autor e incluso de Lazzar y de ella misma, por la tierra de pájaros y violetas que ya no era la suya.
— Mi tía y yo entendimos que mi papá se había convertido en un hijo pródigo que se sentía extranjero en el mundo y lo acechaba un reino de hadas.
Valdivieso asintió con la cabeza cada frase dicha por el joven Arabia. Manuel encendió un cigarrillo y continuó diciendo que el dorado de los ojos de La Dama del poema, reflejaba aquellos recuerdos de la mejor época de El Caballero, del paso
de Lazzar por la vida, en un lugar incierto donde alguna vez germinaron ciruelos.
— Si estás de acuerdo con estas deducciones, te ruego no mencionarnos a mi tía y a mí, en el informe; no es conveniente seguir protagonizando escándalos: ¡Haz de cuenta que resolviste sólo el caso! Por mi parte, yo le escribiré una carta al comandante de la Policía, agradeciéndole por todos los servicios prestados a la familia y al Hotel Arabia, y resaltando tu compromiso, inteligencia y discreción. La carta irá firmada por mí y por el Presidente de la Junta Directiva. Recuerda que Rafael Eduardo además de ser el presidente, es hermano del comandante. Asimismo daré unas declaraciones en el diario “El Abanico”, donde la familia Arabia manifestará públicamente su gratitud.
Con respecto al envenenamiento de Esther, el joven Arabia aseguró que en una clínica especializada de Bogotá, los doctores concluyeron que la sustancia que la tuvo al borde de la muerte se encontraba en un salmón de mala calidad consumido dos días antes de ser llevada de urgencias al hospital, lo cual descartaba un intento de asesinato. Con relación a la muerte de Jorge, sugirió no darle más vueltas al asunto, pues a pesar de las declaraciones de la esposa, no se encontraron pruebas demostrando que no fue un suicidio. Del golpe recibido por Lazzar antes de ser llevado a la guillotina, Manuel afirmó que el día de su muerte, Lazzar se hirió con el filo de una ventana en la Fundación Arabia, y no le pegaron con el martillo, como supuso la policía. Esta herramienta estaba en el piso del museo, pues el conserje aún no terminaba de organizar la sala de exposiciones.
— Manuel, puede quedarse tranquilo: a pesar de no gustarme el protagonismo, si de esta manera usted lo considera, yo me daré todos los créditos de la investigación.

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Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).