A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Noche

Como era tradición, en la época de Semana Santa, el Hotel Arabia organizaba para sus huéspedes visitas a todas las procesiones, iglesias, conventos, museos, restaurantes de comida típica y demás atractivos turísticos. Además, el Sábado Santo, una vez concluidas las festividades religiosas, realizaba una fiesta de integración. Esa noche, el hotel tenía reservado balcones, para que algunos huéspedes pudieran ver cómodamente la procesión que salía de la iglesia de la Ermita, situada al oriente de la ciudad.
El joven Arabia y Manuela, se ubicaron en uno de los balcones, junto a cuatro turistas. Mientras la procesión iniciaba, mirando cómo la fuerza pública y los scouts organizaban a centenares de personas sobre la acera, el joven Arabia le preguntó a su acompañante:
— ¿Y cómo te sientes en tu nuevo empleo?
— Muy bien, doctor. Quiero decirle que puede contar conmigo para todo lo que necesite.
— Cuando estemos solos, no quiero que me digas doctor. Dime simplemente Manuel.
Con sus escobas de paja los barrenderos limpiaban las calles de basuras y pecados, como preludio a la procesión del Señor.
— Hace un rato, el Jefe de Recursos Humanos me hizo llegar el diseño de la encuesta que ustedes prepararon, pero no tuve tiempo de leerla. Después de la procesión, quiero que la revisemos, para que desde mañana mismo empieces a desarrollarla.
— Como usted diga —respondió ella con una expresión de desconcierto.
— ¿Te pasa algo?
— Pienso que cuando terminemos de revisarla, no encontraré transporte hasta mi casa y yo vivo muy lejos… Además, no le dije a mi mamá que llegaría tan tarde.
— Precisamente para éste tipo de situaciones te asignaron el teléfono móvil. Llama a tu casa e informa que hoy te quedarás en el hotel.
Cuando Manuela colgó el teléfono, la Banda de Guerra de la Policía Nacional pasaba justo enfrente de ellos y con sus dianas y redoblantes anunciaba al primero de los pasos. Manuel aprovechó la música para decirle al oído que le quedaba muy
bien aquel traje nuevo. Era blanco y largo, y le combinaba con las flores de color rosa de los pasos, que resplandecían bajo sitiales tejidos con hilos de oro. Sobre los hombros de ocho cargueros, el paso que daba inicio a la procesión era “San Juan Evangelista”; luego siguió “La Magdalena”.
— “En esta Procesión, a diferencia de otras del resto del mundo, los cargueros, vestidos con su túnico azul de penitente, alpargatas de cabuya y un capirote en la cabeza, llevan su rostro al descubierto” —Leyó en voz alta Manuel en una guía turística.
De repente salió una joven de cabello muy largo, recogido en dos trenzas. Llevaba los hombros desnudos y traía puesto un traje de Ñapanga, de colores vivos. En sus manos cargaba un pebetero y sahumaba el paso de “El Prendimiento”, en el que
Jesús al ser traicionado por Judas Iscariote, es aprehendido por soldados romanos. A Manuel le pareció increíble ver alrededor de los pasos, como estrellas de fuego, gente tan disímil alumbrando con sirios de todos los tamaños y formas.
— Hace tres años, mientras estudiaba en el colegio —comentó Manuela—, trabajé como guía turística en el museo de Arte Religioso. Quizá por eso me entusiasmó tanto el museo del doctor Lazzar.
— Yo jamás he ido al museo de Arte Religioso, ¿qué tantas cosas se exhiben ahí?
— Lo más selecto de las iglesias del país, en cuanto a riqueza ornamental, imaginería, vasos sagrados y custodias —recalcó Manuela, como si estuviera recitando un libreto—. El museo es un motivo de orgullo para la ciudad.
El joven Arabia se quedó en silencio, pensando en lo poco que conocía la ciudad. Su bachillerato lo estudió en Bogotá y la universidad la hizo en Paris. Lazzar pensaba que su hijo, una vez hubiera conocido diferentes culturas podría determinar si regresaba a la ciudad, no necesariamente a trabajar en el negocio de los hoteles, o se quedaba viviendo en otras latitudes.
La procesión seguía su rumbo. Marchaban militares con estandartes, miembros del Clero, del gobierno, y, los regidores: hombres y mujeres vestidos de frac, que imponían una cruz de madera en señal de excomunión a todo el que no mantuviera
el orden. Luego salió el paso de “El Santo Ecce-Homo”, uno de los más venerados de la ciudad. Sobre un trono enchapado en plata se encontraba sentado el Nazareno, después de haber sido azotado y coronado con espinas. Manuel observó sus detalles y recordó que cuando Pilatos presentó a Jesús al pueblo, en tono de burla le dijo: He aquí el hombre. A Manuel le impactó la expresión de dolor de Jesús y lo puso a pensar la serie de imágenes grabadas en el trono enchapado en plata, que de acuerdo a Manuela, representaban el momento en que los soldados romanos le entregaban a Herodes el tetrarca y a su sobrina Salomé, una bandeja con la cabeza de San Juan Bautista.
Mientras salían los pasos, todos los asistentes observaban en silencio. Se escuchaba el crujir de las andas de madera, cuando los cargueros las apoyaban sobre sus alcayatas. También se oían las dianas y redoblantes abriendo y cerrando la procesión.
Éstas se conjugaban con la marcha fúnebre que transportaba a los asistentes a una época gloriosa. Viendo el paso de “El Señor del Perdón”, donde Jesús se encuentra arrodillado sobre el mundo, muriendo por el pecado de los hombres, Manuel se dio la bendición y como todos esos días lo había hecho, le pidió a Dios que le diera fortaleza para tomar decisiones.
“La Dolorosa” fue el último paso. Manuela le informó que éste, junto a “Las Insignias” y al “Santo Sepulcro”, eran los más pesados. Lo anterior no le pareció extraño, pues el sitial, las andas de carey, la magnífica corona imperial, los mantos,
vestidos, y los detalles como ángeles, rayos en oro blanco y arreglos florales, debían pesar una tonelada. Después de “La Dolorosa”, la banda de guerra de la Academia Militar cerró la procesión. Manuel se puso de pie y le dio un beso a su acompañante, que fue ampliamente correspondido. Rumbo al hotel, estuvo pensativo. Del cielo se precipitaba una llovizna.
— Acabo de recordar que no hay habitaciones disponibles —señaló Manuel—. El hotel está completamente lleno. Si no te importa puedes quedarte conmigo. De lo contrario, cuando terminemos de trabajar, yo mismo te llevaré a tu casa.
— No puedo llegar a la casa. Le dije a mi mamá que dormiría en el hotel...
En la oficina, Manuel sirvió dos whiskies. Uno con hielo para ella y otro puro para él.
— Gracias, pero no me gusta beber y mucho menos antes de acostarme.
— Tómeselo despacio: una gran ejecutiva, sabe medir sus tragos.
Una vez dijo esto, Manuel tomó de su escritorio las encuestas que el Jefe de Recursos Humanos le hizo llegar y se puso a leerlas en silencio. Había una para los huéspedes, otra para los políticos, gerentes y empresarios de la región y otra para
los empleados.
— Estoy conforme con las encuestas de los clientes y personalidades. Estos últimos son además quienes más huéspedes traen al hotel. Pero no me convence la encuesta diseñada para los empleados. Será mejor que personalmente te reúnas con cada uno de ellos, incluyendo a los directivos y socios, y les hagas las preguntas del cuestionario. Quiero que de acuerdo a tus percepciones, diligencies los formatos.
— ¡Por supuesto, como usted desee!
— Será lo mejor, pero debes tener cuidado. Los empleados son un sector muy susceptible y, de seguro, entre ellos encontrarás rivalidades. Empieza mañana a diligenciar la encuesta de los clientes. Después de Semana Santa, cuando ya tengas los primeros resultados, continúa con las personalidades de la región y con los empleados.
— ¿Y si entrevisto primero a los empleados?
— No, ésta semana estaremos muy ocupados y no es conveniente interrumpir su trabajo para contestar las preguntas... ¡Ya es hora de ir a acostarnos! Espérame en la suite, mientras yo cierro la oficina.
— Jamás me he quedado en un hotel y mucho menos con alguien —confesó Manuela.
— ¡No te preocupes, será una experiencia inolvidable!
Junto a uno de los pilares de la suite, Manuela, sintiéndose la princesa de algún cuento de hadas, recibió de Manuel otro trago. Él, de píe, la tomó de las manos y la besó. Después, con sus dedos humedecidos de whisky, le quitó el lapislázuli de los ojos. De repente, se le vino a la cabeza el recuerdo de Salomé y despojó a Manuela de su vestido blanco. Se embriagó con su cuerpo de niña y en un coro celestial de gemidos caminaron al cielo. Cuando terminaron, el joven Arabia se vistió, tomó de la mesa de noche una Biblia y salió a fumarse un cigarrillo.

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Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).