A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Martes Santo - Mañana

El Ave María se escuchaba cuando Manuela, la mesera que trabajaba en el casino, llegó a la oficina de su jefe. Su cabello recogido se encontraba mojado. El joven Arabia la hizo pasar y fumando el segundo cigarrillo del día le solicitó a su secretaria dos tintos.
— ¡No pensé verla tan temprano! —exclamó Manuel, enderezando el sable colgado en la pared. Luego dijo articulando lentamente todas las sílabas—: ¡No-la-quie-ro-ver-un-mi-nuto-más-tra-ba-jan-do-en-el-ca-si-no!
Sin entender lo que estaba sucediendo, ella, que no conocía el motivo de la reunión, se cubrió con sus manos el rostro y con voz temblorosa suplicó:
— ¡Por lo que más quiera, no me despida! Soy muy pobre y mi mamá está enferma.
Al oír esto, Manuel se soltó a reír.— No la voy a despedir, sino a ascenderla a un mejor trabajo. Yo necesito a una mujer como usted para encomendarle una misión muy importante. ¡Sí, como lo oye! ¡Una misión muy importante! En este hotel se está reaccionando a los problemas, en lugar de ejecutar una planeación rigurosa de actividades. Desde esta misma tarde —enfatizó apuntando con su dedo índice hacia el piso—, usted deberá averiguar qué piensan sobre el Hotel Arabia los trabajadores, así como los huéspedes y la comunidad en general.
— ¿Y cómo debo hacerlo? —preguntó Manuela limpiándose las lágrimas.
— Deberá realizar registros de los huéspedes y de los empleados en sus puestos de trabajo. Del mismo modo, tendrá que entrevistarse con políticos y empresarios de la región. Conocer esta información será muy útil, pues además de tener elementos que permitan evaluar la calidad de nuestro servicio, podremos identificar qué otras cosas estamos en capacidad de ofrecer. Bueno, también podremos medir el desempeño de los empleados. Por ello, deberá ser discreta en lo que hace —diciendo esto, Manuel tomó su chequera del escritorio y le entregó un cheque por dos millones de pesos—. Quiero que se arregle muy bien, porque además de estas funciones tendrá que acompañarme a muchas actividades importantes.
— Acepto el trabajo, doctor, pero no sabré cómo pagarle… —afirmó Manuela, tomando el cheque entre sus manos.
— No se preocupe —la interrumpió él—, con que sea responsable y comprometida será suficiente. Quiero que en dos horas vaya donde el Jefe de Recursos Humanos para que le ayude a estructurar una encuesta y le explique los aspectos legales de su nuevo empleo.
— Doctor, disculpe la pregunta, ¿por qué me escogió para este trabajo habiendo gente más capacitada que yo?
— Porque me dieron buenas referencias suyas y cuando estuve en el casino, a pesar de haber derramado la cerveza, me pareció una joven encantadora. Manuela, ¿cuál es el número de su teléfono móvil?
— No, doctor, no tengo. Pero si me autoriza, con este dinero compro uno.
— No será necesario, la espero mañana a las seis y treinta de la tarde para que me acompañe a la procesión de Semana Santa y conversemos sobre los primeros resultados del trabajo. ¡Ah! si tiene novio, espero que no sea celoso, ya que deberá
acompañarme a muchas partes, incluso por fuera de la ciudad. Cuando Manuela salió de la oficina, el joven Arabia llamó al Jefe de Recursos Humanos para informarle sobre sus planes con relación al trabajo de ella. A través de la bocina del teléfono se escuchaban gritos.
— David, ¿qué ocurre?
— A unos huéspedes se les desapareció un vestido y un collar. Están culpando de ladrona a la camarera.
— En dos minutos estaré en tu oficina. Procura calmar los ánimos, voy a encargarme personalmente del caso.
A David que llevaba más de quince años solucionando esos problemas, le pareció absurdo que Manuel quisiera hacerse cargo. Cuando entró a la oficina de Recursos Humanos, un hombre según pensó, de aproximadamente treinta años, y una mujer al parecer de la misma edad, se encontraban de pie junto a David y la camarera. Esta última era la empleada más antigua del hotel. Manuel le pidió a ella retirarse. El hombre era una persona de estatura media, de cabello rubio y cuerpo atlético. Tenía ojos claros y ropa deportiva: una sudadera marca Adidas, de color azul y una amplia camiseta. Cuando Manuel se presentó, él le estrechó la mano y le agradeció su interés. Se llamaba Andrés José Costa Rica. Su novia, de rasgos bruscos y cuerpo macizo, era una mujer de piel trigueña y cabello tinturado de rojo. Sus labios eran gruesos y sus ojos un tanto rasgados. Traía puesto un vestido de flores, con un amplio escote en el pecho. Se presentó como Gisela y cuando Manuel le ofreció la mano para saludarla, ésta le dio la espalda.
— ¿Y qué sucedió? —preguntó Manuel al Jefe de Recursos Humanos.
— Esta mañana, cuando los señores regresaron de tomar el desayuno, la habitación estaba limpia y arreglada. En el momento en que ella fue a cambiarse de ropa. —respondió David señalando a Gisela—, no encontró el vestido que se iba a poner. Entonces buscó si algo más le hacía falta y se dio cuenta que tampoco aparecía su pulsera de oro.
— Señora Gisela y ¿usted sí recuerda haber traído esas cosas?
— ¡Hmm! ¡Vean a éste otro... se-ño-ri-ta, primero que todo! ¡Pues claro que lo recuerdo!
Elevando el tono de voz, Gisela le contestó que el día anterior, antes de registrarse en el hotel, había comprado el vestido en un almacén de la ciudad. Y que la pulsera se la quitó la noche pasada, ya que la estampita se le engarzó en la cobija. Complementó lo anterior diciendo que la pulsera se la regaló alguien muy especial y era irremplazable.
Mientras Gisela acusaba de ladrona a la camarera, sus mejillas ardían como el color de su cabello. Afirmó que nunca le había sucedido esto en ninguna otra parte. Andrés José, por su parte, trató de tranquilizarla, pero con cada cosa que decía, ella se molestaba aún más. Manuel permaneció en silencio, recordando que en esos casos su papá recomendaba dejar que el cliente se desahogara.
— Y lo que más me duele —continúo Gisela—, es que me robaron el vestido que me iba a poner esta noche para ir a conocer a los papás de Andrés José: una de las familias más prestantes de la ciudad.
Cuando ella terminó de hablar, Manuel les pidió excusas a ambos por lo ocurrido y le rogó a Gisela describirle como eran el vestido y la pulsera. A las dos de la tarde, se comprometió a regresarles todo. También a entregar el nombre del ladrón.
Hablando de una manera más pausada, ella le contó que su vestido era talla M y de color rojo, y fue comprado en una boutique llamada: ICE. Para que Manuel entendiera mejor, Gisela se dio una vuelta y le dijo que era similar al que traía puesto, solo que más escotado. De la pulsera informó que hacía juego con su cadena. Diciendo esto se inclinó hacia adelante y de en medio de sus senos sacó una cadena con una imagen del Divino Niño.
— ¡Estoy seguro que él ya comprendió como es la pulsera! — anotó en tono grandilocuente Andrés José, dándole a su novia un discreto puntapié.
— Mi ex novio me trajo la cadena y la pulsera de Roma. Las bendijo Juan Pablo II. Aunque este robo me parece muy extraño —confesó Gisela—, ya que el ladrón tuvo la oportunidad de llevarse cosas de mayor valor.
— Y desde que se registraron, ¿a qué horas salieron de la habitación? —preguntó Manuel encendiendo un cigarrillo.
— Sólo esta mañana. Anoche ordenamos la cena por teléfono —comentó Andrés José.
- Bueno, ahora que recuerdo —agregó Gisela—, anoche bajé a la recepción para comprar un rollo fotográfico, pero mi gordo se quedó terminando de cenar. Igual, ahí no pudo ser porque tardé menos de diez minutos y él no se movió de la habitación.
Manuel, como queriendo cambiar el tema, le preguntó a Andrés José:
— Disculpe, pero… ¿le ocurrió algún accidente en el hotel? Lo digo por la cura de su dedo.
— ¡Ahhh, esto! —exclamó Andrés José, levantando el dedo índice y echando hacia atrás sus hombros—. Me corté partiendo la carne de la cena.
— Amor, ¿y en qué momento te hiciste eso?
— Precisamente cuando bajaste a comprar el rollo fotográfico. No mencioné nada para no alarmarte: sé de tu pavor por la sangre.
Sin conocer los planes de su jefe para regresar el vestido y la pulsera, David permaneció en silencio. Manuel se despidió de la pareja de novios, confirmando que a las dos de la tarde él mismo iría a la habitación a llevarles las cosas. De nuevo
les reiteró sus disculpas. Esta vez, Gisela fue la primera en darle la mano y le dijo que lo estaría esperando. Andrés José, cogió de la cintura a su novia y se despidió sin mayores comentarios.
Una vez se marcharon, Manuel le preguntó al Jefe de Recursos Humanos:
— ¿Y qué opinas de esto?
— Que Claudia, la camarera, no es una vulgar ladrona.
— Quiero que te consigas un vestido con las descripciones que nos dio Gisela. Yo me encargo del ladrón y la pulsera. Luego, el joven Arabia le pidió a David que llamara a recepción y diera la orden de no cobrar el alquiler del cuarto a esa
pareja de novios. Del mismo modo le informó que Manuela lo iría a visitar, y le explicó lo concerniente a su trabajo. Antes de implementar la encuesta, el joven Arabia le solicitó hacerle llegar las preguntas, para darles el visto bueno y cuanto
antes iniciar el estudio. Después le encargó un teléfono móvil para Manuela, con el objeto de que tuviese todas las herramientas para desarrollar bien su trabajo.
Cuando Manuel regresó a la oficina, Claudia, la camarera, lo esperaba. El joven Arabia le hizo traer agua aromática de manzanilla. Después prendió un cigarrillo y le comunicó que tanto él, como el jefe de Recursos Humanos, sabían que ella no era una ladrona.
— Doña Claudia, —dijo Manuel de manera intempestiva— ¿usted sabe si ya pasó el camión de la basura?
— No, pasa de noche —aseguró ella confundida por la pregunta.
— Quiero que busque el vestido de Gisela o algún rastro suyo, dentro de los cestos de la basura. Empieza por los de la primera planta.
Claudia, sin entender nada, quiso preguntar más sobre el tema, pero Manuel insistió que después le explicaría mejor.

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Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).