A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.

Domingo de Ramos - Mañana

A las once menos cuarto, Esther llamó a la puerta de la suite de su sobrino. Manuel se levantó y la invitó a pasar. Había leído toda la noche y sólo hasta las nueve de la mañana pudo quedarse dormido. Ella, viendo el cenicero lleno de colillas de cigarrillos, le dijo que si con esa cara de amanecido iba a gerenciar el hotel, sería mejor poner en venta sus acciones.
Esther era como la mamá de Manuel. Desde la muerte de Alejandra, ella le ayudó a Lazzar en su crianza. A pesar de sus setenta y dos años, tres menos que su hermano Aarón y cinco más que Lazzar, hasta ser envenenada, era una mujer que se conservaba muy joven. Desde niño a Manuel le llamó la atención que alguien tan bella e inteligente no hubiese tenido hijos, pues a pesar de haber convivido con dos hombres, nunca quedó embarazada. Esther se especializó en derecho de familia, pero como nunca ejerció su profesión, su hermano Aarón, en son de broma decía que era el único abogado que jamás había perdido un caso. Se dedicó a leer historia latinoamericana y se enamoró de Francisco José de Caldas, el primer sabio de América.
— Te llamé con el pensamiento —dijo Manuel, sirviendo un vaso de whisky—, sino hubieras venido a visitarme, esta tarde yo hubiera ido a buscarte
— ¿Hijo, no es muy temprano para beber y más tú en ayunas?
— La situación lo amerita. Tía, descubrí algo muy delicado.
Manuel le contó acerca de las conversaciones con el agente Valdivieso y de sus sospechas de que el Presidente de la Junta Directiva estuviera implicado en el asesinato de su papá.
— Desde hace años conozco a Rafael Eduardo y aunque siempre ha sido impulsivo y en ocasiones imprudente, me cuesta trabajo creer que pueda estar detrás de esto.
— ¿Y tú sabes si mi padre tenía novia o algo así?
— Desde la muerte de Alejandra, tu papá siempre estuvo solo. Yo imaginaba que de vez en cuando tenía aventuras, como cualquier hombre, pero supongo que nada serio.
Manuel le entregó la carta que se encontraba sobre el escritorio y, una vez ella terminó de leerla, le preguntó:
— ¿Y ahora qué piensas?
— Que las mujeres en la vida de mi hermano pasaron a un segundo plano. A él sólo le importaban la familia, los negocios y la Fundación Arabia. Suena contradictorio decir que un empresario exitoso tenga sensibilidad social y dedique parte de su tiempo y recursos a una fundación ¿cierto?, pero así era tu padre. Por ello —suspiró Esther—, me cuesta trabajo creer lo que dice esta carta.
— Tía, dicen que en los últimos meses mi padre se encontraba nervioso, como si algo le preocupara. Además, según pude darme cuenta, tenía muy descuidado el hotel. Agravó esta situación el intento de homicidio que te hicieron y la muerte de Jorge, su mejor amigo. Para mí, sus preocupaciones no tenían nada que ver con el Hotel Arabia o con su seguridad, ni mucho menos con las demás inversiones. Este tipo de circunstancias él las afrontaba con determinación. Recuerdo que cuando tenía problemas en el trabajo, mi padre se tomaba su tiempo para relajarse, meditar y escuchar música clásica.
— También asistía a un gran número de eventos públicos y gastaba mucho dinero ayudando a las personas —complementó Esther.
— ¡Sí, eso es verdad! —asintió Manuel con tristeza—. Se me ocurre que antes de que intentaran envenenarte, mi papá sufrió un desequilibrio emocional. Ese desequilibrio no pudo ser otra cosa que un asunto del corazón, de sus sentimientos… tema en el que me permito juzgar, él nunca fue un experto.
— Pero tú sí ¿cierto?
— ¿Yo? Me extraña, tía, pero bueno, dejemos ese tema allí. Luego Manuel le contó que Giovanni Quessep se refirió a su papá con el nombre de Humbert Humbert y le dijo que todas las respuestas que buscaba se encontraban en la biblioteca.
Él, sin entender muy bien al bardo, recordó el libro que su padre le iba a regalar y empezó a leerlo y como si fuera un juego del destino encontró que el protagonista de Lolita se llamaba Humbert Humbert.
—Pero cuéntame, ¿qué hallaste en la lectura?
Manuel le contó sus apreciaciones sobre el libro. A su juicio, Humbert Humbert se había convertido en un alter ego de Lazzar. A pesar de las circunstancias en que leyó la novela, le pareció una joya de la literatura, pues sintió como propio el grado de desesperación al que una niña de doce años lleva al protagonista.
Lo anterior le permitió entender que la mujer mencionada en la carta y por la cual Quessep llamaba Humbert Humbert a su papá, debía ser muy joven, casi una niña. Razón valedera para que Lazzar diera tantos rodeos en presentar a su prometida. Como pensó, su padre, por algún motivo se arrepintió de enviarle la carta y el libro.
— Tía, encontré en el libro una frase que parece haber sido subrayada por mi padre con las uñas. La leí varias veces pero no me dice nada más allá de la historia.
— Recuerda que tu padre tenía la costumbre de subrayar todo lo que leía.
— Sí, pero de un libro de casi trescientas páginas… ¿por qué sólo subrayar un pequeño fragmento y no hacerlo con un lápiz?
Todo me parece muy confuso, entre otras cosas porque este tipo de subrayado no se descubre ojeando el libro, sino leyéndolo con dedicación. ¿Estará sugiriendo algo?
— ¡Con tantas cosas que han ocurrido últimamente, me parece probable! Muéstrame el fragmento subrayado.

Un par de centímetros más alta. Gafas de montura rosada. Nuevo peinado hacia arriba, orejas nuevas. ¡Qué simple! El momento, la muerte que había imaginado durante tres años era simple como un pedazo de madera seca. Estaba francamente, inmensamente encinta. La cabeza parecía más pequeña (sólo transcurrieron dos segundos, en realidad, pero permitidme asignarles tanta duración como puede sobrellevar la vida) y sus pálidas mejillas estaban hundidas y sus piernas y brazos desnudos habían perdido su tinte bronceado, de modo que se notaba el vello. Llevaba un vestido de algodón sin mangas, color pardo, y zapatillas de paño sucias de fango.

— Para contextualizarte con la historia —dijo Manuel—, esto sucede cuando Humbert Humbert, después de algún tiempo de no saber nada de Dolly Schiller, “Lolita”, porque lo abandonó por irse con otro, recibe una carta suya y la va a visitar a su casa.
— Entiendo, pero el texto tampoco me dice nada. ¡Aunque vi la adaptación de la novela al cine que hizo Stanley Kubrick, préstame el libro, quiero leerlo, tal vez pueda ayudarte a sacar conclusiones!
— Claro que sí, tía, llévalo. Oye, tengo hambre, ¿me esperas un momento, me baño, y vamos a almorzar?
— Bueno, pero no tardes.
Esther encendió el computador portátil de Manuel y se conectó a Internet. Cuando ingresó a su correo electrónico, en la lista de contactos de Hotmail, apareció un letrero que decía: “Lazzar acababa de iniciar sesión”. Esther se asustó y llamó a su
sobrino. Manuel le envió un mensaje instantáneo en donde escribió: “¿Quién está utilizando el correo de mi papá?” De repente, en la pantalla del computador comenzaron a salir símbolos de pregunta y admiración, después Lazzar apareció desconectado.
- Mi hermano se está despidiendo de mí —aseguró la tía Esther. Manuel permaneció en silencio y se terminó de vestir.
Mientras en el restaurante, el violín, la viola, el violonchelo y el contrabajo entablaban un intenso diálogo con el piano, la tía Esther y Manuel permanecían en completo silencio en espera del almuerzo. Para ambos escuchar obras como “El Quinteto de la trucha”, o “El Canto del Cisne”, de Franz Shubert, interpretados por “Compas 21”, la orquesta de cámara del hotel, y almorzar comida arábiga, eran una absoluta liberación. Limpiándose el constante lagrimeo en su ojo izquierdo, la tía Esther le comunicó a Manuel:
— Si mi hermano tuvo una novia, ella debe trabajar en el hotel. Gran parte de su tiempo Lazzar permanecía aquí.
— ¿Pero qué conexiones pueden existir entre una “lolita” de las descritas por Nabokov y una trabajadora de este hotel?
— No sé, hijo, pero no descartes esa posibilidad —señaló Esther, observando como ardía la madera en la chimenea—. Casi un mes antes de que intentaran asesinarme, Lazzar me comunicó que recibió amenazas y me iba a poner escolta. Yo le pedí que no lo hiciera: era ilógico que alguien deseara hacerme daño.
— ¿Y quién amenazó a mi papá?
— Un político al que le negó el derecho de admisión al hotel —indicó, terminando de comer la “ensalada de Tabbule”. Le tenía pavor a las grasas, como sopas y carnes, pues todo indicaba que en una de éstas diluyeron el veneno.
— Yo no tenía idea de esto… ¿Y por qué no me contaron nada?
— Porque te encontrabas en exámenes finales y no quisimos preocuparte.
— ¿No me digas que fue ese tal Américo Meneses?
— ¡Sí, el mismo! Trató a tu papá de “vulgar mercachifle” y le gritó que esa sería su ruina.
Américo Meneses Frías era un hombre muy rico que gozó de prestigio por haber construido barrios enteros, canchas de fútbol, parques y hasta cementerios para personas de sectores marginales, acciones que en dos ocasiones lo llevaron al Congreso de la República. Lazzar se reservó el derecho de admisión, porque Américo Meneses estaba siendo investigado por enriquecimiento ilícito, asesinato y la desaparición forzada de un grupo de sindicalistas.
— ¿Y la Policía sabe de estas amenazas?
— Por supuesto, tengo entendido que él es uno de los principales sospechosos.
Manuel y su tía se comprometieron a averiguar sobre la novia de su papá. Señalaron que debían tener mucha cautela para no ir a ensuciar su memoria. La semana siguiente, el Viernes Santo, día en que Esther presentaría un libro sobre la vida de Francisco José de Caldas, se volverían a reunir.

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Biobibliografía

Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.

Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).