Sólo fue necesario llamar una vez a la puerta de la habitación 104, para que Gisela abriera sonriente y los invitase a pasar. Sin mayores preámbulos, el jefe de Recursos Humanos le entregó una bolsa de papel regalo y una pequeña tarjeta que
decía:
DE: sus siempre amigos, Hotel Arabia.
PARA: Andrés José y Gisela, con gran sentimiento de respeto.
Impaciente, Gisela abrió la bolsa de regalo y encontró un vestido rojo similar al extraviado. Cuando David fue a la boutique indicada por ella, revisaron en el talonario de facturas de compra y le vendieron otro de la misma referencia. Viendo el vestido y la expresión de felicidad de su novia, Andrés José preguntó a Manuel:
— ¿Y la pulsera?
Durante algunos instantes, el joven Arabia lo observó con detenimiento. Luego, sin decir una palabra abrió la ventana y prendió un cigarrillo. Todos en la habitación permanecieron en silencio, esperando su respuesta.
— Señorita Gisela —dijo Manuel hablando pausadamente— : ¿por qué no le pregunta a su novio qué hizo la pulsera? Le aseguro que él podrá responderle mejor que yo.
Los presentes, incluido el Jefe Administrativo que no conocía los planes de Manuel, se miraron unos a otros.
— ¿Qué argumentos tiene para acusarme de ladrón? —cuestionó Andrés José.
— No lo estoy acusando de ladrón. A mi juicio la desaparición del vestido y de la pulsera obedecen a un problema de protocolo y de celos, y no a un vulgar robo de una camarera —objetó Manuel, mientras sacaba de su bolsillo un retazo de lycra de color rojo, con algunas manchas de sangre y de comida
—. Gisela, ¿usted conoce esto?
— ¡Era el cinturón de mi vestido! —dijo a la espera de una explicación.
— Será mejor que usted mismo le cuente a su novia por qué cortó en pedazos el vestido y desapareció la pulsera, cuando ella salió a comprar el rollo fotográfico.
Con la mirada colmada de desprecio Andrés José confesó su culpa. Mencionó que estaban ahí porque su familia deseaba conocer a Gisela. Todo marchaba bien hasta que ella se antojó de comprar un vestido nuevo, entonces la llevó a una de las más reconocidas boutiques de la ciudad. Gisela entró y se midió algunas prendas, pero ninguna le gustó. En la esquina de ese almacén encontraron otra boutique, de ropa más de su estilo, donde compraron el objeto de la discordia. Andrés José no tuvo el carácter de confesar a su prometida que ese vestido tan corto y escotado escandalizaría a su familia.
Después de cenar en la habitación, Andrés José mandó a Gisela a comprar un rollo fotográfico. En ese momento, valiéndose del cuchillo de la carne, cortó en retazos el vestido y como sabía que no tenía suficiente tiempo antes de que ella regresara, lo arrojó en un cesto de basura de la primera planta.
En seguida, tomó de la mesa de noche la pulsera del ex novio de Gisela y resolvió simular que un ladrón había entrado al cuarto.
Diciendo esto, Andrés José sacó la pulsera de uno de los bolsillos de su maleta y se la entregó a su novia. Ella, sin salir del asombro, besó la estampa del Divino Niño y mirando con ternura a su novio ajustó la pulsera en su mano derecha. Andrés José tomó por la espalda a Gisela y le preguntó a Manuel cómo lo había descubierto. El joven Arabia le aseguró que no fue una tarea fácil y le relató los hechos.
Manuel, gracias a sus gestos y comentarios, se percató de que Andrés José era un hombre celoso. Saber que el vestido robado era más pequeño que el lucido en esos momentos por Gisela, convirtió a Andrés José en el principal sospechoso.
Sus sospechas fueron ratificadas cuando Gisela mencionó que la pulsera y la cadena se las regaló el ex novio. Por otro lado, David le recordó que la camarera acusada de ladrona era la trabajadora más antigua del hotel. Pero hasta ese punto Manuel no tenía pruebas para inculpar a Andrés José. Éstas llegaron luego de enterarse que esa noche los padres de Andrés José conocerían a Gisela. Según ella, su novio era de una familia prestante, adjetivo usado en la ciudad para denominar a las familias tradicionalistas. Entonces Manuel entendió que así Gisela se viera atractiva con ese vestido, los papás de Andrés José no la aceptarían en la familia.
— ¡Lo demás fue simple deducción! —aseguró Manuel, mirando a Andrés José—. Pensé que el camino más fácil para desaparecer el vestido era arrojarlo a un cesto de basura. Entonces le pedí a la camarera buscarlo en los basureros del hotel, en especial en los de la primera planta. Sabía que en el tiempo que tuvo antes de que su novia regresara con el rollo fotográfico, usted no podía ir muy lejos. Claudia, la camarera no encontró el vestido, pero sí corroboró mis sospechas al traerme retazos del mismo, bruscamente rasgados y con rastros de sangre. En ese momento recordé que su novio tenía una cortada en el dedo índice —dijo mirando a Gisela— y como usted no sabía nada de esto, deduje que se hirió la mano rasgando el vestido con el cuchillo de la cena.
— Pero doctor Arabia, —lo interrumpió Gisela— si el hotel no tuvo la culpa, conociendo la verdad, ¿por qué asumieron los costos de comprar otro vestido igual?
— Fue un precio muy bajo por no perdernos el rostro de Andrés José al ver de nuevo el vestido. —confesó Manuel sonriendo—. Además, sabía que si actuaba de este modo, ustedes se llevarían un grato recuerdo del hotel, ¿cierto?
Manuel y el Jefe de Recursos Humanos se despidieron de los novios y salieron del cuarto. Apenas cerraron la puerta, se escucharon gritos de Gisela, luego un golpe seco, como de una cachetada. De camino a la oficina de Gerencia, David dijo:
— La deducción que acabas de hacer, aunque parece elemental, fue simplemente brillante. Déjame narrarles a los miembros de la Junta Directiva lo que hoy sucedió, en especial a Rafael, que poco cree en tus capacidades para dirigir
este hotel.
— No hay problema, hazlo; igual, es lógico el temor de Rafael Eduardo y me interesa que todos sepan que ha empezado una nueva etapa en el Hotel Arabia.
— ¡Bien, eso haré! Cambiando de tema, te cuento que estuve trabajando con Manuela en la estructuración de las encuestas. Tenía mis dudas con respecto a ella, pero ahora sé que le encomendaste semejante labor porque viste en ella algo muy
importante.
— Siempre he creído que las empresas deben aprovechar al máximo las capacidades de sus empleados y para ello los jefes debemos dar oportunidades. Manuela, a pesar de ser muy joven, está siendo desaprovechada en el casino. Ella tiene madera para ser una gran relacionista pública, perfil que sin mi papá hace falta en el hotel.
— Bueno Manuel, debo irme. Si Dios quiere mañana al finalizar la tarde, te haremos llegar el diseño de la encuesta. Manuel terminó de revisar unos papeles y le pidió a su secretaria localizar a Rafael Eduardo. Minutos después, la secretaria le informó que lo llamó al teléfono móvil, pero éste no contestó, entonces marcó a la casa y su esposa le comunicó que no se encontraba en la ciudad y que regresaría el Jueves Santo en el avión del medio día. El joven Arabia encendió un cigarrillo y subió a la suite. Se quitó los zapatos, se acostó en la cama y miró su reloj, dándose cuenta que tenía una hora para descansar. A las seis había quedado de recoger a Salomé.
— “¡Manuelita!” —Repitió en voz alta, teniendo la certeza de que su nombre y el de ella habían sido hechos el uno para el otro.
Sobre una de las mesas de noche había un portarretratos con una vieja fotografía de sus padres. Manuel la tomó en sus manos y pensó en lo hermosa que era su mamá y en cuánto le hubiese gustado conocerla. Después, reconoció en su cuello
un medallón de plata en forma de cuarto de luna, similar al de Salomé y maldijo a su papá cuando cayó en la cuenta que sólo él pudo regalarle a la barmaid el medallón de su mamá.
A Johann Rodríguez-Bravo, estas fantasías tan mías como suyas.
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Acerca del autor
Biobibliografía
Una tarde cualquiera, cuando estudiaba administración de empresas en la Universidad del Cauca y salía de la biblioteca con una novela bajo el brazo y no con el libro de matemática financiera que necesitaba, entendí que mi vocación era la literatura. ¡Sí, la literatura! No fue sencillo reconocerlo y menos aceptarlo, al punto que aún no me dedico de lleno a las letras.
Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).
Nací en Popayán (Colombia) en abril de 1980, ciudad que como un Aleph superpone presente, pasado y futuro. En el 2001 obtuve una mención de honor, en el Segundo Concurso de Cuento y Poesía Radio Universidad del Cauca. El cuento finalista fue Cábala en Re Menor y salió publicado en la antología Al Filo de las Palabras. Tres años después, junto a entrañables amigos, fundamos la Revista Cultural La Mandrágora, de la que soy director. En junio de 2006, fui becario de la Fundación Mempo Giardinelli y de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), en el Seminario de Literatura y Crítica, realizado en Resistencia (Argentina).
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