tag:blogger.com,1999:blog-54561568041963829352024-03-13T10:56:42.318-03:00Espérame desnuda entre los alacranesA Johann Rodríguez-Bravo,
estas fantasías tan mías como suyas.Unknownnoreply@blogger.comBlogger27125tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-14983010437822315392007-11-16T13:36:00.001-03:002011-01-06T10:53:58.586-03:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijoadMQM3x5RlZGSRo8-vzb_2HFo4-AOgl1MJCsAAZqXa3v-wrd93yDscE3Wa9d4wForiwyDvgrvdcK18XjH6dfqb6GUE5LA0CNY3hUVTpX3kdzZGaXTs5tN7nPJw7rZ-jt1qWgluARnvb/s1600-h/Esp%C3%A9rame+desnuda+entre+los+alacranes.JPG"><img alt="" border="0" height="640" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5133400952632588322" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijoadMQM3x5RlZGSRo8-vzb_2HFo4-AOgl1MJCsAAZqXa3v-wrd93yDscE3Wa9d4wForiwyDvgrvdcK18XjH6dfqb6GUE5LA0CNY3hUVTpX3kdzZGaXTs5tN7nPJw7rZ-jt1qWgluARnvb/s640/Esp%C3%A9rame+desnuda+entre+los+alacranes.JPG" style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center;" width="468" /></a><br />
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© Rubén VaronaUnknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-9009173532136271022007-11-16T12:57:00.001-03:002007-11-16T12:57:24.120-03:00Dedicatoria<em>A Johann Rodríguez-Bravo,<br />estas fantasías tan mías como suyas.</em>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-91004188494881869772007-11-16T12:54:00.000-03:002007-11-16T12:56:42.671-03:00Epígrafes<em>Por toda herencia tienes<br />este cielo podrido Babilonia<br />ese canto fantasma<br />de un moscardón que vuela<br />verde de tanto amarte Babilonia<br />Toda piedra es extraña todo río<br />lame un lecho purpúreo. No estás sola<br />Ahora te acompañan Padre nuestro<br />que estabas en los cielos<br />nubes leprosas pobre Babilonia<br /><br />Giovanni Quessep<br /><br />Sabía que me había enamorado de Lolita para siempre; pero también sabía que ella no sería siempre Lolita. El uno de enero tendría trece años. Dos años más, y habría dejado de ser una nínfula para convertirse en una “jovencita” y después en una “muchacha”, ese colmo de horrores. El término “para siempre” sólo se aplicaba a mi pasión, a la Lolita eterna reflejada en mi sangre.<br /><br />Vladimir Nabokov</em>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-53931683972324627152007-11-16T12:53:00.000-03:002008-12-08T19:52:57.126-02:00Noticia<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPJ9NSmcSl9j8jmY3jF-W4tbtM4K98r7CKlhW8-YHarcfY6ApTKQY2AzbTKdcZiQ8FExuTK2eV8dNnnRxVqM04h_dUB7NKCnpP5ch2edO5cUno3CGa-0YGAsyVOGGnxV4WHAI0ZV9qFVsT/s1600-h/Noticia.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPJ9NSmcSl9j8jmY3jF-W4tbtM4K98r7CKlhW8-YHarcfY6ApTKQY2AzbTKdcZiQ8FExuTK2eV8dNnnRxVqM04h_dUB7NKCnpP5ch2edO5cUno3CGa-0YGAsyVOGGnxV4WHAI0ZV9qFVsT/s400/Noticia.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5133467026409470018" /></a>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-19755183194544696422007-11-16T12:51:00.000-03:002007-11-16T12:52:24.365-03:00Jueves antes de Semana Santa - TardeTerminada la eucaristía, el ataúd con los restos de Lazzar Arabia Abdala fue conducido hasta el camposanto “Los Huertos”.<br />Ahí, en medio de himnos, flores y demostraciones de afecto, lo sepultaron ante la mirada atenta de familiares, amigos y curiosos. Minutos después, Manuel Arabia fue abordado por un hombre de estatura mediana. Según observó, tenía la cabeza más grande de lo normal. Llevaba entre los dientes una pipa curva, que de tanto fumar, había decolorado su barba.<br />— ¡Acompañándolo en su dolor! Soy el agente Valdivieso y tengo a cargo el caso de su papá.<br />— Mucho gusto —respondió Manuel, estrechándole la mano—. ¿Y ya agarraron a los asesinos?<br />— Vaya despacio, joven. Estamos en eso.<br />Manuel le solicitó información sobre el asesinato de su papá.<br />Según el detective, Lazzar revisaba que todo estuviera en orden para la inauguración de “El Museo de la Tortura y la Pena Capital”, cuando lo golpearon por la espalda con un martillo y lo arrastraron hasta la guillotina. El martillo fue tomado de la caja de herramientas del conserje, que había estado trabajando ahí durante la mañana. Mientras Valdivieso relataba los hechos, Manuel recordó el momento en que acompañó a su papá a comprar el primer objeto del museo: un hacha del siglo XIV, que tenía grabado el escudo de armas de una familia escocesa. De ahí en adelante, él siguió recolectando este tipo de objetos en diferentes anticuarios del mundo. La noche de la inauguración se presentarían simulacros de ejecuciones con la ayuda de señuelos fabricados en tela.<br />— De inmediato sucedió el crimen, ordené hacer un estudio dactilar al salón —complementó Valdivieso alisándose la barba—. Las únicas huellas recientes encontradas fueron de su papá y del conserje. Esto arroja tres hipótesis: la primera,<br />que en el momento de cometer el crimen el asesino o los asesinos usaban guantes; la segunda, que tuvieron tiempo de sobra para borrar su rastro y la última, que el asesino es el conserje.<br />— ¿Y qué hallaron en la autopsia?<br />— Una alta dosis de cafeína y de una sustancia llamada “Metilfenidato”, que al parecer Lazzar empleaba para mantenerse despierto. La pregunta que me surge es —continúo Valdivieso—, si la inauguración del museo estaba casi lista, ¿por qué motivos su papá estaría evitando dormir?<br />— ¿Y ya interrogaron al conserje?<br />— Por supuesto, es el principal sospechoso. No sólo porque el martillo le pertenecía, sino, también, porque no tiene coartada.<br />Manuel permaneció unos segundos pensativo, luego preguntó: — Señor agente, ¿qué relación encuentra usted entre el envenenamiento de mi tía Esther, el suicidio de Jorge y el crimen de mi papá?<br />— Vea joven, le repito: ¡Tenga paciencia! Estamos haciendo lo humanamente posible…<br />— ¡Pues si es del caso —enfatizó Manuel subiendo el tono de voz—, hagan un pacto con el diablo, pero que este crimen no quede impune!<br />Luego, Valdivieso contó al joven Arabia que Marcela, la empleada que encontró el cuerpo de Lazzar, declaró haber escuchado gritos en la escena del crimen. Ella se dirigía a la cocina, porque a las cuatro y treinta había acordado reunirse con el chef. Marcela declaró que iba cinco minutos tarde cuando escuchó un golpe fuerte y seco. Inmediatamente después oyó dos gritos. Las puertas del museo estaban abiertas y la cabeza de Lazzar yacía a un lado de la guillotina. Por cuestión de segundos la cocinera se desmayó. Al recobrar el sentido pidió ayuda, pero como nadie fue a auxiliarla corrió a la recepción.<br />— Cuando se dio cuenta de que los asesinos escaparon — afirmó Valdivieso carraspeando para aclarar la voz—, la cocinera sufrió un ataque de histeria y se hizo necesario internarla en una clínica de reposo.<br />— ¿Y cómo fueron los gritos?<br />— Según ella, muy leves y eran dos voces distintas a la de Lazzar.<br />Manuel le pidió a Valdivieso que cualquier información al respecto se la hiciera conocer. En seguida se despidió, encendió un cigarrillo y buscó un teléfono público para llamar a su novia a Paris. Agobiado por la tristeza le dijo que mientras no tuviera mayor información sobre el asesinato, lo mejor sería comunicarse sólo cuando él la llamase: era probable que las líneas telefónicas estuvieran intervenidas. A regañadientes Satine aceptó, rogándole que tuviera mucho cuidado y que, contrario a su costumbre, tratara de no meterse en problemas.Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-16826820776957278552007-11-16T12:50:00.000-03:002007-11-16T12:51:22.950-03:00NocheEl joven Arabia tomó un baño en casa de su tía Esther. Después le pidió a ella que le narrara todos los hechos desde que fue llevada por envenenamiento a la “Clínica el Remanso”. Esther, hablando con dificultad, porque tenía la mitad de su rostro paralizado, señaló:<br />— Si hubiera pasado más tiempo sin atención médica, probablemente yo habría muerto.<br />— ¿Pero cómo te diste cuenta de que habías sido envenenada?<br />— Tenía un fuerte dolor en el pecho y en el estómago. Cuando fui a la clínica los médicos me diagnosticaron pancreatitis. Con el correr de las horas yo me sentía peor y empecé a brotarme, entonces ellos concluyeron que había sido envenenada.<br />— ¿Y el veneno te lo suministraron en alguna comida?<br />— Sí, pero es casi imposible establecer dónde la ingerí. Según ellos, la sustancia utilizada hizo aparecer los primeros síntomas muchos días después.<br />— Cuando me enteré de lo ocurrido estuve averiguando y encontré que ese tipo de sustancias eran usadas por el servicio secreto de la antigua Unión Soviética y por algunos brujos de la amazonía. ¿Lo que no entiendo es a quién le pudo interesar asesinarte?<br />— Eso es precisamente lo que la policía está investigando. Por lo pronto, hijo, si no salimos ya, llegaremos tarde a la lectura del testamento. Si lo prefieres, vamos en el carro de tu papá que está en el garaje. Las llaves las tengo en el cajón de la mesa de noche.<br />Manuel condujo aquel Mercedes Benz hasta el Hotel Arabia: una verdadera joya de la arquitectura religiosa. El hotel, de techos altos y grandes ventanales, se encontraba ubicado en el centro histórico de la ciudad, cerca de los museos, iglesias<br />y sitios de mayor interés. Cuando llegaron, uno de los porteros, al ver acercarse ese destello de plata, alas de gaviota, modelo 54, sintió que todo era una pesadilla de la que ya era tiempo de despertar. Siendo las 7:30, Manuel entregó las llaves del carro en el estacionamiento y encendió un cigarrillo.<br />Entró al hotel de la mano de su tía, quien cubría su rostro con una pañoleta. En el libro de visitantes ilustres se encontraban registrados casi todos los presidentes, artistas, escritores, diplomáticos e incluso miembros de la realeza que hasta la fecha habían viajado por esta región.<br />Los trabajadores del Hotel Arabia, aterrados por la mejoría de Esther y suponiendo que Manuel era el único heredero, les hicieron calle de honor y los condujeron a la sala de juntas, ubicada en el primer piso del convento que doscientos años atrás fue un monasterio franciscano. El hotel se encontraba dividido en dos claustros y en un lugar conocido como “El Bosque Encantado”.<br />En la sala de juntas los esperaban cuatro de los accionistas del hotel y el abogado de Lazzar. Manuel, sabiendo que cualquiera de ellos pudo tener motivos para asesinar a su papá, les dio un fuerte abrazo y, de acuerdo a las indicaciones del presidente de la Junta Directiva, tomó asiento en la cabecera de la mesa, lugar donde se sentaba Lazzar. A su izquierda, limpiando el lagrimeo constante de sus ojos, se sentó Esther. A Manuel no dejó de maravillarlo el lienzo de Simón Bolívar empuñando su espada y bañado de gloria, así como la lámpara de cristal de murano que prendía del techo y proyectaba una gama de colores verdosos y rojizos.<br />Según informó el Presidente de la Junta Directiva, en aquella reunión debía darse lectura al testamento y de manera provisional elegir un nuevo gerente para el Hotel Arabia. Mientras el presidente puso en consideración el orden del día, Manuel recordó una conversación que cuando niño escuchó entre algunos trabajadores. Uno de ellos, el vigilante, contaba que una noche, luego de terminar el turno de trabajo, estuvo celebrando su cumpleaños con una de las camareras. De repente,<br />oyó la risa de una joven. La risa se fue convirtiendo en carcajada y se oía cada vez más cerca. Creyendo que su amiga había regresado del baño salió a buscarla y en las escaleras en piedra de cantera que del claustro principal conducen a la segunda planta, se encontró a una joven de mirada tan intensa que traspasaba el velo blanco de su rostro. Sin pronunciar palabra la mujer continuó su camino. Él se apresuró a seguirla, pero ella, sin dejar de reírse, cada vez se alejaba y se iba haciendo más y más difusa. El vigilante no pudo explicar lo ocurrido después; sólo recordó el despertar en el antiguo cementerio franciscano, sobre la tumba de una mujer de nombre ilegible. Sus amigos aseguraron que se trataba de una monja de la Encarnación, a quien sus padres internaron en dicha orden de religiosas cuando se dieron cuenta de que ella tenía una espantosa enfermedad: su corazón dejaba de latir por varios minutos y luego continuaba su marcha. A pesar de esto, era la niña más alegre, hermosa y bendecida de todas. De esta historia, lo que más impresionó a Manuel, fue la tarde en que su papá le enseñó un documento en donde los cronistas de la época registraron que en uno de esos ataques de catalepsia la sepultaron viva.<br />Según informó el abogado, Lazzar Arabia Abdala hizo el testamento dos semanas antes de fallecer y nombró a Manuel como único heredero. Su último deseo era que todos los accionistas nombraran a su hijo como Gerente General del Hotel Arabia. Con las acciones que heredó de su papá y con las que para entonces ya tenía, Manuel se había convertido en el principal accionista. Una vez leído el testamento, se abordó el segundo punto del orden del día. Sin mayores preámbulos se dio humo blanco: con su aceptación y durante un periodo de prueba de seis meses, Manuel fue designado Gerente General.<br />Los fundadores del Hotel Arabia fueron los padres de Lazzar, de origen libanés. Llegaron a América del Sur huyendo de la primera guerra mundial. A Manuel le gustaba escuchar la historia de sus abuelos Abraham y Judith, quienes empezaron<br />vendiendo mercancías de puerta en puerta. Cuando su situación económica mejoró, abrieron un almacén de telas y paños importados. Años después compraron el hotel.<br />A pesar de que en consenso Manuel fue nombrado gerente, se sintió intranquilo por la actitud despectiva de Rafael Eduardo, el accionista que asumió la presidencia de la Junta Directiva después del suicidio de Jorge Ayerbe. Rafael fue incisivo en cuestionarlo sobre sus capacidades para guiar los destinos de tanta gente y hacer que los trabajadores y la ciudadanía en general recobraran la confianza en el hotel.<br />Al finalizar la reunión, Manuel subió a la segunda planta y<br />caminó por los pasillos hasta llegar a “El Café del Abad”. Extrañaba mucho a su prometida y aún no podía creer que su papá estuviera muerto. Entró por una gran puerta de cuartelones de cristal, encendió un cigarrillo, tomó asiento en la barra y se detuvo a observar cómo la barmaid preparaba un cóctel en aparente indiferencia. No había nadie más en el café-bar. Cuando el “caipiriña” estuvo listo, sin que Manuel lo pidiera, ella se lo entregó y le dijo:<br />— Sabía que vendría.<br />Manuel, que sólo iba por una copa y que no tenía idea de la existencia de aquella joven de ojos esmeralda y largas pestañas, sin dejar de observarla preguntó:<br />— ¿Acaso nos conocemos?<br />Salomé traía puesto el uniforme del Hotel Arabia: una falda corta de color gris ajustada a los dieciocho años de su cuerpo. Su blusa era blanca y tras aquel cabello castaño, rizado y abundante, insinuaba una bendecida naturaleza. De su cuello colgaba un medallón antiguo en forma de media luna. Mientras Manuel tomaba el “caipiriña”, ella lo miraba atenta, lo sabía por sus ojos de embrujo capaces de traspasar sus más bizantinos secretos.<br />— Donde quiera que Dios tenga en su gloria al doctor Lazzar, él debe estar sintiéndose muy orgulloso de usted —susurró Salomé encendiendo un cigarrillo.<br />Sus palabras lo desarmaron por completo. Manuel, intrigado, quiso preguntar con exactitud a qué se refería, pero en ese momento entró al café uno de los botones, quien le informó que la tía Esther lo estaba esperando.<br />— La buscaré —anunció Manuel—, tenemos muchas cosas de qué hablar...<br />Salomé extendió su mano izquierda en señal de despedida.<br />La frialdad de sus dedos y el recordar que el “caipiriña” era el cóctel predilecto de su papá, le arrancaron un suspiro. Manuel se alejó sin sonreír.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-79209638038502811962007-11-16T12:42:00.000-03:002007-11-16T12:50:16.849-03:00Viernes antes de Semana Santa - MañanaCorceles tirando carrozas, promesas, tiniebla, luto, tierras lejanas, esquina del tiempo. Adoquines, cal, laureles, cadenas, bendiciones, sueño, luz y muerte. Mientras el sol tímidamente resplandecía en “El valle de los Alacranes”, en los sillones tallados en mármol ubicados frente a la escultura de tres escorpiones que Lazzar trajo del medio oriente, Manuel se sentó junto al conserje a contemplar el gran sueño de su abuelo y de su papá: el hotel al que le entregaron su vida. Desde allí se divisaba el viejo cementerio de los franciscanos, lugar sagrado en donde se daba cristiana sepultura a los frailes que no ocupaban posiciones importantes. Los otros eran enterrados detrás del Altar Mayor de la iglesia de San Francisco. A un lado del cementerio, simulando ser una tumba, había unas escaleras descendentes que conducían a uno de los túneles construidos en la Colonia y que cumplían la función de resguardar los tesoros y preservar en las batallas la vida de los ancianos, mujeres y niños. Dichos túneles, que comunicaban conventos con iglesias y monasterios, fueron sellados luego que varios buscadores de tesoros fallecieron por asfixia.<br />Pedro era un anciano, que gran parte de su vida trabajó como agricultor. Estaba muy triste por la muerte de Lazzar, ya que a pesar de su edad, le dio trabajo en el hotel. En voz alta, como para que Pedro lo escuchara, Manuel recordó el día en que la escultura de los alacranes fue fijada en el centro del patio. Los guayacanes sembrados alrededor tapizaban el suelo de flores amarillas y rosas. Todo marchaba bien hasta que el cura ofreció una oración por la llegada de la obra de arte. Cuando se encontraba sobre el pedestal de la escultura y se disponía a rosearla con agua bendita, el cura resbaló y la ponzoña del alacrán que estaba siendo devorado por los otros dos, atravesó por completo su tórax.<br />Para los habitantes de la ciudad esos alacranes personificaban el mal, mientras que para los turistas eran un motivo más para visitar el hotel. Manuel se levantó de su silla y junto al conserje regresó al claustro, tomando el sendero rodeado de majestuosos cedros, araucarias y guayacanes, que atravesaba “El Bosque Encantado”. La inauguración de “El Museo de la Tortura y la Pena Capital”, luego del asesinato de Lazzar fue cancelada.<br />— Don Pedro, lo hice llamar para pedirle que me abra la puerta del museo —dijo Manuel encendiendo un cigarrillo. El conserje sacó de su bolsillo un manojo de llaves, y, esforzándose por reconocerlas, tomó dos de ellas y las introdujo en el aldabón de la gran puerta de madera de “El Salón Permanente de Exposiciones”. Manuel entró, encendió las luces y se detuvo a observar las jaulas colgantes, la guillotina, las representaciones de verdugos empuñando hachas, las ruedas de despedazar, los grilletes, las ilustraciones y grabados de brujas siendo castigadas por el Santo Oficio.<br />— ¿En esa guillotina ocurrió el crimen? —preguntó Manuel con naturalidad.<br />— No, doctor, en otra. Cuando la policía examinó el salón, el doctor Henri me ordenó subirla en un camión. También me pidió que no le abriera la puerta a nadie, ni a la policía siquiera. Se la abrí a usted, sólo por ser usted.<br />— ¡Hace muy bien, don Pedro! —exclamó Manuel— ¿Y usted sabe a dónde hizo llevar el Jefe Administrativo esa guillotina?<br />— Fíjese que no me di cuenta.<br />Luego, Manuel, de manera brusca cambió el tema:<br />— Don Pedro, ¿qué se hizo el muchacho que hace unos meses amenazó a mi papá porque lo corrió del trabajo?<br />— Lo han visto por los alrededores del hotel. Pero que yo sepa, no se ha atrevido a entrar.<br />— Hágame un favor, si lo ve rondando por ahí, tráigamelo por las buenas o por las malas. Usted entiende de qué le hablo ¿cierto?<br />— Claro que sí, doctor. ¡Ya mismo doy esa orden!<br />— ¿Y a usted quién se le ocurre que pudo asesinar a mi papá?<br />— ¡Muy fácil! —afirmó el conserje, pasando su tosca mano por su cabeza y mirando hacia el piso—. Yo sé quién fue, pero no le había dicho nada, porque me imagine que al igual que el inspector de la policía usted tampoco me creería.<br />— Don Pedro, cuénteme tranquilo —dijo Manuel, tratando de guardar la compostura.<br />— Fue la guámbita que ronda los pasillos. La que atraviesa paredes y se lo lleva a uno para el cementerio, por allá cerca de ese túnel. ¡Y por éstos días sí que anda alborotada!<br />— ¿Y usted qué estaba haciendo cuando mataron a mi papá?<br />— Regaba unas flores en el jardín…<br />— Muchas gracias don Pedro. Cualquier cosa que sepa, no deje de comunicármela. Ahora, por favor, déjeme solo. Manuel encendió otro cigarrillo y mirando con tristeza a su alrededor, reflexionó que a pesar de haber estado gran parte de su vida siguiendo las actuaciones de su papá, no conocía nada acerca del funcionamiento del hotel y lo poco que sabía lo aprendió en la niñez. En ese entonces, él era tan apegado a Lazzar y éste, tan complaciente, que a varias negociaciones importantes asistió en calidad de “asesor” y de vez en cuando, como si todo fuera un juego de monopolio, emitía sus puntos de vista.<br />Si al cabo de seis meses quería mostrar resultados, aunque sonara obvio, tendría que tomar decisiones. En ellas debía primar el interés colectivo sobre el particular. Al que no le pareciera, sencillo, tendría que marcharse. A su lado debía estar sólo quien quisiera hacerlo y estuviese capacitado para ello. No estaba dispuesto a sacrificar el gran sueño de su abuelo y de su papá.<br />Aquella mañana entendió que como gerente la primera decisión que debía tomar, era vivir en el hotel, con la intención de administrarlo mejor y de ayudar al agente Valdivieso a investigar el asesinato. Le daba tristeza dejar sola a su tía, pero sabía que de momento era lo mejor que podía hacer. Entonces apagó las luces y ajustó con seguro la puerta del salón, ubicado en el segundo claustro. En este sitio, alrededor de varias alcobas y de “El Salón Permanente de Exposiciones”, donde antes de instalar “El Museo de la Tortura y la Pena Capital” había una muestra itinerante de algunas obras del maestro Edgar Negret, estaba “El Patio del Baño Antiguo”. Se llamaba de esta manera porque ahí, junto a un pequeño bar y a una piscina con calefacción, había una antiquísima chorrera. Cuando construyeron la piscina, el abuelo de Manuel la hizo habilitar para que por medio de la boca de un pez en piedra, saliera agua y sirviera de ducha. Manuel caminó por los pasillos, hasta el primer claustro, en donde estaban ubicados la recepción, la sala de espera, el restaurante, el casino, el bar y las oficinas. También “El Patio de los Espejismos”, llamado así porque brotaba un oasis en medio de cactus, arena y palmeras. En la recepción, le dejó al conserje las llaves del museo y caminó hacia el parqueadero. Subió al carro y condujo hasta la casa de su tía, donde recogió su equipaje.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-55527504194247398522007-11-16T12:11:00.000-03:002008-12-08T19:52:57.349-02:00TardeA petición de Manuel, la recepcionista le asignó la misma suite presidencial de su padre. La suite, auque no era la más grande del claustro, a su parecer era la más acogedora. En la sala de estar, en medio de sofás tapizados con estampados florales, se encontraba una mesa rectangular. Sobre ella reposaban unos cuantos libros. Justo enfrente de la sala quedaba un balcón con vista a la calle. El piso era de adoquines antiguos y, de acuerdo a una placa en mármol fijada en la pared, alguna vez fue de lingotes de plata. La habitación tenía una cama doble y dos mesas de noche que hacían juego con el armario castellano, además de un escritorio de estilo inglés.<br />Sobre él descansaba un candelabro de tres brazos. Las cortinas estaban confeccionadas con tela de tapicería y rematadas con flecos que hacían juego con los muebles de la sala, con la colcha y con las paredes cubiertas con papel de colgadura en un suave tono amarillo.<br />Diagonal al cuarto de baño resplandecía un baúl que en 1801 el Barón Alexander von Humboldt, dejó en su paso por la ciudad. En esta suite, a diferencia de las demás del claustro, no había ningún cuadro. Debido a la extraña manía de Lazzar de coleccionar todo tipo de objetos, en una de las paredes de la sala, frente al balcón, se encontraban exhibidas más de mil imágenes de fachadas de iglesias, construidas en diferentes materiales. Como la Catedral de Nuestra Señora de Paris, moldeada en una lámina de cobre, la iglesia de San Marcos, fabricada en cerámica, o el templo de Belén de aquella ciudad, tallada en guadua.<br />La suite continuaba tal como su papá la había dejado. Manuel entró en la tina y apenas sintió en su cuerpo el agua caliente se quedó dormido. Al despertar, miró a su alrededor como buscando a alguien, luego recordó que su novia Satine no estaba a su lado y cayó en la cuenta de que había estado soñando.<br />Manuel, pensando que le gustaría tener cerca a algún amigo para investigar el crimen de su papá, se puso un blue jeans, unos zapatos cómodos y una camisa de color azul. En el balcón, encendió un cigarrillo y mientras éste se consumía en sus dedos, se detuvo a observar a las personas que salían de trabajar y caminaban por la acera de enfrente. Cuando terminó de fumar abrió un paquete que medicina legal le entregó después del velorio. Ahí se encontraban todas las cosas que Lazzar llevaba el día de su muerte, como su billetera, el Rolex que Manuel le regaló en sus cincuenta años, la argolla de matrimonio con el nombre de su mamá escrito en el interior, un teléfono móvil y cuatro llaves, de las cuales tres estaban marcadas con una letra diminuta. La primera decía FUNDACIÓN, la segunda OFICINA, la tercera SUITE y la cuarta, inconfundible, era otro juego de llaves del carro.<br />Sin pensarlo dos veces, Manuel guardó en su bolsillo las llaves y el teléfono móvil. Se quitó el reloj que llevaba puesto, ajustó el cierre de seguridad del brazalete de acero y se puso el Rolex con bisel giratorio azul y rojo. Después tomó la argolla de matrimonio y se la llevó a los labios para darle un beso.<br />En la billetera encontró los papeles y tarjetas de crédito de su papá. También encontró doblado en cuatro partes un papel que decía:<br /><br /> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh4NNxw7m09Vxv6hYIXtkYGmmN-tbZ7ttMcDJRrjIX4WDYxTKL0CDvsVv9VWGdELCeYZJD45hFEeNpA3acBG_hBFfJxHCNprtK1aRG5PnUafrHJOOIiJXlMSnZCIWLRYmuiESStotWt7o-f/s1600-h/esperame.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh4NNxw7m09Vxv6hYIXtkYGmmN-tbZ7ttMcDJRrjIX4WDYxTKL0CDvsVv9VWGdELCeYZJD45hFEeNpA3acBG_hBFfJxHCNprtK1aRG5PnUafrHJOOIiJXlMSnZCIWLRYmuiESStotWt7o-f/s400/esperame.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5133464032817264690" /></a><br /><br />Le pareció extraño que su papá conservara ese tipo de publicidad. Sintiéndose más tranquilo por haber dormido un rato y tomado un baño, salió de su habitación y se dirigió a la oficina de gerencia, en el primer piso. Antes de entrar, saludó a las secretarias y les pidió que sólo lo interrumpieran si tenían algo importante para informarle.<br />El piso era en madera y de los altos techos prendían lámparas, que remontaban al visitante al esplendor de la época republicana. Los muebles eran verdaderas antigüedades. En la entrada de la oficina había un reloj de cuerda, de origen alemán, que cada quince minutos tocaba una campanada y al completar la hora, hacía sonar el Ave María de Gounod.<br />Cuando abrió la puerta, un sentimiento de nostalgia lo sobrecogió por completo; por ese motivo entró muy rápido, para que las secretarias no lo vieran sollozar. Encendió las luces y sintiendo la presencia de su papá se acercó al bar y se sirvió<br />un vaso de whisky. Pensó que tarde o temprano ese lugar iba a ser suyo y caminó alrededor de la oficina. Frente a una mesa de juntas vio el mural que a lápiz, en la década del noventa, pasado de copas hizo Fernando Botero, uno de los grandes amigos de su papá. Con su particular estilo, Fernando bosquejó La Última Cena, de Leonardo Da Vinci. Lo que más llamaba la atención de la crítica especializada, era que Botero representó a Jesús con el mismo rostro de Judas Iscariote, y, parodiando la historia de Da Vinci, escogió a Pablo Escobar Gaviria, el peor criminal de la época para representarlos. Manuel recordó que Botero alguna vez se ofreció a terminar la obra, pero su padre prefirió dejarla como un magnífico arrebato de las musas.<br />Colgados de la pared, vio el hacha escocesa que compró junto a su papá y el sable Samurai que el embajador del Japón le regaló a Lazzar en señal de agradecimiento, por facilitarle las instalaciones del hotel para realizar el Primer Encuentro Latinoamericano de la Colonia Japonesa. Junto a la puerta, en una vitrina de cristales biselados estilo Luis XV, encontró documentos acerca del que fue monasterio de los franciscanos, así como los planos originales con que fueron construidos la iglesia y el convento.<br />En esas actividades se encontraba cuando sonó el teléfono, era una de las secretarias. Llamaba para informarle que tenía en su poder los documentos que en horas de la mañana él les solicitó a las áreas Financiera y de Recursos Humanos. Manuel la hizo pasar. Como flotando sobre el piso, Blanca los puso en el escritorio, junto a la correspondencia recibida.<br />De acuerdo a los informes aunque no había pérdidas económicas, la situación financiera del hotel era mala. Las estadísticas arrojaban que desde la gran crisis cafetera, cinco años atrás, en el primer trimestre del año no se registraban utilidades tan bajas y una tasa de ocupación tan lamentable. Manuel, sabiendo que para el Hotel Arabia los primeros meses no eran los ideales, quiso conocer el porqué de esta situación, pero no encontró ningún análisis al respecto. Le sorprendió que su papá no hubiese pegado un grito en el cielo y ordenado mayores estudios. A medida que iba leyendo los documentos, comprendió que la situación estaba más grave de lo que inicialmente pensó, pues tampoco tenía información confiable para tomar decisiones, y, más aún, a tres días de la temporada más importante para ese hotel: La Semana Santa, período en el que podría recuperar las finanzas del hotel y mostrar sus habilidades como gerente.<br />Cuando revisó la correspondencia recibida, encontró que desde antes de ser envenenada Esther, no había sido leída ni contestada ninguna carta. Le pareció muy extraño: desde niño su papá siempre le inculcó que por insignificantes que fueran, todas las comunicaciones debían ser contestadas a la mayor brevedad. En ese momento recordó la conversación con el conserje e hizo llamar a Henri, el Jefe Administrativo.<br />De los directivos del hotel, Henri era el más joven. Era alto, de contextura gruesa, y el cabello le caía sobre los hombros. Su nariz era recta y lucía desproporcionada con respecto al tamaño de su rostro. Economista de profesión y, de acuerdo a<br />la opinión de Lazzar, muy inteligente, aunque al parecer de Manuel, un poco nervioso. A los pocos minutos de haberlo llamado, Henri entró a la oficina con una expresión de sorpresa mirando por encima de sus gafas.<br />— Esta mañana fui a buscar la guillotina en la que asesinaron a mi papá, pero no la encontré, ¿usted me puede dar información sobre ella? —preguntó Manuel sin mayores preámbulos.<br />— Con gusto —contestó Henri atropellando las palabras—. Cuando ocurrió el crimen la hice sacar del hotel, obedeciendo las disposiciones del presidente de la Junta Directiva.<br />— ¿Cómo así? ¿Acaso después del asesinato se realizó una sesión de Junta Directiva?<br />— No, pero ese mismo día vino a buscarme Rafael Eduardo y me pidió retirarla del museo.<br />— ¿Y dónde está la guillotina?<br />— En una de las bodegas, en las afueras de la ciudad.<br />Manuel recordó que su papá hizo construir dos bodegas para comprar de manera anticipada y en grandes volúmenes, los insumos necesarios para el funcionamiento del Hotel Arabia y así obtener importantes descuentos. Después de escuchar lo anterior, Manuel encendió un cigarrillo y le ofreció otro a Henri. Luego, sin entender por qué el detective Valdivieso no tenía en su poder la guillotina, en un tono de voz pausado le pidió narrar cómo fue el suicidio de Jorge Ayerbe, el anterior presidente de la Junta Directiva. Él le dijo que Jorge murió una tarde en que hacía tempestad, en el intermedio de una reunión. Como era su costumbre, mientras terminaba el receso, ordenó subirle una taza de café a la terraza. De repente se escuchó un trueno y desde el primer piso uno de los porteros lo vio caer. De acuerdo a las declaraciones dadas por el mesero que le subió el café; en aquel sitio no había nadie más.<br />Cuando terminó de escuchar la historia, Manuel permaneció varios segundos en silencio, luego preguntó al Jefe Administrativo:<br />— ¿Y usted sabe por qué mi papá decidió adelantar la inauguración del museo, si estaba planeada entre las actividades de la Semana Santa?<br />— Porque sabía que antes de esta temporada el hotel estaría vacío y un evento como ese atraería a muchos huéspedes.<br />— ¡Eso es cierto!<br />— Manuel, sí me necesita para algo no dude en llamarme.<br />— Lo tendré en cuenta —manifestó el joven Arabia, estrechándole la mano—Una pregunta más: ¿A usted quién se le ocurre que pudo tener motivos para asesinar a mi padre?<br />— Tanto como motivos… no sé. Éste es uno de esos complicados casos en donde cualquiera pudo cometer el crimen. Lo digo porque esa noche había muchos huéspedes.<br />— Disculpe la indiscreción, cuando sucedió el asesinato ¿usted qué se encontraba haciendo?<br />Henri frunció el ceño y se llevó su mano izquierda a la barbilla, donde la tuvo por espacio de varios segundos.<br />— Me encontraba en mi oficina —respondió.<br />Manuel, pensando que la anterior respuesta no era más que un subterfugio, lo acompañó hasta la puerta, recordando la noche en que Jorge murió. Él estaba cenando, cuando su papá lo llamó al apartamento y agitado le contó lo sucedido. A<br />Manuel le pareció que además del suicidio, algo extraño ocurría, pues Lazzar le dijo que tenían muchas cosas de qué hablar, pero no quiso adelantarle nada por teléfono. Asimismo se opuso a que Manuel regresara al país para asistir al entierro<br />de Jorge y visitar a Esther en el hospital.<br />El resto de la tarde, Manuel lo dedicó a estudiar los documentos que le hizo llegar el Área de Recursos Humanos. Entre ellos se encontraban los datos más importantes de cada uno de los trabajadores del hotel. De acuerdo a sus responsabilidades, cargos y funciones, Manuel deseaba conocerlos más a fondo: entre ellos podían estar los asesinos. Contando meseros, costureras, recepcionistas, camareras, secretarias, porteros, vigilantes, telefonistas, chef, choferes, cocineros, ama de llaves y personal de aseo, en el hotel trabajaban 85 empleados.<br />Después contestó algunas de las cartas y solicitudes más importantes, entre ellas una enviada por Rafael Eduardo, en la que increpaba a Lazzar por el elevado costo de los instrumentos del museo que funcionaría en “El Salón Permanente de Exposiciones”.<br />No era tiempo de continuar en su oficina. Si quería respuestas debía levantarse del asiento e involucrarse de manera personal en todos los aspectos del hotel. En ese orden de ideas solicitó a una de sus secretarias convocar para el día siguiente a todos los empleados a un desayuno de trabajo. De igual modo le preguntó el número telefónico de la viuda de Jorge. Si tenía enemigos, ya era hora de conocerlos.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-80783634089702162612007-11-16T12:05:00.000-03:002007-11-16T12:11:52.340-03:00NocheEran las once de la noche. Manuel pensó que entre todas las personas que se habían acercado a saludarlo, debían estar los asesinos. Manuel era un hombre que rara vez pasaba inadvertido, no sólo por ser un Arabia Vallejo, familia muy querida y respetada en la región, sino porque sus 1.87 metros de estatura y su aspecto, lo hacían una persona que infundía respeto.<br />Adicionalmente, sus rasgos bruscos, nariz recta y complexión física similar a la de su papá, encantaba a las mujeres. Para atraer el sueño intentó leer algo, pero de aquella, en otra época memorable biblioteca de Lazzar, sólo quedaban trece tomos de libros, distribuidos en ocho obras. Uno de Narraciones Extraordinarias, de Edgar Allan Poe; otro de Coplas Sefardíes, de diferentes autores; dos de Don Quijote de la Mancha; tres de La Comedia, de Dante Alighieri; dos de Las mil y una noches, las Aventuras de Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle; Cien años de Soledad, autografiado por el autor; y dos incunables de La Sagrada Biblia impresa por Gutenberg.<br />En los jardines de Parisad su papá le despertó la capacidad de maravillarse. Hacia la luz navegó junto a Caronte, el balsero; se sintió intimidado por los razonamientos de Sherlock y Monsieur Dupin, nombró a su escudero como gobernador de la Ínsula de Bariataria, se indignó con la cabeza del Bautista; vibró con la hipersensibilidad de Roderick Usher y, al recitar coplas sefardíes fue víctima de la peste del insomnio.<br />Luego de recordar algunas de sus lecturas, buscando pistas sobre la muerte de su papá, abrió uno de los cajones del escritorio y encontró una bolsa de papel regalo y una tarjeta que decía:<br /><br /><em>DE: tu papá que tanto te quiere.<br />PARA: Manuel Arabia Vallejo</em><br /><br />Sorprendido por su hallazgo soltó el nudo de la bolsa y encontró en ella una novela que hasta la fecha no había leído: Lolita, de Vladimir Nabokov. No le pareció extraño que su papá le fuese a regalar un libro, siempre fue muy detallista y no necesitaba de fechas especiales para hacer un regalo. Lo que llamó su atención fue hallar en medio del libro una carta fechada dos meses atrás, la que contrario a su costumbre no estaba escrita en “ladino”: aquel castellano antiguo que como la mayor de las riquezas Lazzar aprendió de su padre y le compartió a Manuel. La carta decía:<br /><br /><em>Querido hijo:<br />Te parecerá extraño recibir esta carta y no una llamada o un correo electrónico. Desde hace algunos meses he deseado contarte algo, pero sólo hasta el día de hoy tuve el valor de dirigirme a mi único hijo, al que tanto quiero. Aunque la distancia nos mantenga alejados, quiero que conozcas la promesa que le hice a tu madre el día de tu nacimiento. Ella, sabiendo que al darte a luz su vida corría peligro, me hizo jurar que si algo llegaba a sucederle te protegería por encima de todas las cosas: te daría un hogar estable, mucho amor, estudios y alegrías que hicieran de ti un hombre de bien, capaz de aportarle a la sociedad y de ser feliz. En la angustiosa<br />agonía de una vida que llegaba y otra que se iba, Alejandra también me hizo prometer que si encontraba una mujer que me hiciera sentir cosas bellas y que estuviese dispuesta a estar conmigo el resto de la vida, la aceptara y luchara por ella. La vida, hijo mío, es un ir y venir. Dios todopoderoso llamó a tu madre y tú eres mi mayor orgullo. Quiero que sepas que una mujer maravillosa y de gran corazón llegó a mi vida. Es alguien que me quiere mucho, su lealtad y sobre todo, su mirada me lo dicen...<br />Espero que al conocerla bendigas la relación.<br />Te ama,<br />Lazzar Arabia Abdala</em><br /><br />El joven Arabia, confundido, salió a tomar aire fresco. Fabricio, el Capitán de los meseros, que alguna vez fue su chofer, salía del bar justo cuando él entraba. Manuel lo saludó con efusividad y le pidió que lo acompañara a tomarse un trago al restaurante.<br />— ¿Alguna vez viste a mi padre con una mujer? —preguntó Manuel observándolo a los ojos.<br />Fabricio, que no se esperaba esa pregunta contestó:<br />— El doctor Lazzar siempre estaba rodeado de mucha gente, pero jamás lo vi en nada comprometedor. Aunque pensándolo mejor, desde diciembre para acá, él empezó a actuar muy extraño, como si algo le preocupara.<br />— ¿Cómo así extraño?<br />— Bueno, su comportamiento cambió en cosas tan simples como en su modo de actuar o de vestir. Se veía cansado y contrario a su costumbre, muy poco se preocupaba por su aspecto.<br />Manuel terminó su trago y pidió otro de los mismos. Se despidió de Fabricio y tomándose el whisky se dirigió a la habitación.<br />A las dos de la mañana, aún sin poder dormir, encendió las velas del candelabro de tres grandes brazos que se encontraba sobre el escritorio, y, cigarrillo tras cigarrillo, releyó una y mil veces la carta de su papá hasta que lo venció el sueño.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-24229305078074439022007-11-16T11:06:00.000-03:002007-11-16T12:05:40.060-03:00Sábado antes de Semana Santa - MañanaManuel fue uno de los primeros en llegar al salón “Los Monjes”. Se llamaba así, porque cuando su abuelo compró el claustro y lo hizo adaptar para convertirlo en hotel, detrás del altar mayor de la iglesia de San Francisco, hallaron momificados<br />los restos de dieciocho monjes, los cuales se encontraban exhibidos en ese auditorio.<br />Iniciada la reunión, Manuel notificó a los trabajadores su nombramiento como Gerente General del hotel y su compromiso con la Junta Directiva de entrar en un periodo de prueba por seis meses. Luego habló de su hoja de vida. Entre los aspectos más relevantes señaló su próxima graduación como Administrador de Empresas y los estudios por cuatro semestres en una escuela para hoteleros. También confesó su tristeza por la ausencia de su papá y el inicio de una nueva etapa en su vida y en la del Hotel Arabia, etapa que afrontaría con madurez y compromiso. Desde niño soñó estar al frente de ese hotel y posicionar el lema de la organización: “hacer que el huésped se sienta como en su propia casa”.<br />Enfatizó en la necesidad de tener unos trabajadores pro activos, sin temor de aportar sus ideas. Para complementar lo anterior señaló que el hotel requería de una gerencia participativa, con una estructura organizacional más plana que le permitiera consolidarse en el mercado. En seguida resaltó la importancia de esa empresa para la ciudad y la de cada uno de ellos para el hotel. Concluyó diciendo que en él encontrarían a un amigo, que ofrecía abiertas sus manos en señal de afecto. Pero como su papá le enseñó, su mano izquierda estaba lista para exigir cuando fuera necesario y la derecha, para ayudarles en todas sus realizaciones.<br />Los meseros contratados para esa ocasión sirvieron el desayuno.<br />Manuel expuso la situación financiera del Hotel Arabia, mientras disfrutaban de los huevos revueltos, el jugo de naranja, las tostadas, el chocolate y las mermeladas. Asimismo señaló que durante Semana Santa debían aprovechar al máximo las celebraciones religiosas de la ciudad, la riqueza de tradiciones de la misma, y, lo atractivo que resultaba para los turistas hospedarse en un hotel antiguo. Luego les contó que para atraer turistas, le hubiese gustado realizar una campaña promocional del hotel en el exterior, pero ya estaban sobre el tiempo. Acto seguido, disfrutando del rostro de los meseros de planta al ser atendidos por otros en sus puestos de trabajo, les informó que en los próximos días volvería a reunirse con<br />ellos, con el objeto de lograr acuerdos, organizar actividades y pactar compromisos.<br />Siendo las 7:30 de la mañana, cedió la palabra a Salomé, la mujer que trabajaba como barmaid en “El Café del Abad”. Ella tomó el micrófono y en nombre de los empleados le regaló una rosa amarilla al nuevo gerente, reiterándole la confianza y el compromiso de ella y de todos sus compañeros. Manuel recibió la flor y les dijo a los empleados que “aquella rosa era tan sólo una pequeña muestra del hermoso jardín que entre todos plantarían”.<br />Un empleado de la oficina de Servicio al Cliente aprovechó la ocasión para pedir la palabra. Expresó que a pesar de las quinientas sesenta habitaciones y la capacidad para hospedar a más de mil seiscientas personas, en temporada de Semana Santa, al igual que en septiembre, mes en que se realizaba un conocido festival gastronómico, y en diciembre, cuando regresaban las personas nacidas en esa ciudad pero que vivían por fuera, siempre hacían falta alcobas. A su parecer, éste era uno de los mayores problemas del hotel.<br />Manuel agradeció su intervención y contestó que haría lo posible por ampliar la capacidad del hotel. Luego, uno de los auxiliares contables pidió la palabra y aseguró que alguna vez le propuso a Lazzar el desarrollo de estrategias promocionales de este tipo. Lazzar le respondió que no era conveniente porque en dicha temporada se agotaban las habitaciones y se tenía que rechazar a muchos visitantes. Esto, en lugar de ayudar en el fortalecimiento de la imagen del hotel, iba en contra del mismo. Sin más intervenciones la reunión concluyó y los empleados se retiraron a sus puestos de trabajo.<br />Cuando Manuel se dirigía a su oficina, escuchó que una voz ronca y estrepitosa lo llamaba. Era el agente Valdivieso, quien llevaba la pipa sin encender entre sus dientes y un cerro de papeles bajo la manga izquierda de su abrigo. Venía caminando del otro lado del pasillo.<br />— ¡Qué sorpresa verlo tan pronto! —exclamó Manuel como si lo conociera de siempre.<br />— ¡Necesito conversar con usted!<br />— Entonces sigamos a mi oficina.<br />— De acuerdo a la expresión de su rostro, puedo darme cuenta que cada vez se siente mejor en su trabajo.<br />— No se equivoca, es usted un gran observador —comentó Manuel con indiferencia, mientras se aflojaba el nudo de la corbata.<br />Valdivieso, haciendo un gesto de satisfacción por el cumplido, se quitó la pipa de su boca y la puso dentro de una bolsa plástica que guardó en uno de los bolsillos de su abrigo.<br />— Le provoca algo ¿un whisky?<br />— No, en realidad no acostumbro tomar licor y mucho menos a tan tempranas horas. Pero con gusto le acepto una taza de café.<br />Manuel hizo traer un tinto con dos porciones de azúcar. Para él sirvió un vaso de whisky. Luego le preguntó a Valdivieso:<br />— ¿Y qué encontró en las actas de las reuniones de Junta Directiva del Hotel?<br />— Disculpe, pero… ¿cómo se enteró que las estuve leyendo, si cuando las pedí en la Secretaría, su papá aún se encontraba vivo y usted no había llegado al país?<br />— Yo también soy buen observador —dijo Manuel riéndose<br />—. Puedo ver que lleva bajo el brazo el Acta No. 23, de marzo 16 de 2004.<br />Valdivieso, sintiéndose estúpido por la obviedad de la respuesta, le confesó que de ese tema venía a hablarle. Para ello le dio a leer un fragmento del Acta No. 22, de febrero 20 de 2004, sesión que fue interrumpida por el suicidio de Jorge Ayerbe, quien actuaba en calidad de Presidente de la Junta Directiva. Aquella tarde Lazzar presentó el proyecto para abrir un nuevo Hotel Arabia en un claustro antiguo de la ciudad de Lima.<br /><br />“… Una vez el Gerente General del Hotel Arabia concluye la presentación del proyecto, expresa: “si la Junta Directiva deposita la confianza en esta propuesta, no tengan dudas que pondré todo mi empeño para sacar adelante el nuevo hotel. Espero que la acojan, no sólo porque es factible, sino, también, necesaria”.<br />El Presidente de la Junta Directiva, doctor Jorge Ayerbe felicita al Gerente General por la presentación del proyecto<br />El doctor Rafael Eduardo pide la palabra y manifiesta su rechazo al proyecto, dice: “la economía de la región no atraviesa por un buen momento y las perspectivas para los próximos meses tampoco son alentadoras. Considero que la inversión en este nuevo proyecto es muy alta y en lo corrido del año y en el inmediatamente anterior, las utilidades del Hotel Arabia no han sido las esperadas”.<br />El Presidente de la Junta Directiva interviene: “Rafael, no entiendo su actitud, pues cae en muchas contradicciones. Si bien recuerdo, usted mismo fue uno de los promotores de hacer el estudio”.<br />El doctor Rafael Eduardo aduce: “la función de los miembros de la Junta Directiva es cuestionar, pedir informes, proyectos, cifras y tomar decisiones de acuerdo a los diferentes análisis”.<br />El doctor Rodrigo Luna dice: “ya hemos tenido suficiente tiempo para conocer el proyecto, pues Lazzar nos hizo llegar una copia con un mes de anticipación. Estoy de acuerdo con Rafael, porque en medio de tanta incertidumbre económica y política, no podemos invertir nuestro dinero”. Termina su intervención enfatizando que en el mundo de los negocios los errores se pagan con plata.<br />La doctora Esther Arabia justifica la apertura del hotel en el Perú, argumentando que ante la mirada cómplice de todo el mundo, día a día capitales extranjeros se están apoderando del sector turístico de la región, motivo por el que no se puede seguir perdiendo espacios frente a la competencia.<br />El doctor Lazzar Arabia señala: “si el señor Presidente somete el proyecto a votación, yo, como principal accionista y gerente, voto de manera afirmativa, porque siempre he creído que las grandes fortunas se hacen en épocas de crisis. Si bien, las utilidades no son las esperadas, este hotel tampoco está registrando pérdidas. Ser empresario implica asumir grandes retos, uno de ellos es enfocarse en los problemas y hacer de ellos verdaderas oportunidades”.<br />El Presidente de la Junta Directiva señala que hay suficiente ilustración sobre el tema. Pide un receso de veinte minutos para someter el proyecto a consideración de los accionistas”.<br />Mientras Manuel leía en voz alta el fragmento del acta, Valdivieso se puso de pie y caminó en círculos por la oficina.<br />Al rato, volvió a sentarse y extrajo de su abrigo un atacador y una pequeña bolsa con picadura. Esta última la desmenuzó con sus dedos y la introdujo en la pipa y con el atacador presionó el tabaco hacia el fondo. Repitió tres veces este proceso,<br />agregando dos capas más de picadura. Luego encendió la pipa con una larga cerilla de madera, de las utilizadas para prender chimeneas, y, con un ritmo espaciado, aspiró suavemente, y sin tragarse el humo continuó atento hasta que Manuel terminó de leer el acta.<br />— La esposa de Jorge declaró que la muerte de su marido no fue un suicidio sino un crimen. Su principal argumento es que Jorge no tenía razones para atentar contra su vida… —dijo Valdivieso en un tono solemne, como de maestro de ceremonias.<br />— No estará usted creyendo en la hipótesis de la niña fantasma que se le aparece a los trabajadores ¿cierto? —inquirió Manuel.<br />— En estos casos —dijo Valdivieso aspirando profundamente el humo de la pipa—, no me atrevo siquiera a descartar esa posibilidad.<br />— ¿Y cuáles fueron las razones para que concluyeran que fue un suicidio?<br />— Básicamente las declaraciones del mesero que le subió el tinto y las del vigilante que aseguró haber visto saltar a Jorge.<br />— Tiene mucho sentido. Ahora creo entender la misteriosa llamada que me hizo mi papá el día de la muerte de Jorge. Quizá él sospechaba que había sido un asesinato y a eso se refería cuando mencionó que teníamos que hablar de un tema importante.<br />— Si sus suposiciones son ciertas, ¿por qué su papá no acudió a la policía?<br />Manuel se apuró el whisky y, jugando con el humo de su cigarrillo, evitó contestar la pregunta de Valdivieso. En un tono reflexivo, como para sí mismo, dijo:<br />— Como no había nadie cerca de la terraza, el asesino tuvo suficiente tiempo para cometer el crimen y huir sin ser visto.<br />Pudo ser cualquiera de los huéspedes del hotel, probablemente alguno del segundo piso.<br />Valdivieso se levantó de nuevo de su silla y muy despacio presionó el tabaco hacia el fondo de la pipa, buscando avivar la brasa. Cuando terminó de hacerlo, lanzó una mirada desafiante sobre Manuel.<br />— Muy interesante su deducción, pero tratando de ir más allá, como sólo los profesionales en el tema sabemos hacerlo, encuentro que los dos únicos beneficiados con la muerte de Jorge y de Lazzar son usted y Rafael Eduardo, el nuevo presidente de la Junta Directiva.<br />Manuel frunció el ceño en señal de impaciencia y apagó con brusquedad el cigarrillo en el cenicero.<br />— Le agradezco mucho su visita. Regrese en cuanto tenga pruebas contundentes para inculparme de algo.<br />— En este caso, mi querido amigo, el sentido detectivesco me indica que usted no tiene nada que ver con estas muertes —confesó Valdivieso, consciente que su comentario no había sido el más acertado—. Le prometo que así Rafael Eduardo sea uno de los hermanos de mi Comandante Rosas, voy a seguir de cerca sus actuaciones y a continuar investigando a todos los empleados y huéspedes que por esos días se alojaban en el hotel.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-73076470281002989642007-11-16T10:57:00.000-03:002007-11-16T11:05:56.628-03:00TardeDespués de acompañar a Valdivieso hasta la puerta, Manuel almorzó en el restaurante. Luego subió a la suite y tomó una siesta. Al levantarse fue a la oficina y se dedicó a evaluar los resultados de la reunión con los trabajadores. Buscando una hoja en blanco, en un cajón encontró uno de los primeros teléfonos móvil que tuvo su papá, así como el cargador. Era un Sony Ericsson de los grandes, al que se le había borrado los números del teclado. Aunque tenía el teléfono móvil usado por Lazzar, conectó el viejo teléfono al tomacorriente. Cuando sonó el Ave María de las cinco, salió del hotel con la intención de despejar su mente y vivir uno más de aquellos atardeceres que siendo niño disfrutó tantas veces. Para el joven Arabia, era una circunstancia maravillosa recorrer las calles de la ciudad vieja, viendo el atardecer reflejarse en la cal con que desde la colonia habían sido pintadas las paredes.<br />Creyéndose insignificante ante la grandeza del universo, cruzó el sector histórico y llegó a un lugar conocido como los “Quingos de Belén”. Ahí estacionó el carro y compró una tarjeta de teléfonos prepago. Luego comenzó el ascenso a la capilla de Belén. En ese momento sintió que la fuerza que lo impulsaba a subir, era la misma que movió a los primeros hombres a trepar a la copa de los árboles o a la montaña más alta para explorar el mundo, o que llevó a otros aún más osados a transgredir las leyes físicas de la naturaleza para tratar de entender a los hombres desde la luna.<br />Cuando cruzó el marco de ladrillo que lo conduciría a la capilla, intimidado por la mirada misericordiosa de una anciana que con un velo azul en la cabeza lo hacía pensar en la Virgen María, recordó la única vez que había estado allí. En ese entonces era tan sólo un niño, Esther lo llevaba de la mano y mientras veía los rostros de sufrimiento de las catorce estaciones talladas en piedra representando la pasión y muerte de Jesús, le contaba que en Semana Santa muchos creyentes solían<br />hacer de rodillas ese vía crucis.<br />La capilla estaba cerrada y la tarde se despedía con una escala de colores naranja. Con la brisa golpeando su espalda, Manuel vio la cruz junto al templo y escuchó a un policía de turismo explicarle a un grupo de la tercera edad que ese objeto de poder fue puesto con la intención de implorar el favor divino, para que Dios librase a la ciudad de los males de la época. Rezaba en la base de la Cruz de Piedra, con abreviaturas y en español de entonces:<br /><br />En el norte “Vna Ave Ma a la M. de Miseri P. Q. no sea total la ruina”. En el sur: “Vn P. N. a Sn. Joseph P. Q. nos consiga buena muerte”. En el oriente: “Una Ave Maria a Santa Bárbara P. Q. nos defienda de los rayos. - Me fecit Michael Aquiloniam”. En el occidente: “Un P. N. a Jesús para que nos libre del Comején”.<br /><br />Anochecía, el recuerdo de su papá lo puso muy triste. Embriagado por la visión panorámica de la ciudad, tomó el viejo teléfono que encontró en la oficina, lo recargó con la tarjeta prepago y llamó a su novia. Después de un efusivo saludo, informó que a ese número telefónico podía llamarlo, pues no debía encontrarse interceptado. Ella le preguntó acerca de la muerte de Lazzar.<br />Manuel le contestó que hasta el momento no había avances significativos al respecto, pero que la policía delegó en uno de sus agentes la investigación del crimen. También le contó que llamó a Nancy, la esposa de Jorge, y ella le confirmó que su esposo no tenía ningún motivo para suicidarse, mucho menos después de comprar los tiquetes para viajar a las Islas Griegas, donde celebrarían sus veinte años de matrimonio.<br />Cuando el agente Valdivieso interrogó al mesero, él aseguró que había sido un suicidio. Según Julián, en la terraza Jorge fumaba un cigarrillo y veía llover y relampaguear en dirección a la Torre del Reloj. No había nadie más ahí; sobre una de las mesas, Julián dejó el café. El vigilante testificó que vio al presidente de la Junta Directiva caer desde la terraza. Bajo el cuerpo de Jorge Ayerbe, en medio de fragmentos de la baranda se encontró una rosa blanca. Este hecho fue explicado por el agente Valdivieso, al considerar que en el momento de suicidarse él llevaba en sus manos esta flor, “como un símbolo de la pureza del acto que se disponía a cometer”.<br />Observando la cruz en piedra, Manuel le contó a Satine que Valdivieso pensaba que los únicos beneficiados con la muerte de Lazzar eran el actual presidente de la Junta Directiva y él.<br />— La verdad, cuando conocí a Rafael Eduardo, no me cayó bien —se apresuró a decir Satine—. Dije que tenía una mirada extraña, ¿lo recuerdas?<br />— ¡Sí! ¡Cómo iba a olvidarlo! También dijiste que era un hombre inteligente.<br />— Y tú que lo conoces mejor, ¿crees que él pueda estar detrás de esto?<br />— Es probable, además Rafael le compró a Nancy las acciones de Jorge.<br />— ¿Y qué porcentaje accionario tenía?<br />— El diez por ciento del total. En estos momentos Rafael Eduardo posee el veinticinco por ciento y yo, sólo un diez por ciento más.<br />— Amor, ten mucho cuidado.<br />— Claro que sí, no te preocupes. ¿Y cuándo es mi ceremonia de graduación? preguntó Manuel, llevando a su boca un cigarrillo.<br />— El primer viernes después de la Semana Santa, ¿vendrás?<br />— Por supuesto que sí, por nada del mundo me la perdería. Si deseas, después del grado, podrás venir conmigo. Luego de colgar el teléfono, Manuel permaneció largo rato ensimismado, buscando posibles relaciones entre el envenenamiento de Esther Arabia, el suicidio de Jorge Ayerbe y el asesinato de Lazzar. Estaba seguro que si alguien tenía motivos para asesinar a su papá, muy pronto tendría noticias suyas.<br />Además de los huéspedes y trabajadores que por esos días frecuentaban el hotel, Manuel tenía cinco posibles asesinos. El primero era el conserje, quien así no hubiera cometido el crimen, era cómplice del mismo, ya que Lazzar fue golpeado con el martillo de su caja de herramientas. Rafael Eduardo era el segundo de ellos. Entre muchas razones, sus sospechas eran ratificadas al saber que él se aprovechó de la viuda de Jorge para comprar las acciones del hotel que su esposo siempre se negó a venderle y de esta manera tener más poder dentro de la empresa. El tercer sospechoso era uno de los ex empleados, que perdió su trabajo al ser encontrado drogándose en el parqueadero. Nicolás, el jardinero, fue despedido porque la Fundación Arabia invirtió dinero para sacarlo de las drogas y él reincidió en esto. Como su padre le contó, Nicolás amenazó a Lazzar y por la fuerza lo echaron del hotel. El cuarto sospechoso era el señor de los tintos, pues fue la última persona que vio con vida a Jorge. Y el quinto sospechoso era el fantasma de la niña. Aunque Manuel no creía en apariciones, le llamaba la atención que ella fuera la culpable de todas las cosas extrañas que ocurrían ahí. Así que, como lo planteó Valdivieso, no se podía descartar esa idea en apariencia tan absurda.<br />Después de las anteriores reflexiones, recordó la maldición que un jesuita le echó a la ciudad: el día que la cruz de la iglesia de Belén caiga, los muertos saldrán de sus tumbas y la ciudad entera se destruirá. Desde entonces tres veces la cruz había sido destruida, el mismo número de veces que la ciudad quedó en ruinas.<br />Manuel vio en la cruz una fisura que le recordó las palabras del ritual cristiano: polvo eres y en polvo te convertirás y sintió el impulso de echarla abajo y desafiar el destino. Pensó que pronto esta cruz no resistiría el paso del tiempo y el Hotel Arabia, la ciudad y sus recuerdos se irían por la pequeña grieta que los rayos del sol habían dejado al descubierto.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-83135485761521728102007-11-16T10:53:00.000-03:002007-11-16T10:57:40.780-03:00NocheCuando Manuel se encontró a Giovanni Quessep en la entrada del hotel, recordó que el sitio predilecto del poeta para escribir era el “Valle de los Alacranes”.<br />— Tú no puedes ser otro que el hijo de Humbert Humbert — señaló Quessep dirigiéndose a Manuel con la lejanía del mar en su acento.<br />Al oír como lo llamaba, Manuel tomó una bocanada de aire y le pidió hablarle sobre Humbert Humbert.<br />— Busca en la biblioteca —respondió haciendo un fino movimiento con sus largos dedos—. Siento profundamente la muerte de tu padre.<br />Manuel, al borde de romper en llanto, viendo en Quessep a su padre lo abrazó.<br />— Ten mucho cuidado hijo, que la Encantadora me ha confesado sus intenciones —susurró el bardo alejándolo de su cuerpo y acomodándose el marco dorado de sus gafas. En seguida, con una venia se despidió de Manuel y con pasos largos y lentos, llevando en su mano izquierda una maleta café, caminó hasta la puerta.<br />El joven Arabia se quedó pensativo en la mitad de la recepción y mientras se fumaba un cigarrillo, una pareja de turistas le preguntó si aquel hombre de cabellos blancos y mirada triste, era el autor de los versos grabados en letras de plata en una de las paredes de la recepción. Manuel asintió y leyó el poema en voz alta.<br /><br /><em><strong>La Alondra y los Alacranes</strong><br />Acuérdate muchacha<br />que estás en un lugar de Suramérica<br />No estamos en Verona<br />No sentirás el canto de la alondra<br />Los inventos de Shakespeare<br />no son para Mauricio Babilonia<br />Cumple tu historia suramericana<br />Espérame desnuda<br />entre los alacranes<br />Y olvídate y no olvides<br />que el tiempo colecciona mariposas</em><br /><br /> “Humbert Humbert”, repitió varias veces Manuel. “¿Por qué Quessep habrá llamado a mi padre con ese nombre?” Cuando llegó al cuarto se preguntó en qué biblioteca podían estar las respuestas que buscaba. Asombrado de que Giovanni Quessep lo hubiera reconocido luego de tantos años, abrió el cajón de la mesa de noche y tomó el libro de Vladimir Nabokov donde halló la carta. Se sirvió un whisky y sobre una poltrona se sentó a leerlo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-39988841884780101032007-11-16T10:43:00.000-03:002007-11-16T10:53:27.775-03:00Domingo de Ramos - MañanaA las once menos cuarto, Esther llamó a la puerta de la suite de su sobrino. Manuel se levantó y la invitó a pasar. Había leído toda la noche y sólo hasta las nueve de la mañana pudo quedarse dormido. Ella, viendo el cenicero lleno de colillas de cigarrillos, le dijo que si con esa cara de amanecido iba a gerenciar el hotel, sería mejor poner en venta sus acciones.<br />Esther era como la mamá de Manuel. Desde la muerte de Alejandra, ella le ayudó a Lazzar en su crianza. A pesar de sus setenta y dos años, tres menos que su hermano Aarón y cinco más que Lazzar, hasta ser envenenada, era una mujer que se conservaba muy joven. Desde niño a Manuel le llamó la atención que alguien tan bella e inteligente no hubiese tenido hijos, pues a pesar de haber convivido con dos hombres, nunca quedó embarazada. Esther se especializó en derecho de familia, pero como nunca ejerció su profesión, su hermano Aarón, en son de broma decía que era el único abogado que jamás había perdido un caso. Se dedicó a leer historia latinoamericana y se enamoró de Francisco José de Caldas, el primer sabio de América.<br />— Te llamé con el pensamiento —dijo Manuel, sirviendo un vaso de whisky—, sino hubieras venido a visitarme, esta tarde yo hubiera ido a buscarte<br />— ¿Hijo, no es muy temprano para beber y más tú en ayunas?<br />— La situación lo amerita. Tía, descubrí algo muy delicado.<br />Manuel le contó acerca de las conversaciones con el agente Valdivieso y de sus sospechas de que el Presidente de la Junta Directiva estuviera implicado en el asesinato de su papá.<br />— Desde hace años conozco a Rafael Eduardo y aunque siempre ha sido impulsivo y en ocasiones imprudente, me cuesta trabajo creer que pueda estar detrás de esto.<br />— ¿Y tú sabes si mi padre tenía novia o algo así?<br />— Desde la muerte de Alejandra, tu papá siempre estuvo solo. Yo imaginaba que de vez en cuando tenía aventuras, como cualquier hombre, pero supongo que nada serio.<br />Manuel le entregó la carta que se encontraba sobre el escritorio y, una vez ella terminó de leerla, le preguntó:<br />— ¿Y ahora qué piensas?<br />— Que las mujeres en la vida de mi hermano pasaron a un segundo plano. A él sólo le importaban la familia, los negocios y la Fundación Arabia. Suena contradictorio decir que un empresario exitoso tenga sensibilidad social y dedique parte de su tiempo y recursos a una fundación ¿cierto?, pero así era tu padre. Por ello —suspiró Esther—, me cuesta trabajo creer lo que dice esta carta.<br />— Tía, dicen que en los últimos meses mi padre se encontraba nervioso, como si algo le preocupara. Además, según pude darme cuenta, tenía muy descuidado el hotel. Agravó esta situación el intento de homicidio que te hicieron y la muerte de Jorge, su mejor amigo. Para mí, sus preocupaciones no tenían nada que ver con el Hotel Arabia o con su seguridad, ni mucho menos con las demás inversiones. Este tipo de circunstancias él las afrontaba con determinación. Recuerdo que cuando tenía problemas en el trabajo, mi padre se tomaba su tiempo para relajarse, meditar y escuchar música clásica.<br />— También asistía a un gran número de eventos públicos y gastaba mucho dinero ayudando a las personas —complementó Esther.<br />— ¡Sí, eso es verdad! —asintió Manuel con tristeza—. Se me ocurre que antes de que intentaran envenenarte, mi papá sufrió un desequilibrio emocional. Ese desequilibrio no pudo ser otra cosa que un asunto del corazón, de sus sentimientos… tema en el que me permito juzgar, él nunca fue un experto.<br />— Pero tú sí ¿cierto?<br />— ¿Yo? Me extraña, tía, pero bueno, dejemos ese tema allí. Luego Manuel le contó que Giovanni Quessep se refirió a su papá con el nombre de Humbert Humbert y le dijo que todas las respuestas que buscaba se encontraban en la biblioteca.<br />Él, sin entender muy bien al bardo, recordó el libro que su padre le iba a regalar y empezó a leerlo y como si fuera un juego del destino encontró que el protagonista de Lolita se llamaba Humbert Humbert.<br />—Pero cuéntame, ¿qué hallaste en la lectura?<br />Manuel le contó sus apreciaciones sobre el libro. A su juicio, Humbert Humbert se había convertido en un alter ego de Lazzar. A pesar de las circunstancias en que leyó la novela, le pareció una joya de la literatura, pues sintió como propio el grado de desesperación al que una niña de doce años lleva al protagonista.<br />Lo anterior le permitió entender que la mujer mencionada en la carta y por la cual Quessep llamaba Humbert Humbert a su papá, debía ser muy joven, casi una niña. Razón valedera para que Lazzar diera tantos rodeos en presentar a su prometida. Como pensó, su padre, por algún motivo se arrepintió de enviarle la carta y el libro.<br />— Tía, encontré en el libro una frase que parece haber sido subrayada por mi padre con las uñas. La leí varias veces pero no me dice nada más allá de la historia.<br />— Recuerda que tu padre tenía la costumbre de subrayar todo lo que leía.<br />— Sí, pero de un libro de casi trescientas páginas… ¿por qué sólo subrayar un pequeño fragmento y no hacerlo con un lápiz?<br />Todo me parece muy confuso, entre otras cosas porque este tipo de subrayado no se descubre ojeando el libro, sino leyéndolo con dedicación. ¿Estará sugiriendo algo?<br />— ¡Con tantas cosas que han ocurrido últimamente, me parece probable! Muéstrame el fragmento subrayado.<br /> <br /><em>Un par de centímetros más alta. Gafas de montura rosada. Nuevo peinado hacia arriba, orejas nuevas. ¡Qué simple! El momento, la muerte que había imaginado durante tres años era simple como un pedazo de madera seca. Estaba francamente, inmensamente encinta. La cabeza parecía más pequeña (sólo transcurrieron dos segundos, en realidad, pero permitidme asignarles tanta duración como puede sobrellevar la vida) y sus pálidas mejillas estaban hundidas y sus piernas y brazos desnudos habían perdido su tinte bronceado, de modo que se notaba el vello. Llevaba un vestido de algodón sin mangas, color pardo, y zapatillas de paño sucias de fango.</em><br /><br />— Para contextualizarte con la historia —dijo Manuel—, esto sucede cuando Humbert Humbert, después de algún tiempo de no saber nada de Dolly Schiller, “Lolita”, porque lo abandonó por irse con otro, recibe una carta suya y la va a visitar a su casa.<br />— Entiendo, pero el texto tampoco me dice nada. ¡Aunque vi la adaptación de la novela al cine que hizo Stanley Kubrick, préstame el libro, quiero leerlo, tal vez pueda ayudarte a sacar conclusiones!<br />— Claro que sí, tía, llévalo. Oye, tengo hambre, ¿me esperas un momento, me baño, y vamos a almorzar?<br />— Bueno, pero no tardes.<br />Esther encendió el computador portátil de Manuel y se conectó a Internet. Cuando ingresó a su correo electrónico, en la lista de contactos de Hotmail, apareció un letrero que decía: “Lazzar acababa de iniciar sesión”. Esther se asustó y llamó a su<br />sobrino. Manuel le envió un mensaje instantáneo en donde escribió: “¿Quién está utilizando el correo de mi papá?” De repente, en la pantalla del computador comenzaron a salir símbolos de pregunta y admiración, después Lazzar apareció desconectado.<br />- Mi hermano se está despidiendo de mí —aseguró la tía Esther. Manuel permaneció en silencio y se terminó de vestir. <br />Mientras en el restaurante, el violín, la viola, el violonchelo y el contrabajo entablaban un intenso diálogo con el piano, la tía Esther y Manuel permanecían en completo silencio en espera del almuerzo. Para ambos escuchar obras como “El Quinteto de la trucha”, o “El Canto del Cisne”, de Franz Shubert, interpretados por “Compas 21”, la orquesta de cámara del hotel, y almorzar comida arábiga, eran una absoluta liberación. Limpiándose el constante lagrimeo en su ojo izquierdo, la tía Esther le comunicó a Manuel:<br />— Si mi hermano tuvo una novia, ella debe trabajar en el hotel. Gran parte de su tiempo Lazzar permanecía aquí.<br />— ¿Pero qué conexiones pueden existir entre una “lolita” de las descritas por Nabokov y una trabajadora de este hotel?<br />— No sé, hijo, pero no descartes esa posibilidad —señaló Esther, observando como ardía la madera en la chimenea—. Casi un mes antes de que intentaran asesinarme, Lazzar me comunicó que recibió amenazas y me iba a poner escolta. Yo le pedí que no lo hiciera: era ilógico que alguien deseara hacerme daño.<br />— ¿Y quién amenazó a mi papá?<br />— Un político al que le negó el derecho de admisión al hotel —indicó, terminando de comer la “ensalada de Tabbule”. Le tenía pavor a las grasas, como sopas y carnes, pues todo indicaba que en una de éstas diluyeron el veneno.<br />— Yo no tenía idea de esto… ¿Y por qué no me contaron nada?<br />— Porque te encontrabas en exámenes finales y no quisimos preocuparte.<br />— ¿No me digas que fue ese tal Américo Meneses?<br />— ¡Sí, el mismo! Trató a tu papá de “vulgar mercachifle” y le gritó que esa sería su ruina.<br />Américo Meneses Frías era un hombre muy rico que gozó de prestigio por haber construido barrios enteros, canchas de fútbol, parques y hasta cementerios para personas de sectores marginales, acciones que en dos ocasiones lo llevaron al Congreso de la República. Lazzar se reservó el derecho de admisión, porque Américo Meneses estaba siendo investigado por enriquecimiento ilícito, asesinato y la desaparición forzada de un grupo de sindicalistas.<br />— ¿Y la Policía sabe de estas amenazas?<br />— Por supuesto, tengo entendido que él es uno de los principales sospechosos.<br />Manuel y su tía se comprometieron a averiguar sobre la novia de su papá. Señalaron que debían tener mucha cautela para no ir a ensuciar su memoria. La semana siguiente, el Viernes Santo, día en que Esther presentaría un libro sobre la vida de Francisco José de Caldas, se volverían a reunir.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-8284716119454062922007-11-16T10:38:00.000-03:002007-11-16T10:43:50.184-03:00TardeEn la base de datos de los empleados del Hotel Arabia, Manuel encontró que trabajaban cincuenta y un mujeres. De ellas, el cuarenta y dos por ciento estaban entre los diecisiete y los treinta años. Recordó que una “lolita” no podía sobrepasar los trece, ya que si había interpretado bien a Nabokov, después de esa edad su belleza se marchitaba. Una “lolita” debía ser una niña a punto de ser mujer, de infantiles y carnudos labios, ternura y penetrantes ojos.<br />— “Mi papá a diferencia de Humbert Humbert, no sería capaz de involucrarse con una niña”. —pensó Manuel.<br />La más joven de las trabajadoras tenía diecisiete años y le seguían otras cuatro con edades inferiores a los veinte. Una se desempeñaba como recepcionista, dos como meseras, otra como secretaria y, como lo había sospechado, Salomé, que trabajaba como barmaid en “El Café del Abad”. <br />Manuel pensó que ninguna de ellas era propiamente una “lolita”, pero existía la posibilidad de que algún día lo hubieran sido o su papá a los sesenta y siete años, las reconociera como tales. Entonces Manuel fue en busca de la primera aspirante a “lolita”.<br />Ana, la recepcionista, hablaba por teléfono tras una larga barra de mármol. Manuel se acercó, sacó un cigarrillo y sin dejar de observarla le pidió un fósforo. En ese momento recordó que cuando llegó al hotel ella le asignó la suite. Después pensó que Ana no podía ser la novia de su papá, no sólo porque llevaba en su dedo anular una argolla de matrimonio, sino porque su físico, antes de venir al mundo ya se había marchitado.<br />Al percatarse de la presencia del joven Arabia, Ana se apresuro a colgar el teléfono y, recordando la reunión del sábado por la mañana, le dijo a su jefe:<br />— El doctor Lazzar contrató a mi hermano, para realizar un estudio sobre los espacios desperdiciados del hotel. Él, que es arquitecto, encontró cosas que a usted pueden interesarle. Como que las columnas de la sala de estar, son puramente decorativas y no cumplen ningún papel en la estructura del edificio.<br />— ¡Qué interesante! —replicó Manuel.<br />— ¡Sí! Mi hermano propone convertir este espacio en seis nuevos cuartos. El doctor Lazzar no alcanzó a conocer los resultados del estudio, pero estaba muy interesado en ellos.<br />— Dile a tu hermano que después de Semana Santa venga a hablar conmigo.<br />Luego agradeció a Ana por la información y habiendo descartado a la primera de las cinco candidatas se dirigió al casino.<br />Allí buscaría a dos meseras; la primera debía llevar grabado en el delantal el nombre de Paola, y la segunda el de Manuela.<br />Cuando entró, dos empleados salían, llevando sobre una silla de ruedas a una anciana que destilaba alcohol. Ella vestía de negro y sobre sus hombros caía una pañoleta hindú, color rojizo.<br />— Disculpe, ¿usted conoce quien es la señora de la silla de ruedas? —preguntó Manuel a una mesera que aparentaba tener más de cuarenta años.<br />— Es la mamá de un ingeniero que vino a construir un “Centro Comercial”.<br />Manuel encendió un cigarrillo. Del otro lado del casino, frente a la caja registradora en donde se cambian las monedas por fichas, vio a una mujer con unas piernas largas y delgadas. Desde ahí, le era imposible ver su rostro y menos el nombre escrito en el delantal. Se acercó pensando que aquellas piernas debían ser de una mujer joven. Estaba en lo correcto, se trataba de la Manuela que buscaba, quien, según el registro, era la trabajadora de menor edad del hotel. Delgada, de pelo largo y negro, llevaba una cerveza a un cliente que apostaba en la máquina de carreras de caballos.<br />El joven Arabia se detuvo a observarla y, cuando ella se percató de su presencia, de manera instantánea comenzó a temblar.<br />En esto sonó la sirena de una máquina tragamonedas, anunciando a un ganador y Manuela enredó su tacón en la alfombra y con todo y cerveza fue a dar al piso. Manuel se acercó a ayudarla y con él, la mesera llamada Paola. Aunque parecían de la misma edad, su físico era todo lo contrario al de Manuela: de estatura baja, ancha de espaldas y pelo muy corto.<br />Sin dejar de admirar la piel tostada por el sol de Manuela y su mirada angelical, el joven Arabia la ayudó a levantarse.<br />— ¡Tenga más cuidado, que puede ocasionar un accidente! —dijo con severidad—. ¿Se encuentra bien?<br />— Sí, doctor, discúlpeme.<br />— ¿Cuánto tiempo lleva usted trabajando aquí?<br />— Tres años, señor Arabia.<br />— La espero el martes en mi oficina. Vaya en horas de la mañana; necesito hablar con usted de algo muy importante. Sandra era la encargada de llevar el registro de todos los productos que salían del almacén, como alimentos, artículos de limpieza, sábanas e insumos de oficina. Con sólo mirarla, Manuel supo que aquella joven no podía ser la novia de su papá. Entonces concluyó que de las mujeres que laboraban<br />en el Hotel Arabia, con edades entre los diecisiete y los veinte, sólo Manuela y Salomé, pudieron haber sido “lolitas”. Ya era tiempo de conocerlas mejor.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-81089482034521547452007-11-16T10:31:00.000-03:002007-11-16T10:38:47.445-03:00Noche— ¡Aló! ¿Fabricio?<br />— ¡Sí, con él habla!<br />— ¡Qué tal! Con Manuel Arabia. Necesito preguntarle algo: ¿Hasta qué hora abren “El Café del Abad”?<br />— Hasta la una de la mañana, doctor.<br />— Fabricio, ¿cómo se llama el joven que trabaja ahí?<br />— Se llama Antonio y a las 6:30 recibió turno de Salomé, la muchacha que en la reunión le entregó a usted la flor.<br />— ¡Ahhh, sí! ¡Cómo olvidarse de ella!<br />A las 7:30, Manuel entró a “El Café del Abad”. Aunque no tenía presente quien era Antonio, lo reconoció fácilmente.<br />Era un hombre pequeño, de pelo liso, que usaba dos tallas más grandes los pantalones grises del uniforme. Llevaba la camisa a medio meter en el pantalón y caminaba como un cantante de música rap. Venía de servir cerveza a un grupo de jóvenes. Manuel se acercó y le dio la mano en señal de afecto.<br />— ¿Doctor, desea tomarse algo? —preguntó Antonio sorprendido por la visita.<br />— No, pero tengo hambre. Antonio, vaya al restaurante y tráigame un “Combo del Mar Rojo”, pero con una “Coca-Cola light”. La hamburguesa con pocas salsas.<br />— Con mucho gusto, doctor, pero ¿y el café?<br />— No se preocupe, yo me encargo mientras usted regresa. Así aprovecho para programar en el computador un par de canciones que quiero escuchar —haciendo una pausa, continuó diciendo—, ah, y dígale a doña Josefina que lo anote en<br />mi cuenta.<br />— Claro que sí, doctor.<br />Además de los jóvenes que bebían cerveza, en el café-bar había una pareja de novios tomando capuchino y tres señoras sentadas en la barra bebiendo vino caliente. Desde que entró, Manuel se dio cuenta que las mujeres de la barra no dejaban de mirarlo y de murmurar cosas. La música sonaba suave y el aroma de este sitio, tal como pensó, conservaba la presencia de “Lolita”.<br />Manuel esperó a que Antonio saliera del café-bar para buscar información que le ayudara a conocer mejor a Salomé. Abrió los cajones de la alacena, revisó los papeles archivados en tres grandes carpetas A-Z y ojeó página por página un cuaderno de cincuenta hojas que se encontraba junto a la caja registradora.<br />Buscó en medio de los licores, pero no encontró nada que la pudiera comprometer con su papá o con algún otro hombre.<br />Cuando se disponía a revisar el computador, una de las tres mujeres de la barra lo invitó a tomar una copa. El joven Arabia vestido de blue jeans, manifestó no beber en horarios de trabajo, ya que perdería el empleo si su jefe se daba cuenta.<br />— Sería muy estúpido si te despidiera —respondió la mujer del centro haciendo un guiño de ojos mientras las otras dos reían—. Pero si te despiden, te harían un gran favor, pues éste no es un trabajo para ti.<br />— ¿Y a qué hora sales? —Preguntó suspirando la mujer que estaba a su izquierda.<br />Haciéndose el que no había escuchado, Manuel se sentó en el computador y detalló el protector de pantalla. A orillas de un caudaloso río, estaba Salomé junto a un indígena de plumas coloridas en la cabeza y a una joven de su misma edad, que<br />tenía collares alrededor del pecho. Pensando en qué lugar pudo ser tomada esa fotografía, Manuel abrió el explorador de Windows y encontró que fuera de videos y canciones no había nada más en el disco duro, ni siquiera archivos de Office. Cansado de buscar pistas inexistentes, aprovechó para revisar su correo electrónico. Conectado a Internet, abrió MSN Messenger. Vaya sorpresa la<br />llevada al descubrir que su papá fue el último usuario que en ese computador revisó el correo electrónico. Ahí se encontraba grabado el correo y la contraseña, oportunidad que Manuel no desaprovechó, al pulsar “Clic” en el botón de Iniciar Sesión.<br />No había mensajes nuevos en la Bandeja de Entrada del e-mail de su papá. Manuel recordó que en horas de la mañana, mientras su tía revisaba su cuenta de correo, apareció un letrero informando que Lazzar acababa de iniciar sesión. La carpeta<br />de Correo No Deseado, estaba vacía y, como pensó, todo indicaba que la única persona sospechosa de conocer la contraseña era Salomé: la novia de su papá, la mismísima Dolores de Humbert Humbert.<br />Manuel respiró profundo, aspiró largamente el cigarrillo y pulsó “Clic” sobre el primero de los mensajes en la pantalla, organizados de acuerdo a la fecha de recibo. Se trataba de una comunicación de un banco en Suiza que llegó el día anterior. El<br />mensaje decía:<br /><br /><em>Señor Lazzar Arabia Abdala:<br />Su contraseña es correcta. Para realizar el traslado de dinero que usted solicita en la comunicación electrónica fechada el día viernes dos (2) de abril, primero debe<br />responder a las preguntas secretas enunciadas a continuación: ¿Qué animal tenían<br />de mascota sus abuelos maternos?<br />a ) ¿Cómo se llamaba?<br />Una vez verificada la información, se procederá a consignar el dinero en la cuenta<br />bancaria que usted nos indique. Este mensaje se almacenará en nuestro archivo.<br />Cordialmente,<br />Aldebarán Ravonel<br />Gerente Comercial - Ginebra’s Bank</em><br /><br />Manuel no sabía de la existencia de aquella cuenta bancaria.<br />En la carpeta de Mensajes Enviados, encontró una comunicación que Salomé le escribió al banco suplantando a Lazzar, en donde enviaba una contraseña y solicitaba la información necesaria para hacer un traslado de capital a otra cuenta.<br />Manuel, seguro de que solo su tía y él conocían las respuestas a las preguntas secretas, escribió al banco, respondió las preguntas y les dio un número de cuenta, también en Suiza, para hacer el traslado del dinero. Pidió que le consignaran diez mil euros y a la vuelta de correo le enviaran un extracto bancario.<br />Actuó de ésta manera, ya que si comunicaba la muerte de su papá, tardarían más de seis meses en consignarle el dinero.<br />Después de enviar el mensaje, Manuel encendió un cigarrillo y cambió la contraseña del correo electrónico. Al ver que Antonio, haciendo un esfuerzo por no pisar el dobladillo de sus pantalones, traía en una bandeja de plástico la hamburguesa y dos frascos de salsas, una de ajo y otra de tomate, y que la canción: I Dont Want To Miss a Thing, de Aerosmith ya se terminaba, colocó en el computador: Yellow Submarine, de The Beatles y fingió llevar mucho rato hablando con las tres señoras de la barra.<br />— Ya que llegó mi reemplazo… ¿Qué me estaban ofreciendo?<br />— Ven siéntate con nosotras —dijo una de ellas mientras le servía una copa de vino.<br />— Antonio, ¿y tú ya cenaste? —preguntó Manuel viendo que estaba cerca.<br />— No, aún no —respondió, mirando hacia el piso.<br />— Cómete la hamburguesa. Como tardaste tanto, acepté una copa a las señoras, y cuando bebo prefiero no comer.<br />Manuel recibió la copa de vino y se tomó un trago. Luego, observando detenidamente a cada una de sus acompañantes, les dijo:<br />— Disculpen la indiscreción, ¿ustedes se encuentran en plan turístico o de negocios?<br />— De negocios, pero con usted en frente sólo podemos pensar en diversión —dijo la que se encontraba en la mitad de las tres y parecía ser la mayor de todas.<br />— ¿Pero qué hace trabajando aquí un hombre tan atractivo? —preguntó la señora de la izquierda.<br />Manuel bebió su trago, encendió otro cigarrillo y les mostró su copa vacía.<br />— ¡Hoy es tu día de suerte! ¡Pórtate bien y te ganarás una buena propina! —exclamó la mujer de la derecha, que hasta el momento no había hablado y era la más bonita de todas.<br />— Y según tú ¿qué debo hacer?<br />— Con un streptease y por qué no, un masaje, será suficiente.<br />— ¡Qué buena idea! —exclamó la que parecía ser la mayor de todas— ¿Y qué decides?<br />— Este chistecito les va a salir costoso —dijo Manuel, exhalando por la boca el humo del cigarrillo y volviéndolo a respirar por la nariz.<br />Una vez dijo esto, ellas se levantaron con rapidez, como evitando que Manuel tuviera tiempo de arrepentirse. Pidieron la cuenta y Antonio le agradeció a su jefe por la comida. Manuel, con las manos atrás de la espalda, pensando en la sorpresa que se llevaría Salomé cuando tratara de abrir el correo electrónico de su papá, salió del café con sus tres acompañantes.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-23746992387131011142007-11-16T10:24:00.000-03:002007-11-16T10:31:04.446-03:00Lunes Santo - MañanaCuando Manuel entró al restaurante, los primeros rayos de sol empezaban a resplandecer. En el desayuno de trabajo lo acompañaban el Jefe Administrativo, un chef internacional, el capitán de los meseros, la jefe de las aseadoras, el cura párroco y un comandante retirado del ejército, responsable de brindar seguridad. Aquella mañana arribarían cientos de personas provenientes de todo el mundo, con la intención de asistir a las conmemoraciones religiosas que hacían de esta ciudad La Jerusalén de América. Entre estos eventos se encontraban las procesiones de Semana Santa, el Festival de Música Religiosa, las visitas a los museos, las diferentes eucaristías y un gran número de actividades culturales.<br />Una vez iniciada la reunión, los empleados anunciaron que todo estaba listo para hacer que los huéspedes se sintieran como en su propia casa. Desde el salpicón, el manjarblanco y el helado de paila que acompañaban las comidas, pasando por la seguridad de los huéspedes en las visitas turísticas.<br />Cuando la reunión estaba por terminar, entró en el restaurante el agente Valdivieso. Llevaba las manos en los bolsillos de su abrigo. Manuel lo saludó y le pidió esperarlo en su oficina.<br />Cuando Manuel entró a su despacho, el humo de la pipa de Valdivieso invadía todo el recinto. Él hablaba por su teléfono móvil con un agente del Comando de Policía. Su voz ronca y escandalosa se escuchaba desde los pasillos. Había cambiado de pipa y de picadura. Ésta era recta y fumaba una mezcla fuerte a vainilla. Cuando Manuel consideró lo anterior, Valdivieso le contó que un tío suyo que hacía parte de un club de fumadores de pipa, le había traído esa picadura de Holanda. También le confesó que encontraba placer en fumarse una mezcla aromática y al día siguiente, una no aromática.<br />— Desde el sábado nos hemos dado a la tarea de seguir a Rafael Eduardo. Podría asegurar que algo se trae entre manos —aseguró Valdivieso.<br />— ¿A qué se refiere exactamente?<br />— Mire, el viernes en la tarde, Rafael le dijo a su mujer que todo el fin de semana estaría en un congreso organizado por la Asociación Nacional de Hoteleros. A las once de la mañana doña Carmenza lo dejó en el aeropuerto. El muy pícaro, en cuanto la vio marcharse, abordó un taxi. Los detectives que lo seguían trataron de alcanzarlo pero lo perdieron de vista. En horas de la tarde, Rafael llamó a su esposa para informarle que llegó bien. Como las líneas telefónicas se hallaban intervenidas, dimos fácilmente con su paradero: se encontraba a las afueras de la ciudad en una casa-finca de propiedad de un primo suyo. Al sospechoso lo acompaña una joven que no debe sobrepasar los dieciséis años de edad y con la que sostiene una íntima relación. Ellos siguen en la finca, pero aún no se ha establecido la identidad de ella.<br />—Mi papá, al igual que Rafael Eduardo, salía con una niña —comunicó Manuel, con una expresión de gravedad en su rostro.<br />— ¡Ahí están pintados estos millonarios! —exclamó Valdivieso alisándose la barba.<br />Fingiendo no conocer quién era la novia de su papá, Manuel le enseñó a Valdivieso la carta y le habló sobre la novela de Nabokov y sobre el fragmento del libro subrayado. Del mismo modo le dijo que con su tía asumieron que la “lolita” debía<br />trabajar ahí, porque Lazzar muy pocas veces se ausentaba del hotel. Pero le confesó que lo desconcertaba darse cuenta que así como Rafael Eduardo hizo creer a su mujer que asistiría a una reunión de negocios y a escondidas se veía con alguien más, su papá también pudo hacer lo mismo. <br />Después Manuel permaneció largo rato en silencio y comenzó a balancearse en su silla, de arriba hacia abajo. Valdivieso lo miraba impaciente, pero no se atrevía a interrumpir sus pensamientos. De repente Manuel rompió el silencio:<br />— Es probable que la novia de mi papá sea la misma persona que en estos momentos se encuentra con Rafael Eduardo.<br />Para vengarse de él, esta mujer pudo aliarse con el presidente de la Junta Directiva. La envidia de Rafael es conocida por todos.<br />— Su teoría tiene sentido, joven. Tanto en la literatura policíaca, como en los casos reales de homicidio, la mayor de las veces los móviles de los crímenes son el amor o el dinero. La muerte de su papá y de Jorge, pudieron ser una mezcla de ambos.<br />Valdivieso se levantó de la silla y se puso su abrigo. Le dijo a Manuel que si lo llegaba a necesitar no dudara en llamarlo.<br />Por último le recomendó que así fueran mínimas las posibilidades de que una de las trabajadoras de ese hotel fuera la supuesta novia de su papá y, a su vez, saliera con el presidente de la Junta Directiva, hiciera lo propio investigándolas.<br />Manuel se levantó y le estrechó la mano, acordando reunirse el Miércoles Santo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-43546870840197732732007-11-16T10:18:00.000-03:002007-11-16T10:24:16.696-03:00Tarde— Disculpe doctor, Fabricio, el capitán de los meseros, quiere hablar con usted. Vino con Darío, otro de ellos.<br />Manuel, aunque se encontraba ocupado revisando el proyecto de “El Museo de la Tortura y la Pena Capital”, pues no quería perder el esfuerzo de su papá, los hizo pasar. Fabricio saludó cortésmente a Manuel, pero Darío, sin mirarlo, rechazó su<br />invitación a tomar asiento y durante toda la charla permaneció de pie. Darío tenía veinticuatro años, era de estatura baja, contextura delgada y, a pesar de su edad, empezaba a quedarse calvo, razón por la cual llevaba el cabello muy corto. A Manuel le inquietó su actitud y más cuando se le ocurrió que detrás de aquel vestido de mesero: pantalón negro, camisa blanca y corbatín, parecía ser una de esas personas que sin ese tipo de actitudes y sin su nombre grabado en el uniforme,<br />estaba condenado a pasar inadvertido.<br />Fabricio le contó al gerente que esa mañana le hizo un llamado de atención a Darío, porque se había vuelto ineficiente en el trabajo y, de un tiempo para acá, se la pasaba triste. Darío le confesó que estaba enamorado de Salomé y sufría un mal de amores. Cuando dijo esto, Manuel llamó a una de las secretarias y le pidió dos tintos dobles, uno para él y otro para Fabricio. Al mesero que permanecía de píe, no le ofreció nada. Una vez Blanca sirvió los tintos, Fabricio tomó un gran sorbo<br />y complementó lo anterior:<br />— No fue nuevo escuchar que alguien estuviera enamorado de Salomé. Lo que me inquietó fue lo que al respecto Darío mencionó.<br />En este punto, Fabricio invitó a su compañero a continuar el relato. Éste, mirando al piso, de mala gana dijo:<br />— Hace tres meses yo empecé a frecuentar a Salomé. Cuando la visitaba ella parecía alegrarse; me tomaba de la mano y era muy especial. El 7 de enero, fecha en que cumplió los dieciocho años, fui a visitarla. Cuando llegué a “El Café del Abad”, antes de entrar, me asomé por una de las ventanitas de la puerta. Ahí vi al doctor Lazzar y a Salomé, besándose y tomando whisky. Sobre la barra había un ramo de rosas tan grande, que como supe después, tuvieron que cargarlo entre varias personas.<br />Darío se quedó en silencio y estornudó. En ese momento, por primera vez levantó su rostro y con ojos que reflejaban el ardor de sus entrañas miró a Manuel. El joven Arabia respiró profundo, sabiendo que se encontraba ante otro posible asesino.<br />— ¡Salud! —dijo Manuel.<br />Darío bajó de nuevo su mirada y con la voz entrecortada continuó diciendo:<br />— El doctor Lazzar y Salomé parecían llevar bebiendo largo rato, pues se veían borrachos. Los observé alrededor de diez minutos, tiempo en el que no hicieron más que besarse. Después me marché del café y una semana más tarde regresé.<br />Salomé me recibió con la misma calidez de siempre, me sirvió una Coca-Cola y me preguntó por qué no había vuelto a visitarla. Le respondí que había estado muy ocupado. Me tomó de la mano y conversamos largo rato de cosas sin importancia.<br />Cuando le pregunté sí tenía novio o sí salía con alguien, ella lo negó todo. Al despedirse, me dio un beso cerca de la boca y me dijo que regresara la próxima semana, que necesitaba pedirme un favor muy especial.<br />El martes siguiente, después de terminar su jornada de trabajo, Darío regresó a “El Café del Abad”. ¡Cuál no sería su sorpresa al escuchar que Lazzar y Salomé tenían una fuerte discusión! Darío no entendió el motivo, pero de acuerdo a lo que vio a través de la puerta de cuartelones de cristal, Salomé le hacía un reclamo. Entonces prefirió marcharse.<br />— A los dos días murió el doctor Jorge y por algún motivo que no conozco, Salomé fue corrida del puesto. Una semana después nuevamente fue contratada.<br />— ¿Y usted ha vuelto a hablar con Salomé? —inquirió Manuel.<br />— No, hasta ahora no he regresado al café.<br />— ¿Y alguien más conoce esta historia?<br />— ¡Nadie más! Y si Fabricio no me hubiera obligado a contarle, ni siguiera usted la sabría.<br />Manuel les rogó completa discreción: ¡Por nada del mundo quería ensuciar la memoria de su papá! A Darío, que continuaba de pie, le dijo que fuera a visitar a Salomé y le preguntara por el favor que necesitaba. A Fabricio le pidió aguardar<br />un segundo, pues debía hablar con él sobre otro asunto.<br />— ¿Usted cree a su compañero capaz de asesinar a mi papá? —preguntó Manuel al capitán de los meseros una vez Darío se marchó.<br />— No creo… pero ahora que lo menciona, la semana del crimen, él se reportó enfermo.<br />Manuel, pensando que Darío tenía acceso al hotel, pidió otro tinto doble y con su puño y letra escribió en un trozo de papel:<br /><br /><em>Querida Salomé:<br />La otra noche dejamos una conversación inconclusa. ¡Me gustaría conocerla mejor! Faltando quince minutos para las siete, estaré esperándola en la última banca de la iglesia de San Francisco. Si no puede ir, no se preocupe: sabré entender.<br />Manuel Arabia Vallejo</em><br /><br />Luego dobló en dos partes iguales el papel y con la grapadora le puso en la mitad un gancho y se lo entregó a Fabricio, para que se lo llevara personalmente a Salomé. Él, sin hacer preguntas salió de la oficina.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-29902118512148594722007-11-16T10:05:00.000-03:002007-11-16T10:18:39.825-03:00NocheA las seis menos cinco, el joven Arabia entró a la iglesia de San Francisco, con la intención de escuchar la eucaristía y, antes que llegara Salomé, aclarar algunos de sus pensamientos.<br />La iglesia estaba ubicada contigua al hotel, en la intersección entre la carrera y la calle. Aunque por su arquitectura de estilo barroco, pintura, imaginería y mobiliario, aquel templo era el más rico de la ciudad, a Manuel no dejaba de parecerle un lugar frío. <br />Cuando entró, la eucaristía había empezado. Se dio la bendición y tomó asiento en la última banca del lado derecho y oró por el alma de su papá. Además le pidió a Dios sabiduría para tomar decisiones y se detuvo a observar los arcos tallados en piedra, los camarines en madera y el púlpito de la escuela quiteña del siglo XVIII, en el que entre coloridos pájaros, enredaderas y flores, una mujer sostenía en su cabeza una cesta de frutas y llevaba en sus brazos una piña.<br />En esto se escucharon los tacones de alguien que se aproximaba. Manuel miró de reojo y vio a Salomé. Vestía un traje negro. Ella se acercó y apoyó la mano derecha sobre su hombro.<br />Llevaba puesto un guante de seda del mismo color de luto de su vestido. Manuel se dio la bendición y se levantó de la silla, con el temor de perderse en aquellos ojos esmeralda que se reflejaban en el medallón en forma de luna que prendía de su cuello.<br />Al salir de la iglesia, Manuel la tomó de la mano y la condujo hasta el carro. Salomé pareció incomodarse al ver el Mercedes Benz estacionado afuera.<br />— ¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó ella.<br />— A ningún lugar específico: sólo quiero conocer a la novia de mi papá —dijo Manuel en un tono de voz muy bajo.<br />Al joven Arabia le maravillaba la visión de los arquitectos de la Colonia, que planearon cada detalle de la ciudad para ser la más bella y funcional de todas. Uno de esos detalles eran las amplias calles, construidas como previendo que quinientos<br />años después, las personas no se transportarían a pie ni a caballo, sino en vehículos.<br />Manuel condujo varias manzanas en dirección occidental, disfrutando del silencio de las calles y de la coexistencia entre la ciudad vieja y la moderna. Como pocas ciudades latinoamericanas, las dos caras de una misma moneda habían logrado convivir en armonía, sin que la moderna destruyera a la histórica. El joven Arabia se detuvo en un estanco del barrio “La Esmeralda” y compró cigarrillos y una botella de whisky.<br />Lo atendió una joven muy linda, que suspiró al verlo. Cuando regresó al carro, sonaba “El Concierto de Aranjuéz”. Salomé, sin titubeos, arreglándose los rizos de su cabello, señaló que cuando Lazzar escuchaba aquella melodía, le llegaban recuerdos de su infancia. Manuel, se sirvió un trago de whisky y le pasó otro igual a Salomé. Encendió el carro y tomó la avenida Panamericana, en dirección al norte. Ella seguía con sus dedos la melodía de las guitarras y sonriendo miraba por el espejo retrovisor los carros que a ciento sesenta kilómetros por hora quedaban en el camino.<br />— Anoche te busqué en “El Café del Abad”, pero no estabas —comentó Manuel bajando el volumen del equipo de sonido.<br />- Ya sabía —contestó ella—. Antonio me dijo que el Gerente General le regaló un “Combo del Mar Rojo”. <br /> Mientras Salomé terminaba de decir lo anterior, a su izquierda Manuel vio un letrero en luces de neón que decía: “Bienvenidos al Motel La Siesta”. Recordando la publicidad que encontró en la billetera de su papá, de forma violenta detuvo el carro y sin darle tiempo de opinar a su acompañante, entró y pidió una habitación. A Salomé pareció no importarle, tomó la botella de whisky y se bajó del carro, sentándose sobre una de las poltronas de la sala de estar. Manuel hizo lo propio,<br />sorprendido por la tranquilidad de esta mujer que hacía pocos días había cumplido los dieciocho años. Salomé le sirvió otro whisky y sin que él dejara de mirarla, conciente de que debía estar pensando que dicho motel era uno de los sitios predilectos de ella y de su papá, brindó por quien fue el primero, y, según dijo, el único hombre en su vida: Lazzar Arabia Abdala.<br />— ¿Y cómo conociste a mi papá?<br />— ¡Es una larga historia, pero trataré de abreviarla! —exclamó Salomé—. Cuando nací, mi papá, que trabajaba como maestro de obra, abandonó a mi mamá. Ella, que no era de esta ciudad y que no conocía a nadie, empezó a buscar empleo.<br />Por aquellos días conoció a una trabajadora de la Fundación Arabia, que hacía labor social en el sector donde vivíamos. Las dos se hicieron amigas y ella le ayudó a conseguir trabajo como lavandera en este hotel. Mi mamá trabajó allí once años, hasta que una enfermedad pulmonar la llevó a la tumba. Yo quedé huérfana, pues aunque tenía una tía, ella no quería hacerse cargo de mí.<br />Una tarde, cuando los trámites estaban listos para ser entregada en adopción, Salomé, a quien le faltaban dos meses para cumplir los doce años, entró a la oficina de Lazzar, lo abrazó y llorando le suplicó que le permitiera quedarse. Se ofreció a<br />hacer el trabajo de su mamá y todo lo que él quisiera. Lazzar, que jamás la había visto, quedó encantado con aquella nínfula a punto de convertirse en mujer. La Fundación Arabia hizo las gestiones necesarias y la niña quedó bajo su tutoría. Jorge, quien era el Presidente de la Junta Directiva, apoyó a Lazzar en esta decisión y se convirtió en otro padre para ella.<br />La Fundación Arabia dispuso para Salomé una habitación en la sede donde funcionaba. Por las mañanas ella estudiaba en un colegio de monjas y, según lo pactado con Lazzar, debía estar entre las cinco mejores estudiantes del curso. El resto del día lo dedicaba a cuidar las instalaciones de la fundación.<br />Lazzar, como Humbert Humbert era muy celoso, razón por la que Salomé no tenía autorización para salir de noche, tener amigos, ni permitir el ingreso de nadie diferente a él, después de las seis de la tarde.<br />— Por esos días, Lazzar y yo nos enamoramos.<br />— ¿Y por qué no hicieron pública la relación?<br />— Porque no es bien visto que una menor de edad y su padrastro sean novios. No te enteraste de nada, porque las veces que venías de vacaciones Lazzar se las arreglaba para que nunca nos encontráramos. Íbamos tan en serio, que incluso me propuso matrimonio con varios años de anticipación, cuando yo cumpliera los dieciocho.<br />— ¿Cuándo cumpliste los dieciocho?<br />— Hace dos meses.<br />— ¿Y cómo era su relación de pareja?<br />— ¡Muy bella! —suspiró—. Los primeros años Lazzar vivía muy pendiente de mí: era celoso y me sobreprotegía. Teníamos problemas como cualquier pareja, pero ninguno de gravedad. Cuando me gradué del colegio, a los diecisiete, nuestra<br />relación cambió por completo, yo no quería seguir viéndolo a escondidas. Entonces Lazzar me ofreció trabajo en el hotel, moderó sus celos y por primera vez, yo tuve amigos. Adicionalmente abrimos una cuenta bancaria para irnos de luna de miel.<br />— Si lo que me dices es verdad, ¿por qué mi padre te corrió del trabajo?<br />— ¡Ahhh! —exclamó—. Tú papá nunca me despidió, yo renuncié por mi propia voluntad. Estaba convencida que si me alejaba, él me iba a extrañar y agilizaría nuestra boda. Sí, lo confieso, mi estrategia funcionó; después del suicidio de Jorge no había pasado siquiera una semana y Lazzar me fue a buscar para decirme que se sentía muy solo y quería que volviera al trabajo… Lo amaba y sufro en silencio su muerte.<br />Cuando pronunció lo anterior, sus ojos se humedecieron. Manuel se acercó y la abrazó tan fuerte que sintió las lagrimas de Salomé correr por sus propias mejillas. Entonces envidió por segunda vez a su papá, pues ella tenía lo que a su novia Satine le hacía falta: encanto.<br />— ¿Cómo habría sido a los trece? —se preguntó Manuel.<br />Ella se levantó del sofá y sirvió otro whisky. Después se quitó los zapatos y observando uno de los cuadros que prendían de la pared, se acostó sobre la cama. En el espejo del techo imitó la posición y los gestos de la nínfula de la pintura. Manuel bebía grandes tragos de whisky.<br />— ¿Cuál de las dos luce más provocativa? —preguntó, señalando a la rubia del cuadro.<br />El joven Arabia se quitó la chaqueta de paño, se aflojó el cuello de la camisa, corriéndose el nudo de la corbata y se arrodilló junto a ella. Salomé se llevó su dedo índice a los labios y le indicó que no dijera nada. Manuel dejó en el suelo el vaso de whisky e intentó besarla, pero ella movió hacia un lado su cabeza y simulando ver su reloj exclamó:<br />— ¡Se hizo tarde!<br />Manuel, que parecía estar en medio de un sueño, volvió a la realidad. Se levantó, prendió un cigarrillo y se subió al carro, ella hizo lo propio. De camino al hotel, ninguno pronunció palabra. La noche estaba fría y pronto caería un aguacero.<br />— Te espero mañana a las seis de la tarde: quiero llevarte a un lugar muy especial —dijo Salomé dando un beso en la mejilla a su acompañante.<br />— Olvidé agradecerte por haberme regalado aquella rosa en la reunión. La colgué del tallo para que se petrifique y conserve su aroma.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-24647217557837850762007-11-16T09:52:00.000-03:002007-11-16T10:04:41.811-03:00Martes Santo - MañanaEl Ave María se escuchaba cuando Manuela, la mesera que trabajaba en el casino, llegó a la oficina de su jefe. Su cabello recogido se encontraba mojado. El joven Arabia la hizo pasar y fumando el segundo cigarrillo del día le solicitó a su secretaria dos tintos.<br />— ¡No pensé verla tan temprano! —exclamó Manuel, enderezando el sable colgado en la pared. Luego dijo articulando lentamente todas las sílabas—: ¡No-la-quie-ro-ver-un-mi-nuto-más-tra-ba-jan-do-en-el-ca-si-no!<br />Sin entender lo que estaba sucediendo, ella, que no conocía el motivo de la reunión, se cubrió con sus manos el rostro y con voz temblorosa suplicó:<br />— ¡Por lo que más quiera, no me despida! Soy muy pobre y mi mamá está enferma.<br />Al oír esto, Manuel se soltó a reír.— No la voy a despedir, sino a ascenderla a un mejor trabajo. Yo necesito a una mujer como usted para encomendarle una misión muy importante. ¡Sí, como lo oye! ¡Una misión muy importante! En este hotel se está reaccionando a los problemas, en lugar de ejecutar una planeación rigurosa de actividades. Desde esta misma tarde —enfatizó apuntando con su dedo índice hacia el piso—, usted deberá averiguar qué piensan sobre el Hotel Arabia los trabajadores, así como los huéspedes y la comunidad en general.<br />— ¿Y cómo debo hacerlo? —preguntó Manuela limpiándose las lágrimas.<br />— Deberá realizar registros de los huéspedes y de los empleados en sus puestos de trabajo. Del mismo modo, tendrá que entrevistarse con políticos y empresarios de la región. Conocer esta información será muy útil, pues además de tener elementos que permitan evaluar la calidad de nuestro servicio, podremos identificar qué otras cosas estamos en capacidad de ofrecer. Bueno, también podremos medir el desempeño de los empleados. Por ello, deberá ser discreta en lo que hace —diciendo esto, Manuel tomó su chequera del escritorio y le entregó un cheque por dos millones de pesos—. Quiero que se arregle muy bien, porque además de estas funciones tendrá que acompañarme a muchas actividades importantes.<br />— Acepto el trabajo, doctor, pero no sabré cómo pagarle… —afirmó Manuela, tomando el cheque entre sus manos.<br />— No se preocupe —la interrumpió él—, con que sea responsable y comprometida será suficiente. Quiero que en dos horas vaya donde el Jefe de Recursos Humanos para que le ayude a estructurar una encuesta y le explique los aspectos legales de su nuevo empleo.<br />— Doctor, disculpe la pregunta, ¿por qué me escogió para este trabajo habiendo gente más capacitada que yo?<br />— Porque me dieron buenas referencias suyas y cuando estuve en el casino, a pesar de haber derramado la cerveza, me pareció una joven encantadora. Manuela, ¿cuál es el número de su teléfono móvil?<br />— No, doctor, no tengo. Pero si me autoriza, con este dinero compro uno.<br />— No será necesario, la espero mañana a las seis y treinta de la tarde para que me acompañe a la procesión de Semana Santa y conversemos sobre los primeros resultados del trabajo. ¡Ah! si tiene novio, espero que no sea celoso, ya que deberá<br />acompañarme a muchas partes, incluso por fuera de la ciudad. Cuando Manuela salió de la oficina, el joven Arabia llamó al Jefe de Recursos Humanos para informarle sobre sus planes con relación al trabajo de ella. A través de la bocina del teléfono se escuchaban gritos.<br />— David, ¿qué ocurre?<br />— A unos huéspedes se les desapareció un vestido y un collar. Están culpando de ladrona a la camarera.<br />— En dos minutos estaré en tu oficina. Procura calmar los ánimos, voy a encargarme personalmente del caso.<br />A David que llevaba más de quince años solucionando esos problemas, le pareció absurdo que Manuel quisiera hacerse cargo. Cuando entró a la oficina de Recursos Humanos, un hombre según pensó, de aproximadamente treinta años, y una mujer al parecer de la misma edad, se encontraban de pie junto a David y la camarera. Esta última era la empleada más antigua del hotel. Manuel le pidió a ella retirarse. El hombre era una persona de estatura media, de cabello rubio y cuerpo atlético. Tenía ojos claros y ropa deportiva: una sudadera marca Adidas, de color azul y una amplia camiseta. Cuando Manuel se presentó, él le estrechó la mano y le agradeció su interés. Se llamaba Andrés José Costa Rica. Su novia, de rasgos bruscos y cuerpo macizo, era una mujer de piel trigueña y cabello tinturado de rojo. Sus labios eran gruesos y sus ojos un tanto rasgados. Traía puesto un vestido de flores, con un amplio escote en el pecho. Se presentó como Gisela y cuando Manuel le ofreció la mano para saludarla, ésta le dio la espalda.<br />— ¿Y qué sucedió? —preguntó Manuel al Jefe de Recursos Humanos.<br />— Esta mañana, cuando los señores regresaron de tomar el desayuno, la habitación estaba limpia y arreglada. En el momento en que ella fue a cambiarse de ropa. —respondió David señalando a Gisela—, no encontró el vestido que se iba a poner. Entonces buscó si algo más le hacía falta y se dio cuenta que tampoco aparecía su pulsera de oro.<br />— Señora Gisela y ¿usted sí recuerda haber traído esas cosas?<br />— ¡Hmm! ¡Vean a éste otro... se-ño-ri-ta, primero que todo! ¡Pues claro que lo recuerdo!<br />Elevando el tono de voz, Gisela le contestó que el día anterior, antes de registrarse en el hotel, había comprado el vestido en un almacén de la ciudad. Y que la pulsera se la quitó la noche pasada, ya que la estampita se le engarzó en la cobija. Complementó lo anterior diciendo que la pulsera se la regaló alguien muy especial y era irremplazable.<br />Mientras Gisela acusaba de ladrona a la camarera, sus mejillas ardían como el color de su cabello. Afirmó que nunca le había sucedido esto en ninguna otra parte. Andrés José, por su parte, trató de tranquilizarla, pero con cada cosa que decía, ella se molestaba aún más. Manuel permaneció en silencio, recordando que en esos casos su papá recomendaba dejar que el cliente se desahogara.<br />— Y lo que más me duele —continúo Gisela—, es que me robaron el vestido que me iba a poner esta noche para ir a conocer a los papás de Andrés José: una de las familias más prestantes de la ciudad.<br />Cuando ella terminó de hablar, Manuel les pidió excusas a ambos por lo ocurrido y le rogó a Gisela describirle como eran el vestido y la pulsera. A las dos de la tarde, se comprometió a regresarles todo. También a entregar el nombre del ladrón.<br />Hablando de una manera más pausada, ella le contó que su vestido era talla M y de color rojo, y fue comprado en una boutique llamada: ICE. Para que Manuel entendiera mejor, Gisela se dio una vuelta y le dijo que era similar al que traía puesto, solo que más escotado. De la pulsera informó que hacía juego con su cadena. Diciendo esto se inclinó hacia adelante y de en medio de sus senos sacó una cadena con una imagen del Divino Niño.<br />— ¡Estoy seguro que él ya comprendió como es la pulsera! — anotó en tono grandilocuente Andrés José, dándole a su novia un discreto puntapié.<br />— Mi ex novio me trajo la cadena y la pulsera de Roma. Las bendijo Juan Pablo II. Aunque este robo me parece muy extraño —confesó Gisela—, ya que el ladrón tuvo la oportunidad de llevarse cosas de mayor valor.<br />— Y desde que se registraron, ¿a qué horas salieron de la habitación? —preguntó Manuel encendiendo un cigarrillo.<br />— Sólo esta mañana. Anoche ordenamos la cena por teléfono —comentó Andrés José.<br />- Bueno, ahora que recuerdo —agregó Gisela—, anoche bajé a la recepción para comprar un rollo fotográfico, pero mi gordo se quedó terminando de cenar. Igual, ahí no pudo ser porque tardé menos de diez minutos y él no se movió de la habitación. <br />Manuel, como queriendo cambiar el tema, le preguntó a Andrés José:<br />— Disculpe, pero… ¿le ocurrió algún accidente en el hotel? Lo digo por la cura de su dedo.<br />— ¡Ahhh, esto! —exclamó Andrés José, levantando el dedo índice y echando hacia atrás sus hombros—. Me corté partiendo la carne de la cena.<br />— Amor, ¿y en qué momento te hiciste eso?<br />— Precisamente cuando bajaste a comprar el rollo fotográfico. No mencioné nada para no alarmarte: sé de tu pavor por la sangre.<br />Sin conocer los planes de su jefe para regresar el vestido y la pulsera, David permaneció en silencio. Manuel se despidió de la pareja de novios, confirmando que a las dos de la tarde él mismo iría a la habitación a llevarles las cosas. De nuevo<br />les reiteró sus disculpas. Esta vez, Gisela fue la primera en darle la mano y le dijo que lo estaría esperando. Andrés José, cogió de la cintura a su novia y se despidió sin mayores comentarios.<br />Una vez se marcharon, Manuel le preguntó al Jefe de Recursos Humanos:<br />— ¿Y qué opinas de esto?<br />— Que Claudia, la camarera, no es una vulgar ladrona.<br />— Quiero que te consigas un vestido con las descripciones que nos dio Gisela. Yo me encargo del ladrón y la pulsera. Luego, el joven Arabia le pidió a David que llamara a recepción y diera la orden de no cobrar el alquiler del cuarto a esa<br />pareja de novios. Del mismo modo le informó que Manuela lo iría a visitar, y le explicó lo concerniente a su trabajo. Antes de implementar la encuesta, el joven Arabia le solicitó hacerle llegar las preguntas, para darles el visto bueno y cuanto<br />antes iniciar el estudio. Después le encargó un teléfono móvil para Manuela, con el objeto de que tuviese todas las herramientas para desarrollar bien su trabajo.<br />Cuando Manuel regresó a la oficina, Claudia, la camarera, lo esperaba. El joven Arabia le hizo traer agua aromática de manzanilla. Después prendió un cigarrillo y le comunicó que tanto él, como el jefe de Recursos Humanos, sabían que ella no era una ladrona.<br />— Doña Claudia, —dijo Manuel de manera intempestiva— ¿usted sabe si ya pasó el camión de la basura?<br />— No, pasa de noche —aseguró ella confundida por la pregunta.<br />— Quiero que busque el vestido de Gisela o algún rastro suyo, dentro de los cestos de la basura. Empieza por los de la primera planta.<br />Claudia, sin entender nada, quiso preguntar más sobre el tema, pero Manuel insistió que después le explicaría mejor.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-33541866467950945652007-11-16T09:44:00.000-03:002007-11-16T09:52:40.460-03:00TardeSólo fue necesario llamar una vez a la puerta de la habitación 104, para que Gisela abriera sonriente y los invitase a pasar. Sin mayores preámbulos, el jefe de Recursos Humanos le entregó una bolsa de papel regalo y una pequeña tarjeta que<br />decía:<br /><br />DE: sus siempre amigos, Hotel Arabia.<br />PARA: Andrés José y Gisela, con gran sentimiento de respeto.<br /><br />Impaciente, Gisela abrió la bolsa de regalo y encontró un vestido rojo similar al extraviado. Cuando David fue a la boutique indicada por ella, revisaron en el talonario de facturas de compra y le vendieron otro de la misma referencia. Viendo el vestido y la expresión de felicidad de su novia, Andrés José preguntó a Manuel:<br />— ¿Y la pulsera?<br />Durante algunos instantes, el joven Arabia lo observó con detenimiento. Luego, sin decir una palabra abrió la ventana y prendió un cigarrillo. Todos en la habitación permanecieron en silencio, esperando su respuesta.<br />— Señorita Gisela —dijo Manuel hablando pausadamente— : ¿por qué no le pregunta a su novio qué hizo la pulsera? Le aseguro que él podrá responderle mejor que yo.<br />Los presentes, incluido el Jefe Administrativo que no conocía los planes de Manuel, se miraron unos a otros.<br />— ¿Qué argumentos tiene para acusarme de ladrón? —cuestionó Andrés José.<br />— No lo estoy acusando de ladrón. A mi juicio la desaparición del vestido y de la pulsera obedecen a un problema de protocolo y de celos, y no a un vulgar robo de una camarera —objetó Manuel, mientras sacaba de su bolsillo un retazo de lycra de color rojo, con algunas manchas de sangre y de comida<br />—. Gisela, ¿usted conoce esto?<br />— ¡Era el cinturón de mi vestido! —dijo a la espera de una explicación.<br />— Será mejor que usted mismo le cuente a su novia por qué cortó en pedazos el vestido y desapareció la pulsera, cuando ella salió a comprar el rollo fotográfico.<br />Con la mirada colmada de desprecio Andrés José confesó su culpa. Mencionó que estaban ahí porque su familia deseaba conocer a Gisela. Todo marchaba bien hasta que ella se antojó de comprar un vestido nuevo, entonces la llevó a una de las más reconocidas boutiques de la ciudad. Gisela entró y se midió algunas prendas, pero ninguna le gustó. En la esquina de ese almacén encontraron otra boutique, de ropa más de su estilo, donde compraron el objeto de la discordia. Andrés José no tuvo el carácter de confesar a su prometida que ese vestido tan corto y escotado escandalizaría a su familia.<br />Después de cenar en la habitación, Andrés José mandó a Gisela a comprar un rollo fotográfico. En ese momento, valiéndose del cuchillo de la carne, cortó en retazos el vestido y como sabía que no tenía suficiente tiempo antes de que ella regresara, lo arrojó en un cesto de basura de la primera planta.<br />En seguida, tomó de la mesa de noche la pulsera del ex novio de Gisela y resolvió simular que un ladrón había entrado al cuarto.<br />Diciendo esto, Andrés José sacó la pulsera de uno de los bolsillos de su maleta y se la entregó a su novia. Ella, sin salir del asombro, besó la estampa del Divino Niño y mirando con ternura a su novio ajustó la pulsera en su mano derecha. Andrés José tomó por la espalda a Gisela y le preguntó a Manuel cómo lo había descubierto. El joven Arabia le aseguró que no fue una tarea fácil y le relató los hechos.<br />Manuel, gracias a sus gestos y comentarios, se percató de que Andrés José era un hombre celoso. Saber que el vestido robado era más pequeño que el lucido en esos momentos por Gisela, convirtió a Andrés José en el principal sospechoso.<br />Sus sospechas fueron ratificadas cuando Gisela mencionó que la pulsera y la cadena se las regaló el ex novio. Por otro lado, David le recordó que la camarera acusada de ladrona era la trabajadora más antigua del hotel. Pero hasta ese punto Manuel no tenía pruebas para inculpar a Andrés José. Éstas llegaron luego de enterarse que esa noche los padres de Andrés José conocerían a Gisela. Según ella, su novio era de una familia prestante, adjetivo usado en la ciudad para denominar a las familias tradicionalistas. Entonces Manuel entendió que así Gisela se viera atractiva con ese vestido, los papás de Andrés José no la aceptarían en la familia.<br />— ¡Lo demás fue simple deducción! —aseguró Manuel, mirando a Andrés José—. Pensé que el camino más fácil para desaparecer el vestido era arrojarlo a un cesto de basura. Entonces le pedí a la camarera buscarlo en los basureros del hotel, en especial en los de la primera planta. Sabía que en el tiempo que tuvo antes de que su novia regresara con el rollo fotográfico, usted no podía ir muy lejos. Claudia, la camarera no encontró el vestido, pero sí corroboró mis sospechas al traerme retazos del mismo, bruscamente rasgados y con rastros de sangre. En ese momento recordé que su novio tenía una cortada en el dedo índice —dijo mirando a Gisela— y como usted no sabía nada de esto, deduje que se hirió la mano rasgando el vestido con el cuchillo de la cena.<br />— Pero doctor Arabia, —lo interrumpió Gisela— si el hotel no tuvo la culpa, conociendo la verdad, ¿por qué asumieron los costos de comprar otro vestido igual?<br />— Fue un precio muy bajo por no perdernos el rostro de Andrés José al ver de nuevo el vestido. —confesó Manuel sonriendo—. Además, sabía que si actuaba de este modo, ustedes se llevarían un grato recuerdo del hotel, ¿cierto?<br />Manuel y el Jefe de Recursos Humanos se despidieron de los novios y salieron del cuarto. Apenas cerraron la puerta, se escucharon gritos de Gisela, luego un golpe seco, como de una cachetada. De camino a la oficina de Gerencia, David dijo:<br />— La deducción que acabas de hacer, aunque parece elemental, fue simplemente brillante. Déjame narrarles a los miembros de la Junta Directiva lo que hoy sucedió, en especial a Rafael, que poco cree en tus capacidades para dirigir<br />este hotel.<br />— No hay problema, hazlo; igual, es lógico el temor de Rafael Eduardo y me interesa que todos sepan que ha empezado una nueva etapa en el Hotel Arabia.<br />— ¡Bien, eso haré! Cambiando de tema, te cuento que estuve trabajando con Manuela en la estructuración de las encuestas. Tenía mis dudas con respecto a ella, pero ahora sé que le encomendaste semejante labor porque viste en ella algo muy<br />importante.<br />— Siempre he creído que las empresas deben aprovechar al máximo las capacidades de sus empleados y para ello los jefes debemos dar oportunidades. Manuela, a pesar de ser muy joven, está siendo desaprovechada en el casino. Ella tiene madera para ser una gran relacionista pública, perfil que sin mi papá hace falta en el hotel.<br />— Bueno Manuel, debo irme. Si Dios quiere mañana al finalizar la tarde, te haremos llegar el diseño de la encuesta. Manuel terminó de revisar unos papeles y le pidió a su secretaria localizar a Rafael Eduardo. Minutos después, la secretaria le informó que lo llamó al teléfono móvil, pero éste no contestó, entonces marcó a la casa y su esposa le comunicó que no se encontraba en la ciudad y que regresaría el Jueves Santo en el avión del medio día. El joven Arabia encendió un cigarrillo y subió a la suite. Se quitó los zapatos, se acostó en la cama y miró su reloj, dándose cuenta que tenía una hora para descansar. A las seis había quedado de recoger a Salomé.<br />— “¡Manuelita!” —Repitió en voz alta, teniendo la certeza de que su nombre y el de ella habían sido hechos el uno para el otro.<br />Sobre una de las mesas de noche había un portarretratos con una vieja fotografía de sus padres. Manuel la tomó en sus manos y pensó en lo hermosa que era su mamá y en cuánto le hubiese gustado conocerla. Después, reconoció en su cuello<br />un medallón de plata en forma de cuarto de luna, similar al de Salomé y maldijo a su papá cuando cayó en la cuenta que sólo él pudo regalarle a la barmaid el medallón de su mamá.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-38987250982048429002007-11-16T09:25:00.000-03:002007-11-16T09:33:28.314-03:00Noche— Te ves muy guapa —dijo Manuel cuando entró a “El Café del Abad”. Salomé escribía en el computador y traía puesta una falda negra, un poco más arriba de las rodillas y una blusa del mismo color, en la que sobresalía el medallón antiguo. Sobre sus hombros prendía una pañoleta de seda, de colores fuertes. Su aroma era de jazmín.<br />— Y tú no te quedas atrás —murmuró ella, haciéndole un gesto con su mano para que la esperara un momento.<br />El joven Arabia, queriendo saber qué hacía Salomé en el computador entró a la barra. Ella se apresuró a cerrar su correo electrónico. Luego se levantó y le dio un beso en la mejilla.<br />— ¿Ya terminaste? —la interrogó Manuel, dándose cuenta que no había enviado ningún correo electrónico.<br />— ¡Sí!, le escribí a una amiga que está de vacaciones. Ven te muestro… precisamente a ella —dijo señalando a la joven que junto a un indígena y a ella, se encontraba en la fotografía del protector de pantallas—. Se llama Juana y nació en el Valle del Sibundoy. Él es su papá y es el chamán de su comunidad.<br />— ¿Y cuándo estuviste por allá?<br />— El pasado junio. Fue increíble —agregó—, con decirte que hasta probé yagé.<br />— ¡Yagé! ¿Y qué es eso?<br />— Es una planta sagrada que guía a los seres humanos a través de mundos espirituales. Se le atribuye poderes curativos y es usada por los chamanes para descubrir secretos.<br />— ¡Qué interesante! Ya tendrás tiempo de contarme. Disculpa que te cambie el tema, pero… ¿a dónde iremos será necesario llevar el carro?<br />— ¡No, por el contrario, es conveniente ir caminando!<br />Diez minutos tardaron en llegar al Parque Caldas, nombre dado a la plaza central de la ciudad. En el camino, Manuel le preguntó a su acompañante:<br />— ¿Por qué habrá tanta gente en las calles, si aún faltan dos horas para iniciar la procesión?<br />— ¡Cómo se nota que no has leído los diarios! Esta noche habrá un evento al que a Lazzar le hubiese encantado asistir: las campanas de las iglesias del sector histórico repicarán en un sólo concierto.<br />— ¡Tienes razón, ahora recuerdo el “Concierto de Campanas”! Mi papá era uno de los más entusiasmados con la idea.<br />— Tu papá decía que por ser éste un evento al aire libre, habría tantos conciertos como oyentes —suspiró Salomé.<br />— ¿Y en dónde nos ubicaremos?<br />— Te doy tres opciones: la primera es quedarse en este sitio. El concierto está próximo a empezar y las bancas del parque se encuentran ocupadas. La segunda es tomar un taxi al Morro, en donde tendremos una excelente acústica. —Dijo señalando un cerro, cerca de los “Quingos de Belén”—. Y, la tercera, por la que yo me inclino, es caminar por las calles escuchando los diferentes campanarios.<br />Manuel optó por la tercera opción: el concierto estaba empezando y más que escuchar las campanas, algunas del siglo XVII, declaradas como bienes de interés cultural, deseaba conocer la reacción de las personas a su alrededor ante semejante<br />espectáculo.<br />A las siete y cuarto de la noche, las primeras notas del concierto repicaron en la Catedral Primada, junto a la Torre del Reloj, acompañadas de luces y juegos artificiales. A lo lejos se oía el grave y pausado tañer de la gigantesca campana de 3.3 toneladas y cuatro arrobas de oro puro, de la iglesia de San Francisco. La ciudad entera se había convertido en una sala de concierto. Entre olores a incienso y cientos de miradas, Manuel y Salomé salieron a caminar. Los acordes interpretados por los campaneros y músicos del conservatorio, vestidos de frac, ponían a vibrar las entrañas de Salomé y hacían eco en la ciudad vieja.<br />En medio de la multitud caminaron junto a la iglesia de la Encarnación. Como por arte de encantamiento del cielo llovieron girasoles. Salomé recogió del piso uno pequeño y con sus manos le cortó el tallo, y lo puso en el bolsillo del traje de Manuel. Él la tomó de las manos y la miró directo a los ojos. Salomé dio un paso adelante, se soltó las manos y con ellas empezó a juguetear en el pecho de Manuel.<br />Un disparo de artillería proveniente de la iglesia de Santo Domingo, lo hizo recordar que Salomé fue la mujer de su papá. Del templo de El Carmen, en la siguiente cuadra, con agudos campanazos contestaban la osadía de los cañones.<br />Los pirotécnicos de la iglesia de Belén que embellecían la cruz de piedra y su eterna maldición, jugueteaban con las luces de bengala y con las notas de los cornos y trompetas provenientes de las iglesias de San Agustín y San José.<br />— ¡Ya es hora de regresar al hotel! —dijo Manuel cuando terminó el concierto.<br />— ¿Y por qué no vemos la procesión que empieza en quince minutos?<br />— ¡No, estoy cansado! Además, la policía se puede molestar si se entera que salí del hotel sin escoltas. Hoy no les hice caso, pero hasta que no se resuelva el crimen de mi papá, tendré que ser más precavido.<br />— Tienes razón, pero acompáñame hasta mi casa.<br />La casona en donde operaba la Fundación Arabia, quedaba a menos de una cuadra del Parque Caldas. Su fachada era como la de todas las casas del centro: un color fantasmal en las paredes de adobe y ladrillo, grandes ventanales que transpiraban serenatas, una puerta de madera, dos pesados aldabones en forma de león, pertenecientes al antiguo hospital de la ciudad y un farolito negro, de luz amarilla.<br />Cuando llegaron a la fundación, Salomé tomó a Manuel de la mano y lo invitó a entrar. Sobre la mesa de la sala había un florero con rosas amarillas y negras.<br />— ¿Dónde conseguiste las flores? ¡Se verían increíbles en el restaurante del hotel! —comentó Manuel.<br />— Yo misma las cultivo. En el patio tengo flores de todos los tamaños y colores: blancas, rosas, amarillas rojas y negras. Estas últimas son las más bellas de todas, son una variedad de las selvas del Putumayo. Mi amiga Juana me las trajo de<br />allá y me explicó cómo sembrarlas, ¿quieres verlas?<br />— Será mejor de día. Oye, ¿y esta foto del portarretratos cuándo la tomaron?<br />— Hace como tres meses. En enero, cuando celebramos los diez años de la Fundación Arabia. Ese día organizamos un almuerzo con niños de la calle. Mira, el pequeño que tiene cargado tu tía Esther, tiene cáncer en el estómago, pero gracias<br />a la quimioterapia, ya se encuentra mejor.<br />— ¡Quién se iba a imaginar que tres meses después de tomada esta fotografía todo iba a ser tan distinto! Mi papá y Jorge, que se ven tan sonrientes, ya no están vivos, y mi tía estuvo al borde de la muerte. ¡Y aún no se sabe nada de los asesinos!<br />— ¡Ten paciencia, Manuel, que ante los ojos de Dios no hay secretos!<br />— Salomé, ¿quién crees tú que pudo asesinar a mi papá?<br />—No estoy segura, pero algo me indica que Américo Meneses Frías tiene que ver en esto. Ven, vamos a mi cuarto, allá hablaremos con más calma y podremos escuchar el Bolero de Ravel interpretado por la Filarmónica de Londres. ¡Sé que te gustará!<br />— Sólo Dios sabe lo que deseo acompañarte, pero estoy cansado y tengo que madrugar...<br />Al escuchar esta respuesta, Salomé lo tomó de las manos y colocando su oreja en el corazón de Manuel, con voz de niña mimada le dijo:<br />— ¡Quédate conmigo! Hace frío y el concierto me trajo recuerdos de tu padre.<br />— ¿Y no tienes alguna mascota que te acompañe? —preguntó Manuel, en son de broma, esforzándose por resistir aquellos cantos de sirena.<br />— No —respondió ella visiblemente molesta por el comentario —, aunque estuve leyendo en una página electrónica que de acuerdo al tipo de mascota y a su nombre, así mismo eran sus dueños en la cama. ¿Alguna vez has tenido una mascota?<br />— ¡Sí, alguna vez tuve un loro y le pusimos Colibrí! —dijo riendo por el ingenio de Salomé para sacarle las contraseñas de la cuenta bancaria.<br />— ¿Y por qué le pusieron ese nombre?<br />— Fue en honor a un Tigre de Bengala, que mis abuelos le obsequiaron a mi papá cuando niño. Pero dime: ¿cómo crees que soy en la cama?<br />— ¡Hmm, Tigre, no estoy segura! Pero te mataría si fueras tan ruidoso y parlanchín como un loro. ¡Eso será mejor comprobarlo! —dijo mientras sus ojos centelleaban.<br />El joven Arabia, le agradeció por la invitación y con un beso en la mejilla se despidió de ella. Salomé lo acompañó a la puerta y le dijo que si aquella era su voluntad, no podría retenerlo.<br />— Disculpa mi impertinencia —comentó Manuel encendiendo un cigarrillo—, ¿en dónde conseguiste ese medallón? Lo digo porque mi tía colecciona camafeos y todo tipo de prendedores… Como amuleto para la buena suerte, el Viernes Santo que presentará su libro, quisiera regalarle uno similar.<br />— Este medallón —dijo sosteniéndolo entre sus manos—, me lo trajo tu padre de uno de sus viajes por Europa.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-55835004950347660262007-11-16T09:15:00.000-03:002007-11-16T09:25:12.826-03:00Miércoles Santo - Mañana— Debe tener un fuerte dolor de cabeza y está en deuda de visitar a un optómetra —anotó Valdivieso saludando con un apretón de manos a Manuel—. Mi deducción es muy simple, cuando entré, usted leía un documento a menos de una cuarta de sus ojos y en el cesto de la basura hay un sobre de aspirinas, medicina comúnmente usada para aliviar el dolor de cabeza, uno de los principales síntomas de la pérdida de la agudeza visual, ¿no es cierto?<br />El joven Arabia, que usaba lentes de aumento para leer y que por salir a las carreras los dejó en su apartamento en Paris, fingió sorprenderse e invitó a tomar asiento a Valdivieso.<br />— ¿Desea algo de tomar? ¿Una aromática, un tinto?<br />— Un vaso de whisky está bien.<br />Su respuesta sorprendió a Manuel, ya que hasta el momento, nunca antes le había aceptado un trago de licor. Además, en una conversación pasada, aseguró que no le gustaba beber.<br />Manuel sirvió dos vasos de whisky. Valdivieso recibió uno en sus manos y lo apoyó sobre el escritorio, y, ante la mirada atenta de Manuel, extrajo del bolsillo trasero de su pantalón un pañuelo que extendió sobre sus piernas. Luego, tomó de su abrigo la pipa y una escobilla.<br />— ¡Sé quién es la amante de Rafael Eduardo, pero aún no sé cómo conectarla con los asesinatos de Jorge y Lazzar, y el envenenamiento de Esther! —dijo hablando muy bajo, mientras le daba vueltas a la boquilla e impregnaba la escobilla con el whisky—. Adriana es su nombre y el pasado seis de febrero cumplió quince años. Vive en un sector muy pobre de la ciudad y su mamá acepta la relación con Rafael Eduardo. Él hizo creer en el colegio que es su padrino. Rafael le paga la matrícula y le compra los útiles escolares. Todos los viernes la recoge en el colegio y le ayuda a hacer las tareas. ¡Me siento desconcertado! —confesó mirando hacia el piso y limpiando la mordida— La forma extraña con que actúa Rafael, al parecer se<br />debe a que con una niña le es infiel a su esposa, con quien llevaba tre-in-ta y cin-co a-ños de casado, ¿se imagina? tre-in-ta y cin-co a-ños. Y no porque pueda tener intereses ocultos en el Hotel Arabia.<br />— Esto confirma mi hipótesis. Llevo días pensando sobre el crimen de mi papá y he llegado a algunas conclusiones, que si usted las comparte, son lo más próximo a cómo ocurrieron los hechos.<br />— ¡Soy todo oídos! —dijo Valdivieso mirando con sorpresa a su interlocutor.<br />— A ver, vamos por partes. Me parece poco probable que quien envenenó a mi tía sea la misma persona que asesinó brutalmente a mi papá.<br />— En eso puede tener razón. Envenenar a alguien es un acto de cobardes, que dista mucho de un crimen como el del doctor Lazzar.<br />— ¡Hacia allá va mi interpretación! Si no me falla la memoria, la única prueba existente de que la muerte de mi padre se trató de un asesinato y no de un suicidio, como el de Jorge, fue el testimonio de la cocinera que lo halló muerto, ¿cierto?<br />Marcela, sumida en un estado de histeria, declaró que después de escuchar el golpe de la cuchilla de la guillotina, oyó gritos de voces distintas a la de mi papá. Aunque su declaración es importante, ésta no es una prueba contundente. La afirmación de la cocinera, que además presenta un trastorno psicológico, pues está internada en una clínica de reposo, es muy subjetiva y a mi juicio no tiene evidencia para asegurar que mi papá no fue quien emitió aquellos gritos.<br />Valdivieso levantó la mirada y dejó caer su maxilar inferior.<br />— ¿Me quiere decir que al igual que el doctor Jorge Ayerbe su papá se quitó la vida?<br />— ¡Correcto! —asintió Manuel—. Científicamente es posible que una cabeza después de haber sido cercenada del cuerpo, pueda emitir una serie de sonidos: incluso gesticular un par de palabras, que por obvias razones jamás sonarán igual a<br />la voz que conocimos. Ayer estuve conversando con mi tía y luego de mucho discutirlo, concluimos que mi padre no tenía novia y su muerte no se trató de un asesinato sino de un suicidio.<br />— Por favor explíquese mejor.<br />— No hay problema, vamos despacio —dijo Manuel respirando profundo—. Si bien, años después de la muerte de mi madre, mi padre se enamoró de una joven que alguna vez conoció en Nueva York, con ella nunca tuvo nada serio.<br />— ¿Y qué significado tiene el libro y la carta que usted encontró? —inquirió Valdivieso levantándose de su silla.<br />— Mi padre siempre regalaba libros, por eso no me extraña que me fuera a obsequiar uno. Y, la carta, al parecer fue escrita por él hacía varios años, cuando empezó a salir con la mujer norteamericana. No me la hizo llegar, sencillamente porque su relación nunca se formalizó. ¡Valdivieso, por favor tenga un poco de paciencia y vuelva a tomar asiento; éste es un tema delicado y su hiperactividad me desconcentra!<br />Una vez dijo esto, Manuel tomó de uno de los cajones de su escritorio un papel de color crema, según aseguró, redactado por Lazzar. Era un poema de Giovanni Quessep. Antes de entregárselo a Valdivieso, le contó que la tarde anterior a la muerte de su papá, su tía le consultó sobre la fecha para presentar el libro sobre la vida del sabio Caldas. Lazzar le sugirió hacer la presentación el Viernes Santo, día en que se encontraban más huéspedes en el hotel y periodistas cubriendo la Semana Santa. También le dijo que para entonces él no estaría físicamente, pero que la acompañaría de manera espiritual.<br />Esther no le dio mayor importancia a las palabras de su hermano: en esta temporada él siempre estaba ocupado.<br />— Mi padre le contó a mi tía, que estuvo pensando en sus papás y en todo lo que ellos vivieron para asegurarles un mejor futuro. Después mi papá le entregó el poema que usted tiene en sus manos: Canción de los Ciruelos, y le dijo que era una<br />balada de seducción a la muerte, una búsqueda de la belleza más allá del tiempo y de la vida.<br />Como si fuera un tic nervioso, Valdivieso se alizó con sus manos la barba gris y tratando de declamar, con su voz ronca, leyó el poema.<br />— La tarde en que mi padre le entregó esos versos a mi tía, él venía de hacer el testamento. Ella quedó muy preocupada, porque él le dijo que ya había cumplido su misión: pronto me graduaría y la Fundación Arabia tenía vida propia y seguiría<br />ayudando a mucha gente.<br />Cuando Esther leyó aquel poema, entendió que como El Caballero, Lazzar estaba siendo atraído por La Dama, mujer fatal que vive entre los frutos de carne jugosa y dulce, de hueso leñoso y duro, que encierra una almendra amarga: la almendra de la muerte. Entendió que en el poema de Quessep, los ciruelos no podían más que representar la nostalgia del autor e incluso de Lazzar y de ella misma, por la tierra de pájaros y violetas que ya no era la suya.<br />— Mi tía y yo entendimos que mi papá se había convertido en un hijo pródigo que se sentía extranjero en el mundo y lo acechaba un reino de hadas.<br />Valdivieso asintió con la cabeza cada frase dicha por el joven Arabia. Manuel encendió un cigarrillo y continuó diciendo que el dorado de los ojos de La Dama del poema, reflejaba aquellos recuerdos de la mejor época de El Caballero, del paso<br />de Lazzar por la vida, en un lugar incierto donde alguna vez germinaron ciruelos.<br />— Si estás de acuerdo con estas deducciones, te ruego no mencionarnos a mi tía y a mí, en el informe; no es conveniente seguir protagonizando escándalos: ¡Haz de cuenta que resolviste sólo el caso! Por mi parte, yo le escribiré una carta al comandante de la Policía, agradeciéndole por todos los servicios prestados a la familia y al Hotel Arabia, y resaltando tu compromiso, inteligencia y discreción. La carta irá firmada por mí y por el Presidente de la Junta Directiva. Recuerda que Rafael Eduardo además de ser el presidente, es hermano del comandante. Asimismo daré unas declaraciones en el diario “El Abanico”, donde la familia Arabia manifestará públicamente su gratitud.<br />Con respecto al envenenamiento de Esther, el joven Arabia aseguró que en una clínica especializada de Bogotá, los doctores concluyeron que la sustancia que la tuvo al borde de la muerte se encontraba en un salmón de mala calidad consumido dos días antes de ser llevada de urgencias al hospital, lo cual descartaba un intento de asesinato. Con relación a la muerte de Jorge, sugirió no darle más vueltas al asunto, pues a pesar de las declaraciones de la esposa, no se encontraron pruebas demostrando que no fue un suicidio. Del golpe recibido por Lazzar antes de ser llevado a la guillotina, Manuel afirmó que el día de su muerte, Lazzar se hirió con el filo de una ventana en la Fundación Arabia, y no le pegaron con el martillo, como supuso la policía. Esta herramienta estaba en el piso del museo, pues el conserje aún no terminaba de organizar la sala de exposiciones.<br />— Manuel, puede quedarse tranquilo: a pesar de no gustarme el protagonismo, si de esta manera usted lo considera, yo me daré todos los créditos de la investigación.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-82740653790412952302007-11-16T09:08:00.000-03:002007-11-16T09:15:54.122-03:00TardeEl agente Valdivieso se despidió de Manuel llevándose consigo el poema “Canción de los Ciruelos”. Sustentó que así el caso se encontrara resuelto, iba a buscar a Giovanni Quessep para preguntarle acerca del poema. Manuel lo acompañó hasta<br />la puerta del hotel, en el camino le dijo con desgano:<br />— No pierda más su tiempo: los escritores odian cuando les piden ese tipo de cosas. Una obra luego de ser publicada debe defenderse por sí sola.<br />— Tiene razón. Además, estoy convencido que Lazzar y Jorge sí se suicidaron. Lo mejor será dejar a Rafael Eduardo tranquilo y con discreción cerrar el caso.<br />— Eso es precisamente lo que debe hacer. Valdivieso, regáleme un minuto, ya lo alcanzo. —Manuel se acercó a Fabricio, el capitán de los meseros, que pasaba por ahí, y en voz baja le preguntó—: ¿Sabes si Darío fue a buscar a Salomé?<br />— Él estuvo ayer en el café, pero contrario a otros días, ella no se emocionó de verlo. Estaba seria y pensativa, al punto que Darío me preguntó si usted le había mencionado algo sobre el tema. Cuando Darío le recordó a Salomé sobre el favor que ella necesitaba, Salomé fingió no acordarse y le dijo que debió tratarse de algo sin importancia.<br />— No le quites los ojos de encima a Darío, estoy seguro que sabe más de lo que nos ha dicho. ¡Ahh!, y por favor cómprame una cajetilla de cigarrillos —dijo entregándole un billete —, yo estaré en la portería.<br />El agente Valdivieso había encendido su pipa. Al ver a Manuel, le dio una tarjeta de presentación, en donde aparecían sus datos personales.<br />— Si algo ocurre —dijo—, no dude en llamarme. Ahí aparecen mis nombres completos, por si los necesita para redactar la carta de agradecimiento al comandante de la Policía.<br />Cuando Valdivieso se abotonó el abrigo, pensó en la posibilidad de que Manuel le hubiera mentido. Pero no reparó en sus dudas y se marchó seguro de que Manuel se iba a convertir en el gran empresario que necesitaba la región. Tenía las características más importantes para ser un exitoso profesional: era curioso y creativo. La solución de aquellos asesinatos resultó ser la menos traumática: la relación de Rafael Eduardo y de su amante continuaba siendo a escondidas; se preservaría la memoria de Lazzar, como un hombre integral que hasta el día de su muerte, hizo su voluntad. Manuel ya podría dedicarse de lleno a los negocios; la tía Esther, sabiendo que un salmón la tuvo al borde de la muerte y no un sofisticado veneno, con total tranquilidad presentaría su libro el Viernes Santo y el aura mística del hotel, donde hasta los fantasmas eran sospechosos, gracias a un poema que resolvió el caso, seguiría alimentándose.<br />Y, si todo continuaba su orden lógico, con la carta de agradecimiento de Manuel y de Rafael Eduardo, él recibiría un merecido ascenso.<br />Ocupado en estos pensamientos, Valdivieso atravesó la Plazoleta de la iglesia de San Francisco, en donde se detuvo a observar a un grupo de hombres y mujeres practicando una disciplina en la que se conjugaban las artes marciales con la<br />música y el baile.<br />— Se llama capoeira y se originó con los esclavos del Brasil — le informó uno de los espectadores.<br />Al agente Valdivieso le molestó ver la plazoleta de tan hidalga Iglesia convertida en el punto de encuentro de gente tan extraña, como los bailarines peleadores que hacían música con palos, tambores y semillas, o el grupo de punks que, al otro extremo de la plazoleta, bebía un licor del mismo color de sus cabellos. Valdivieso supuso que las autoridades cambiaron el sentido de la estatua en bronce de Camilo Torres Tenorio, ubicada en medio de la plazoleta, para que no presenciara semejante espectáculo. Como recordó, Camilo Torres, uno de los hijos más ilustres de la ciudad, fue fusilado por la espalda, como a un traidor y su cuerpo fue colgado en una horca y luego descuartizado. Le cortaron la cabeza y la mantuvieron exhibida a la suerte de los gallinazos, creyendo que “la patria boba” no buscaría más su libertad.<br />Atravesó la calle de la iglesia de San Francisco con la intención de tomar un taxi, pero como aún era temprano, sin darle mayor importancia al consejo dado por Manuel, decidió buscar al autor de “Canción de los Ciruelos”. Su intención era ajustar las piezas del rompecabezas para escribir su informe y cerrar el capítulo sobre “los asesinatos del Hotel Arabia”. La ciudad entera se preparaba para celebrar la procesión del Miércoles Santo. Midiendo cada uno de sus pasos y exhalando su pipa, Valdivieso caminó la cuadra de la Registraduría Municipal.<br />Al otro lado de la acera, un anciano que fue rector de la universidad, se persignaba frente a una cartelera en donde hacía más de un siglo las familias dolientes anunciaban la muerte de sus seres queridos e invitaban a los amigos y deudos del difunto a las ceremonias religiosas que se llevarían a cabo en su memoria. El viento soplaba fuerte y nubes negras se posaban sobre la ciudad. Una cuadra más adelante, Valdivieso vio a uno de sus amigos de infancia, entrando al edificio de la Cámara de Comercio. Entonces pensó que si recibía un ascenso iría a visitarlo.<br />Frente a la Plaza Central, en donde se dice que reposan los restos de “nuestro Señor Don Quijote”, Valdivieso vio a un grupo de policías subir a alguien a la patrulla. Intrigado se acercó y se dio cuenta que se trataba de Casimiro, el indigente cliché de los fotógrafos de la ciudad. Éste era calvo, grande y de raza negra, además de sucio, barbado y desprendido de todo, incluso de partes significativas de sus pantalones de costal raído, que dejaban ver el panal de avispas de su descomunal<br />obra de arte. Se acostaba en las esquinas a vivir del aire: su pereza no le permitía estirar las manos de uñas insecticidas y pedir limosna. Valdivieso no alcanzaba a entender cómo había podido evadir los controles de la fuerza pública, ya que todos los años, una semana antes a esta fecha, en sus esfuerzos por engalanar la ciudad, ellos recogían a los indigentes, locos y destechados, y, durante dos semanas, los desaparecían.<br />Un olor a pan fresco lo atrajo en la siguiente cuadra. A su costado brillaba la pirámide del Morro, construida por los indígenas previa orden de los conquistadores españoles. Valdivieso entró a la pastelería y compró una barra de pan aliñado y una bolsa de leche. En la misma cuadra, antes de cruzar la calle, se topó con músicos que entraban a la iglesia de Santo Domingo. Supuso que venían de Chile a participar en el Festival de Música Religiosa, porque vio que una mujer<br />muy linda, de ojos grandes, cabello negro y brakes, tenía en el estuche de su violonchelo una calcomanía que decía: ¡Viva Chile! El agente Valdivieso dobló la esquina y sin dejar de pensar en ella, llegó a la librería Macondo. Alguna vez su sobrina, estudiante de literatura y alumna de Giovanni Quessep, mencionó que el poeta solía estar ahí después de dictar clases.<br />Según observó, en esa librería lo menos importante era vender libros, ya que fue atendido sólo cuando cinco personas terminaron de discutir sobre un libro que uno de ellos pensaba publicar. Valdivieso guardaba la esperanza de que alguno de ellos fuera el poeta. La discusión radicaba en si era un buen recurso literario incluir como personaje de una novela a un loco de la ciudad, que por efectos alucinógenos se transmutaba en un poeta memorable de las letras hispánicas.<br />“¡Y dale con Casimiro!”, pensó Valdivieso.<br />Una vez se concluyó que sólo el tiempo señalaría el valor de aquella novela, un hombre de estatura baja se levantó de su silla y mirando a Valdivieso de arriba a abajo, con acento sureño le preguntó qué se le ofrecía. Él, alisándose la barba, le<br />contestó que buscaba a Quessep. El librero le contestó que esa tarde el poeta no había ido a saludarlos, y, dándose la vuelta, con gran solemnidad le acercó un libro de pastas blancas, argumentando que Giovanni Quessep era su obra y en ella lo encontraría. Valdivieso se despidió del librero y, llevando en una mano el pan y la leche, y en la otra, “El Libro del Encantado”, se alejó sonriendo por la habilidad de este hombre para incentivar una compra después de tan larga espera.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-82672317658724771972007-11-16T09:07:00.001-03:002007-11-16T09:07:57.869-03:00NocheComo era tradición, en la época de Semana Santa, el Hotel Arabia organizaba para sus huéspedes visitas a todas las procesiones, iglesias, conventos, museos, restaurantes de comida típica y demás atractivos turísticos. Además, el Sábado Santo, una vez concluidas las festividades religiosas, realizaba una fiesta de integración. Esa noche, el hotel tenía reservado balcones, para que algunos huéspedes pudieran ver cómodamente la procesión que salía de la iglesia de la Ermita, situada al oriente de la ciudad.<br />El joven Arabia y Manuela, se ubicaron en uno de los balcones, junto a cuatro turistas. Mientras la procesión iniciaba, mirando cómo la fuerza pública y los scouts organizaban a centenares de personas sobre la acera, el joven Arabia le preguntó a su acompañante:<br />— ¿Y cómo te sientes en tu nuevo empleo?<br />— Muy bien, doctor. Quiero decirle que puede contar conmigo para todo lo que necesite.<br />— Cuando estemos solos, no quiero que me digas doctor. Dime simplemente Manuel.<br />Con sus escobas de paja los barrenderos limpiaban las calles de basuras y pecados, como preludio a la procesión del Señor.<br />— Hace un rato, el Jefe de Recursos Humanos me hizo llegar el diseño de la encuesta que ustedes prepararon, pero no tuve tiempo de leerla. Después de la procesión, quiero que la revisemos, para que desde mañana mismo empieces a desarrollarla.<br />— Como usted diga —respondió ella con una expresión de desconcierto.<br />— ¿Te pasa algo?<br />— Pienso que cuando terminemos de revisarla, no encontraré transporte hasta mi casa y yo vivo muy lejos… Además, no le dije a mi mamá que llegaría tan tarde.<br />— Precisamente para éste tipo de situaciones te asignaron el teléfono móvil. Llama a tu casa e informa que hoy te quedarás en el hotel.<br />Cuando Manuela colgó el teléfono, la Banda de Guerra de la Policía Nacional pasaba justo enfrente de ellos y con sus dianas y redoblantes anunciaba al primero de los pasos. Manuel aprovechó la música para decirle al oído que le quedaba muy<br />bien aquel traje nuevo. Era blanco y largo, y le combinaba con las flores de color rosa de los pasos, que resplandecían bajo sitiales tejidos con hilos de oro. Sobre los hombros de ocho cargueros, el paso que daba inicio a la procesión era “San Juan Evangelista”; luego siguió “La Magdalena”.<br />— “En esta Procesión, a diferencia de otras del resto del mundo, los cargueros, vestidos con su túnico azul de penitente, alpargatas de cabuya y un capirote en la cabeza, llevan su rostro al descubierto” —Leyó en voz alta Manuel en una guía turística.<br />De repente salió una joven de cabello muy largo, recogido en dos trenzas. Llevaba los hombros desnudos y traía puesto un traje de Ñapanga, de colores vivos. En sus manos cargaba un pebetero y sahumaba el paso de “El Prendimiento”, en el que<br />Jesús al ser traicionado por Judas Iscariote, es aprehendido por soldados romanos. A Manuel le pareció increíble ver alrededor de los pasos, como estrellas de fuego, gente tan disímil alumbrando con sirios de todos los tamaños y formas.<br />— Hace tres años, mientras estudiaba en el colegio —comentó Manuela—, trabajé como guía turística en el museo de Arte Religioso. Quizá por eso me entusiasmó tanto el museo del doctor Lazzar.<br />— Yo jamás he ido al museo de Arte Religioso, ¿qué tantas cosas se exhiben ahí?<br />— Lo más selecto de las iglesias del país, en cuanto a riqueza ornamental, imaginería, vasos sagrados y custodias —recalcó Manuela, como si estuviera recitando un libreto—. El museo es un motivo de orgullo para la ciudad.<br />El joven Arabia se quedó en silencio, pensando en lo poco que conocía la ciudad. Su bachillerato lo estudió en Bogotá y la universidad la hizo en Paris. Lazzar pensaba que su hijo, una vez hubiera conocido diferentes culturas podría determinar si regresaba a la ciudad, no necesariamente a trabajar en el negocio de los hoteles, o se quedaba viviendo en otras latitudes.<br />La procesión seguía su rumbo. Marchaban militares con estandartes, miembros del Clero, del gobierno, y, los regidores: hombres y mujeres vestidos de frac, que imponían una cruz de madera en señal de excomunión a todo el que no mantuviera<br />el orden. Luego salió el paso de “El Santo Ecce-Homo”, uno de los más venerados de la ciudad. Sobre un trono enchapado en plata se encontraba sentado el Nazareno, después de haber sido azotado y coronado con espinas. Manuel observó sus detalles y recordó que cuando Pilatos presentó a Jesús al pueblo, en tono de burla le dijo: He aquí el hombre. A Manuel le impactó la expresión de dolor de Jesús y lo puso a pensar la serie de imágenes grabadas en el trono enchapado en plata, que de acuerdo a Manuela, representaban el momento en que los soldados romanos le entregaban a Herodes el tetrarca y a su sobrina Salomé, una bandeja con la cabeza de San Juan Bautista.<br />Mientras salían los pasos, todos los asistentes observaban en silencio. Se escuchaba el crujir de las andas de madera, cuando los cargueros las apoyaban sobre sus alcayatas. También se oían las dianas y redoblantes abriendo y cerrando la procesión.<br />Éstas se conjugaban con la marcha fúnebre que transportaba a los asistentes a una época gloriosa. Viendo el paso de “El Señor del Perdón”, donde Jesús se encuentra arrodillado sobre el mundo, muriendo por el pecado de los hombres, Manuel se dio la bendición y como todos esos días lo había hecho, le pidió a Dios que le diera fortaleza para tomar decisiones.<br />“La Dolorosa” fue el último paso. Manuela le informó que éste, junto a “Las Insignias” y al “Santo Sepulcro”, eran los más pesados. Lo anterior no le pareció extraño, pues el sitial, las andas de carey, la magnífica corona imperial, los mantos,<br />vestidos, y los detalles como ángeles, rayos en oro blanco y arreglos florales, debían pesar una tonelada. Después de “La Dolorosa”, la banda de guerra de la Academia Militar cerró la procesión. Manuel se puso de pie y le dio un beso a su acompañante, que fue ampliamente correspondido. Rumbo al hotel, estuvo pensativo. Del cielo se precipitaba una llovizna.<br />— Acabo de recordar que no hay habitaciones disponibles —señaló Manuel—. El hotel está completamente lleno. Si no te importa puedes quedarte conmigo. De lo contrario, cuando terminemos de trabajar, yo mismo te llevaré a tu casa.<br />— No puedo llegar a la casa. Le dije a mi mamá que dormiría en el hotel...<br />En la oficina, Manuel sirvió dos whiskies. Uno con hielo para ella y otro puro para él.<br />— Gracias, pero no me gusta beber y mucho menos antes de acostarme.<br />— Tómeselo despacio: una gran ejecutiva, sabe medir sus tragos.<br />Una vez dijo esto, Manuel tomó de su escritorio las encuestas que el Jefe de Recursos Humanos le hizo llegar y se puso a leerlas en silencio. Había una para los huéspedes, otra para los políticos, gerentes y empresarios de la región y otra para<br />los empleados.<br />— Estoy conforme con las encuestas de los clientes y personalidades. Estos últimos son además quienes más huéspedes traen al hotel. Pero no me convence la encuesta diseñada para los empleados. Será mejor que personalmente te reúnas con cada uno de ellos, incluyendo a los directivos y socios, y les hagas las preguntas del cuestionario. Quiero que de acuerdo a tus percepciones, diligencies los formatos.<br />— ¡Por supuesto, como usted desee!<br />— Será lo mejor, pero debes tener cuidado. Los empleados son un sector muy susceptible y, de seguro, entre ellos encontrarás rivalidades. Empieza mañana a diligenciar la encuesta de los clientes. Después de Semana Santa, cuando ya tengas los primeros resultados, continúa con las personalidades de la región y con los empleados.<br />— ¿Y si entrevisto primero a los empleados?<br />— No, ésta semana estaremos muy ocupados y no es conveniente interrumpir su trabajo para contestar las preguntas... ¡Ya es hora de ir a acostarnos! Espérame en la suite, mientras yo cierro la oficina.<br />— Jamás me he quedado en un hotel y mucho menos con alguien —confesó Manuela.<br />— ¡No te preocupes, será una experiencia inolvidable!<br />Junto a uno de los pilares de la suite, Manuela, sintiéndose la princesa de algún cuento de hadas, recibió de Manuel otro trago. Él, de píe, la tomó de las manos y la besó. Después, con sus dedos humedecidos de whisky, le quitó el lapislázuli de los ojos. De repente, se le vino a la cabeza el recuerdo de Salomé y despojó a Manuela de su vestido blanco. Se embriagó con su cuerpo de niña y en un coro celestial de gemidos caminaron al cielo. Cuando terminaron, el joven Arabia se vistió, tomó de la mesa de noche una Biblia y salió a fumarse un cigarrillo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5456156804196382935.post-19051695695184128372007-11-16T08:50:00.000-03:002007-11-16T08:59:18.995-03:00Jueves Santo - MañanaManuel vio todo más claro. Se sintió un idiota al encontrar que fue Salomé la asesina de su papá y de Jorge. Además, quien envenenó a su tía Esther, y no Rafael Eduardo, ni el político mafioso, tampoco el trabajador drogadicto, el conserje o Darío, el mesero. Mucho menos el espanto o incluso Valdivieso. ¡Sí, aquella mujer que ponía a hervir su sangre! Quizá por los deseos que le despertaba, pensó, se tardó tanto en ver objetivamente las cosas.<br />Por otro lado, Quessep tenía razón. Las respuestas que buscaba se encontraban en la biblioteca. La noche anterior, luego de hacer el amor con Manuela, buscó en la Biblia el pasaje de la muerte de San Juan Bautista, que vio grabado en el trono de una de las imágenes de la procesión. Ahí leyó cómo la mujer bíblica que llevaba su mismo nombre, utilizando el encanto de su baile, por un consejo de Herodías, su mamá, ordenó cortarle la cabeza al Bautista. A su juicio, los hechos sucedieron de la siguiente manera:<br />El día del cumpleaños número dieciocho de Salomé, Lazzar fue a visitarla a “El Café del Abad”. Después de celebrar animadamente y de beber grandes cantidades de licor, ella lo amenazó diciéndole que si no quería hacer público los abusos sexuales a los que desde niña la venía sometiendo, debía cumplir la promesa de matrimonio hecha a los doce años. Lazzar le aseguró que deseaba formalizar su compromiso, pero primero hablaría con Manuel. En ese momento compró la novela de Nabokov y le escribió la carta. Días después del cumpleaños de Salomé, Lazzar entendió que ella había dejado de ser una “lolita”, para convertirse en una joven, próxima a ser<br />mujer. Entonces, armado de valor, le comunicó que la relación no podía ser, porque ella no era la “lolita” de la que se había enamorado.<br />Cuando Darío regresó al café, Salomé amenazaba a Lazzar con denunciarlo a la policía. Como Lazzar no le dio mayor importancia, en el almuerzo que prepararon cuando la Fundación Arabia cumplió diez años, ella envenenó a Esther. No se la relacionó con el intento de homicidio, porque los efectos del veneno aparecieron semana y media después. El veneno se lo facilitó su amiga del Putumayo. Lazzar la obligó a renunciar a su trabajo y por si la situación tomaba otro rumbo, con sus propias uñas subrayó una frase de la novela de Nabokov, en la que además de presentar a su hijo a la eterna “lolita”, le señaló a su asesina. Del igual modo hizo el testamento, dejando a Manuel como único heredero.<br />Una semana después Salomé asesinó a Jorge y le dijo a Lazzar que si no cumplía su palabra haría lo mismo con el resto de sus seres queridos. Manuel dedujo que su papá, sin tener pruebas suficientes para inculpar a Salomé, nuevamente la contrató<br />mientras planeaba una venganza. Le dijo que si continuaba insistiendo en casarse, la denunciaría por asesinato, así él fuera a parar a la cárcel por estupro. En ese momento ella resolvió matarlo.<br />Lazzar, afectado por lo que estaba sucediendo, abusó de la cafeína y de una sustancia llamada “Metilfenidato”, que usaba para permanecer despierto. Aunque Henri, el Jefe Administrativo, le sugirió aplazar la inauguración del museo, él se<br />negó a hacerlo, argumentando que ese evento era importante porque traería muchos huéspedes en otra época distinta a Semana Santa. La tarde en que fue asesinado, Lazzar estaba consciente que iría a prisión si se fraguaba alguna información sobre su noviazgo. En el museo, Salomé lo esperaba escondida.<br />Él llegó, encendió las antorchas y revisó que los instrumentos de tortura y pena capital estuvieran en orden. Ella traía puestos sus guantes de seda. Con el pesado martillo del conserje lo golpeó por la espalda y lo arrastró hasta una de las guillotinas en donde fue decapitado. Gritó al escuchar que la cabeza cercenada del cuerpo emitió un extraño sonido.<br />Estos gritos fueron oídos por la cocinera, quien de forma inmediata entró al museo. Salomé se escondió. Cuando la cocinera salió a pedir ayuda, ella corrió por las escaleras de “El Patio del Baño Antiguo”, hacia “El Café del Abad”. A las seis de la mañana, Manuel llegó a la suite. Se disculpó con Manuela por no regresar en toda la noche y le sugirió ser discreta. Así podrían entenderse mejor. Manuel se bañó y se vistió, luego fue a su oficina y antes de salir en busca de Salomé ocultó bajo su abrigo el sable que colgaba de la pared. “El Café del Abad” se encontraba cerrado y uno de los meseros del restaurante le informó que Salomé tenía la costumbre de<br />llegar al hotel una hora antes de abrir el café; es decir, a las siete, y de salir a caminar por los jardines, muy cerca del cementerio.<br />El joven Arabia dejó atrás el restaurante, el corredor, las habitaciones, “El valle de los Alacranes”, y, en medio de un sendero tapizado de las flores de guayacán, caminó hacia “El Bosque Encantado”. Por la llovizna de la noche anterior, el suelo<br />estaba húmedo y había pisadas recientes. El tamaño y la profundidad de las huellas indicaban que se trataba de una persona liviana. Éstas conducían al viejo cementerio franciscano.<br />Manuel no dudó que las huellas fueran de Salomé. Sí, de la mismísima Lilith, súcubo del demonio, que cuando vio bajar de la terraza al mesero que le llevó el tinto a Jorge Ayerbe, salió de “El Café del Abad” y sin levantar sospechas subió a su<br />encuentro. Jorge se encontraba al pie de la baranda roída por los años. Como Salomé era su consentida, él le dio un fuerte abrazo. Salomé le obsequió una flor blanca de su propio jardín y lo empujó hacia el vacío. Luego regresó al café.<br />Las huellas pasaban por el cementerio y llegaban al túnel donde en la Colonia los habitantes de la ciudad se resguardaban de las batallas y, en el imaginario de los trabajadores, habitaba la niña sepultada viva. Manuel descendió por las escaleras y<br />encontró abierto el candado de la puerta del túnel. Antes de entrar se quitó su abrigo y lo dejó sobre las escaleras; después empuñó el sable y entró con precaución. Todo estaba oscuro y sólo se escuchaba el roer de las ratas. Sosteniéndose de las angostas paredes, dio unos cuantos pasos y, a lo lejos, encontró una luz resplandeciente. Sin hacer ruido, se acercó y sobre un pedestal rodeado de veladoras, vio la cabeza de su papá. Salomé rezaba de rodillas un padre nuestro. Aunque las suposiciones con respecto del asesino eran ciertas, Manuel sintió deseos de vomitar. A las carreras salió del túnel, recordando no haber visto el cuerpo de su papá, ya que por la gravedad de su muerte, el ataúd siempre estuvo sellado. En su cuarto vomitó hasta sentir que sus entrañas sangraban.<br />Cuando Salomé salió del túnel, vio la puerta completamente abierta. Miró a sus alrededores, pero no había nadie. A lo lejos, en el “Valle de los Alacranes”, sentado sobre el sillón de origen griego tallado en mármol, estaba el poeta Giovanni Quessep. El cabello blanco del bardo era presa del viento. Al percatarse de la presencia de Salomé, sus dedos que esparcían tinta negra en un trozo de papel, se detuvieron. Estaba agitado y según pensó ella, distinto. Se levantó del sillón y mirando hacia el oriente, en voz alta repitió:<br /><br /><strong>1.</strong><br /><br /><em>Dame, por fin, dolor,<br />la virtud y la ciencia<br />de hallar en tu tejido<br />mis horas de alegría.<br />Voy por hondos jardines, y en el hilo se abre<br />la encarnada tiniebla de la rosa.</em><br /><br /><strong>2.</strong><br /><br /><em>Me perdí en un lugar del paraíso.<br />Si quieres rescatarme<br />ven sin espada, sólo<br />con un ramo de lirios<br />para la encantadora,<br />de los lirios que crecen<br />en el más hondo infierno.</em>Unknownnoreply@blogger.com0